E
l atardecer había regresado antes de que escalaran las últimas colinas y se arrastraban a través del pecho de la montaña.
Killeen vio cómo se hundía un sol rojizo detrás del pico siguiente. Se dirigía al sur. Le había costado acostumbrar sus sentidos a ese planeta y comprender que tenía estaciones más templadas que las de Nieveclara. La gravedad menor y los días más cortos perturbaban sus ritmos internos. El efecto se hacía patente en todos, pensó, mientras miraba la retaguardia de los Bishop, que luchaba para subir la ladera de granito oscuro. Después de la lluvia de la noche anterior, los había acompañado un viento helado y la marcha se había hecho más difícil. Cuando el agua entraba en las botas, nada funcionaba bien hasta que tenían tiempo para detenerse y trabajar con el metal. Pero tenían prisa. Killeen había bromeado, rogado y ordenado, y había mantenido a los Bishop en movimiento a través del barro resbaladizo y las selvas destruidas.
Ahora miró hacia atrás, buscando a los cíbers. Deseaba librarse de las botas. Buscó una solución de compromiso sentándose en una piedra y soltando los broches de presión de las piernas. Hubiese dado un suspiro de alivio, pero Cermo estaba muy cerca y no quiso abrir los labios. Su sentido de la disciplina se lo impedía.
Los terremotos habían derrumbado los riscos y los habían vuelto a crear. El río que corría más abajo estaba excavando un nuevo canal, porque lo habían expulsado del antiguo. La geología parecía haber apresurado su ritmo lento, como si tuviera miedo de que la alcanzaran nuevos desastres. La lluvia había formado innumerables arroyos fangosos que se extendían como manos de dedos sinuosos a través de las llanuras, alimentando lagos marrones. Surgían grupos ahogados de árboles escuálidos de las aguas turbias, y el sol inclinado se enredaba en las copas condenadas.
Estamos cerca del ecuador, así que al menos no hemos sufrido los efectos de enfriamiento de la cuerda cósmica. Parece que la cuerda ha despojado al planeta de parte de su atmósfera, así que no está tan aislado contra el frío del espacio.
—Pensé que los terremotos calentarían las cosas —contestó Killeen al Aspecto Arthur.
La pérdida del aire tiene un efecto inmediato más poderoso. El calor profundo tiene que difundirse desde el interior. Sin embargo, debemos esperar pronto otra excavación del núcleo. Ahora el hilo parece estar latiendo con más energía.
Killeen espió el cielo, que se iba oscureciendo, y vio la curva aguzada contra el fondo multicolor de las nubes interestelares. No se había movido en todo el día, lo cual significaba que los cíbers lo estaban haciendo rotar con el planeta. Si empezaba a girar, deberían prepararse para más terremotos o algo peor.
Los terremotos constituyen un peligro solamente para los habitantes de las ciudades o las Ciudadelas. Al aire libre, el mayor riesgo son los deslizamientos de tierra, y supongo que ya hay más suelo suelto esperando para formar una avalancha.
—Tal vez, no vaya a ser que esta montaña decida que quiere bajar al valle.
Killeen sintió que la grava se deslizaba por la ladera, como amenazándolos, y se volvió para enfrentarse con Shibo, que venía caminando desde el grupo de avanzada.
—El Campamento de la Tribu está al otro lado —informó ella. No habían utilizado los comunicadores desde que llegaron a la cara de la montaña, porque en aquel lugar cualquier receptor que funcionara en línea visual podía detectarlos a larga distancia. Significaba perder gran parte del flujo de información, pero Killeen se sentía demasiado expuesto incluso sin eso. Cada piedra podía ser un detector cíber esperando a que alguien lo pisara, o funcionando constantemente en secreto.
—Pasa revista a la columna —ordenó—. Quiero una marcha en formación con las armas listas.
Se sintió orgulloso de los Bishop cuando pasaron frente a las líneas de la Tribu hacia la cima de la montaña. Las Familias estaban distribuidas sobre los salientes de granito tachonado de plata que se abrían por debajo de la cima, pero Killeen no se detuvo a acampar. Marchó con los Bishop directamente hacia el centro, donde ya estaba preparada la gran carpa que flameaba bajo el viento frío. Dirigió un gesto a sus lugartenientes para que lo flanquearan y no aminoró la marcha hasta que llegaron al gran claro que ocupaba la carpa principal en el pico de la montaña.
Su Supremacía salió de la carpa al encuentro de los Bishop. De pie junto a sus oficiales, lo miró con el rostro severo y los ojos vacíos cuando Killeen le dirigió el saludo tradicional.
—Retrocediste sin mi orden —espetó el hombre sin devolverle el saludo.
—Comprendí que mi Familia iba a ser derrotada por completo —dijo Killeen con formalidad.
—¿Quién puede dominar a los que huyen con tanta rapidez?
—Tuvimos muchas bajas. Ocho…
—Todas las Familias tuvieron pérdidas —replicó Su Supremacía. Después lo repitió en voz más alta, separando y destacando las palabras. La gente lo oyó y llegó hasta allí corriendo.
Killeen vio que los Bishop desaparecían en medio de las multitudes de la Tribu. Su Supremacía iba a montar un buen espectáculo.
—Ese es el camino que debemos seguir, esa es la forma de luchar si queremos destrozar a esos monstruos. —Su Supremacía hizo resonar la larga frase con deleite, como una llamada de clarín. Una expresión exaltada le transfiguró el rostro apasionado cuando se volvió hacia Killeen—. Las otras Familias no se quejan por sus muertos. Simplemente entierran a los héroes y siguen adelante, obedientes.
—Nosotros no enterramos a nadie —dijo Killeen con cuidado—. Los dejamos en el campo.
—¡Ja ja! Los Niner trajeron más de una docena de muertos.
—¿Y cuántos murieron en la empresa?
Un crujido en la multitud. Su Supremacía se burló.
—No consideramos que esas pérdidas sean diferentes. Es una causa noble.
—Yo prefiero que me maten en un ataque y no arrastrando cadáveres.
—De eso estoy seguro, capitán. Ya me he dado cuenta de que respetáis muy poco nuestros métodos probados por el tiempo. No tenéis sentido de las transgresiones.
Killeen empezó a replicar y se contuvo. Eso iba a convertirse en una humillación pública. O en algo peor. Trató de pensar en algo que pudiera calmar al hombrecito, cuya cara tenía ahora una cualidad transfigurada, casi transparente.
—Además, he notado que has llegado a faltarle el respeto a Mi Santidad. Hasta este momento he preferido pensar que era a causa de tus orígenes en una estrella extraña.
Killeen no pudo resistir el mostrarse de acuerdo.
—Sí, tal vez sea por eso.
Los ojos de Su Supremacía perdieron su extraño vacío. Una mirada oscura los convirtió en rendijas amenazantes.
—¿Tal vez consideras que las reglas de Dios no se aplican a las Familias extranjeras?
La mandíbula de Killeen se puso tensa por el esfuerzo. Killeen trató de dominar el deseo de contestar con una agresión, para lo cual necesitaba todas sus fuerzas.
—Por supuesto que no —dijo despacio—. La lengua de la Tribu es diferente de la nuestra, tengo dificultades para hablarla y tal vez vosotros no nos entendéis bien. Nosotros, los humanos, hemos estado separados mucho tiempo, no debemos olvidarlo. ¿Cómo…? —Apretó la mandíbula otra vez y continuó—. ¿Cómo podría faltar el respeto a Su Supremacía? ¿A la mente más grande de la historia de nuestra especie?
El hombrecito macizo asintió como si ese último cumplido fuera un hecho. Killeen experimentó un gran alivio cuando vio que la alabanza directa no lo convertía en sospechoso. Tal vez ese hombre que se creía Dios desayunaba todos los días con frases semejantes.
—Tienes una forma muy extraña de mostrar tu respeto, capitán de los Bishop. La batalla iba bien.
—Caíamos como moscas.
—Pero todas las batallas cuestan un precio, ahí está la gloria. Solamente los grandes sacrificios pueden conducirnos a la victoria. Ese es el punto que no veían los mayores y capitanes que me precedieron, y que solamente la intervención divina, corporizada en mí, ha podido solucionar.
—Ya veo, Su Supremacía.
—Es nuestra valentía, nuestra rabia sagrada, nuestro divino atrevimiento a las heridas mortales e incluso a la muerte, lo que nos pone por encima de los monstruos y los demonios que han caído como una maldición sobre nuestro planeta materno…
Eso provocó un grito de alegría de la Tribu. La multitud, con los ojos cálidos y la boca tensa, parecía un sólo animal subyugado. Las caras de todos temblaban de anticipación por lo que iba a suceder. Killeen se sumó a los gritos un poco tarde, al igual que sus subordinados. Su Supremacía lo advirtió, y de pronto, levantó las manos y pidió silencio.
—Veo una lentitud en ti, capitán de los Bishop. Una reticencia a seguir mis órdenes, las órdenes de Mi Sagrado Yo.
—No, yo…
Los ojos de Su Supremacía brillaron de rabia.
—¿No?
—Bueno, yo…
—El Dios de la Ira Sagrada no acepta la palabra «no», así, sin títulos, sobre todo de un capitán que huye. Creo que hablas demasiado. ¡De rodillas!
Los oficiales se acercaron y golpearon hábilmente la parte posterior de las rodillas de Killeen, que cayó hacia delante en el suelo. Alguien le ató las manos a la espalda y las levantó, de manera que Killeen tuvo que inclinarse involuntariamente. Miró los adornos que colgaban del cinturón ancho y escarlata de Su Supremacía. Uno era una pequeña cabeza humana tallada, una cara que sonreía. Otro parecía un fragmento de un caparazón de mec, trabajando para que se pareciera a un gran palo del cual brotaba una larga espiga.
—¿Te das cuenta de que los cíbers utilizan los cadáveres que se dejan en el campo?
—Sí. —Killeen no quiso decir nada más porque sabía que si seguía adelante, sin lugar a dudas se le escaparía el sarcasmo.
—Infectan a nuestros héroes con huevos. ¡Huevos de demonios!
—Sí.
—Y sin embargo, aunque lo sabías, preferiste desobedecer.
—Pensé en la seguridad de mi Familia.
—¿Y cómo te sentirás cuando veas a los demonios arrastrándose por las colinas, demonios nacidos de tus muertos abandonados?
A Killeen no se le ocurrió nada que decir a eso, así que bajó la cabeza.
—Una parte de Mi Santidad me exige que te borre de mi causa. Podría ordenar que te llevaran al pozo hasta que los fluidos de corrupción se te hayan secado en el cuerpo.
La multitud murmuró ansiosa. Killeen vio que Toby acercaba una mano al rifle. Meneó la cabeza levemente. Su hijo dejó caer la mano de mala gana. Killeen vio por el rabillo del ojo que la mirada de Shibo estaba preñada de algo que él no podría dominar. Ella estaba quieta, de pie, tensa, en una posición que Killeen conocía bien.
—Nosotros, los Bishop —dijo rápidamente—, estamos hambrientos por su causa.
—¿Con ferocidad? ¿A pesar de lo que dijo ese demonio celeste del que todos fuimos testigos?
—Un hambre profunda. Sí. Sí —se obligó a gritar—. Muéstrenos usted el camino correcto.
Hubo gritos y silbidos en la multitud.
Una expresión de extrañeza cruzó la cara de Su Supremacía, y sus ojos se vaciaron de nuevo. Le temblaron los labios y miró hacia arriba, como si buscara la inspiración celestial. La multitud se movió, inquieta. Un viento helado barrió la cima de la montaña.
Finalmente, Su Supremacía dijo:
—La generosidad también es sabia a veces. La piedad puede surgir de mí tanto como el castigo.
La multitud suspiró, desilusionada.
—Pero no puedo permitir que una Familia completa se someta a la guía de un capitán así.
Killeen abrió la boca y la cerró. Los estados de ánimo de aquel hombre cambiaban tanto que no podía seguirlos.
—Así que voy a nombrar un nuevo capitán para los Bishop. A prueba y conservando el derecho de nombrarlo. Tú —dijo señalando a Jocelyn—, tú serás la nueva capitana de los Bishop. ¡Un paso al frente!
Jocelyn avanzó un paso e hizo el saludo militar con elegancia.
Unas manos soltaron a Killeen y lo ayudaron a levantarse.
—Espero una obediencia instantánea en todo lo que diga.
—Sí, señor.
—Empezaremos a organizar de inmediato la próxima batalla, una lucha enorme que significará el principio del fin para los monstruos. Esta vez los Bishop irán delante.
—Muy bien, Su Supremacía —asintió Jocelyn—. Nos sentimos honrados.
—Los Bishop deben prepararse —ordenó Su Supremacía en voz tonante—. Esta noche, celebraréis con vuestros exaltados y santos compañeros de la Tribu las victorias que vendrán…
Hizo un gesto para que ella se retirara. Jocelyn dio un paso atrás y se inclinó. La multitud aulló y empezó a desordenarse. Los Bishop se miraron unos a otros, desconcertados.
Jocelyn fue hasta donde estaba Killeen, que no se había movido. Sólo cuando ella se colocó firmes a su lado, Killeen se dio cuenta de que debía volver a ponerse con los demás. Se quedó mudo, tembló y se colocó en la fila. Detrás de él, Su Supremacía siguió anunciando la celebración de algún acto religioso. La idea de participar en un festival esa noche, después de las pérdidas que habían sufrido las Familias, llenaba la boca de Killeen de un gusto amargo. Los miembros de la Familia, atónitos por el cambio brusco de capitanes, lo miraban con los ojos muy abiertos mientras él desfilaba junto a los escuadrones bien formados. Algunos lo saludaron a escondidas y otros inclinaron la cabeza en señal de respeto. Bajo los pies magullados de Killeen, el mundo parecía fresco y duro.