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os arbustos y plantas de esas montañas harapientas se aferraban al cuerpo de Quath mientras huía. Los dientes agudos de las piedras la mordían. Tropezó varias veces y casi se cayó. Los fragmentos de roca recién surgidos del subsuelo habían florecido en abanicos negros con los nuevos terremotos. Ella sentía cómo arañaban la parte inferior de su organismo. Sus mentes crujían en medio de una confusión completa y su única reacción por el momento era huir, moverse, correr.

Había estado muy cerca. Casi se había quedado atrapada dentro de la mente del Nada que había invadido.

Sin embargo, eso era imposible. La suya era una mente múltiple, bien ordenada, capaz de recordar enormes volúmenes de conocimiento, de dominar fuentes mentales en un microsegundo, de aplastar con su masa impresionante y sólo con ella cualquier mente simple y lineal como la de un Nada. En realidad, allá en la Colmena sólo se había asomado a la mente de su Nada. Preocupada por otras cuestiones, sólo había procurado un contacto leve. Ocupar al segundo Nada había resultado igualmente fácil. Y, claro, cada vez había superado una barrera insospechada y había ido un poco más adentro.

A pesar de los golpes lacerantes y las torceduras, no había podido liberarse de esa última inteligencia aparentemente menor. Mientras trataba de soltarse, había descubierto que su aura estaba sumergida en una capa inferior pantanosa que quería tragársela. Era una superficie espesa y empalagosa, una confusión de impulsos inconscientes, recuerdos, subsistemas deformes.

Allí era donde vivía el Nada en realidad. Quath había sentido su llamada pringosa y primitiva en un instante de dolor y sorpresa infinitos. Las capas superiores de la mente eran mediocres y complacientes, como pasillos suaves, frescos, por debajo de los compromisos lineales de la conciencia; más abajo, en cambio, en cámaras emparedadas y ramificadas con propósitos duros como el hueso, se agazapaba un laberinto complejo, viscoso de energía extraña.

Tal vez eran mentes. Quath no estaba segura de que el Nada fuera una inteligencia solitaria.

Los escalones superiores habían parecido sobre todo un estadio pasivo y no una entidad directiva. Ahí, en un área llana, ancha, por encima de los hervideros pegajosos, luchaban facciones de la submente. Un abismo como unas grandes fauces abiertas y negras.

Los instintos hablaban con tranquilidad, con eficiencia, sin callarse nunca. Las emociones brillaban con mucho calor, deseando, buscando, llamando siempre a la inteligencia superior, arrastrándola hacia lugares que la alejaban de sus propósitos.

Había súbitos crecimientos hormonales, no para llevar información ni imágenes holísticas, como sucedía en el interior de Quath, sino para inundar el flujo sanguíneo con exigencias urgentes.

Esos heraldos llevaban las respuestas de órganos muy alejados del cerebro, obligando a otras hormonas a entrar en el flujo lleno de latidos y agregando voces alcalinas al rumor de charla.

Las ideas se elevaban como torres cristalinas desde ese pantano, brillantes y frías, pero el barro químico y aromático las salpicaba como sangre sobre un cristal.

Esos elementos se fundían y luchaban como ejércitos que se enfrentaban en emboscadas pasajeras, fermentando, girando en encontronazos salvajes. Los bastiones quebradizos del pensamiento analítico estaban quebrados por estallidos constantes y atronadores. Un pantano devorador lamía con rabia las duras orillas de la razón, erosionando los salientes antiguos mientras se construían otros nuevos.

Sin embargo, esa batalla interior no producía una confusión o una indecisión permanentes. De alguna forma, había una visión única que controlaba las facciones vitales y fervientes. Los actos de esa visión seleccionaban partes de la miríada de influencias y no dejaban que ninguna dominara durante mucho tiempo.

Quath se maravillaba ante la energía desatada que había detrás de esas luchas constantes, y al mismo tiempo sentía una especie de reconocimiento mezclado con repulsión.

El paisaje interior del Nada resultaba mucho más complejo de lo que debía ser. Las razones por las que no habían alcanzado la sofisticación tecnológica de las podia eran evidentes: avanzaban arrastrados por una tormenta llena de alaridos y cada una de sus percepciones estaba borrada por los vientos desatados de la pasión.

Pero al mismo tiempo, tenían una forma curiosa de navegar sobre la superficie de esas corrientes cruzadas y salvajes con sabor a alquimia. De todo eso surgía algún tipo de equilibrio o extraña firmeza. Así caminaban, cayendo hacia delante y después rescatándose con la fuerza de la otra pierna. Eso hacía surgir una cadencia que parecía un eco de la naturaleza precaria del ser mismo.

No era una mente aislada, pero tampoco una serie entrelazada de inteligencias múltiples, como Quath.

Tenía que informar a la Tukar’ramin, sí. Ese descubrimiento constituía toda una sorpresa y tenía consecuencias que Quath no podía imaginar. Pero por ahora no podía pensar con claridad. Sus mentes más pequeñas le pedían que siguiera diferentes cursos de acción, aullando y resistiéndose. Ella las silenció e impuso una decisión absoluta: quedarse lo bastante apartada de los Nadas para evitar la detección. Tenía que aprender más acerca de ellos.

Todavía sentía hilos de la mente del Nada aferrados a su cuerpo. Rozaban su campo de visión como brillantes trazos de duda. El aire mismo gritaba con vientos de escepticismo.

En medio de una confusión llena de ruidos, Quath siguió adelante, tropezando.