Q
uath disparó con limpieza en medio de los Nadas. El angosto rayo golpeó directo contra ese extraño Nada manejado por los mecs. Ella sintió que la presencia mec se desvanecía, que los fragmentos empezaban a girar hacia la nada. Perfecto.
Su plan, urdido a solas en la larga noche, estaba casi listo. Hasta hacía unos minutos, los Nadas habían estado en orden. Solamente tenía que actuar.
Pero entonces había empezado aquella discusión entre los Nadas. Y algo todavía peor: Beq’qdahl, que se acercaba. Quath sentía que la elegancia de su plan se deshacía en pedazos.
El tiempo transcurrió más lento para ella. Sus submentes buscaron y solucionaron los problemas y consecuencias.
El parásito mec estaba muy bien escondido. Quath lo había sentido al pasar por la cima de la montaña. Pero las mentes complejas de los Nadas habían oscurecido la inteligencia de acero que se escurría como una sombra cada vez que Quath la buscaba.
En el momento del disparo, el mec se había abierto hacia fuera. Quath captó la esencia de aquel mec, la energía delicada, dividida como un mosaico, que se había unido con fuerza a la debilidad del Nada. Quath se extendió para comprender el perfume de aquel defecto en los Nadas: una necesidad furiosa, negra, ahogada, de dolor y de sangre.
¡Sí! Y con una ironía monumental, aquel lugar blando y venenoso giraba sobre la mayor fuerza de los Nadas. Su sabiduría surgía del poderoso sentido de la mortalidad. Eso ella lo sabía. Eso les daba la energía necesaria para aferrarse a cada momento como algo único, para recordarlo sin remordimiento, como algo incluso luminoso.
Sin embargo, muchos Nadas huían de aquella roca de poder. Su fiebre los llenaba de fantasías y deseos. Deseaban no ser Nadas, anhelaban llegar a ser la más poderosa de las entidades vivas, unida de algún modo con la encarnación de la naturaleza misma. ¡Locura! Era evidente que la sabiduría significaba aceptar el estado de cada uno en la jerarquía de la vida e inteligencia. Reclamar poderes grotescos era una negación de todo lo que enseñaba la vida.
Pero al comprender esta faceta, Quath vio que las podia se equivocaban en igual medida. Las Verdades, la Síntesis…, ¿no hacían lo mismo, acaso? Reclamaban una conexión entre el yo y la materia inerte. Entonaban creencias en poderes invisibles.
Los mecs eran muy inteligentes si habían descubierto esa debilidad en los Nadas. Un escalofrío amargo recorrió el cuerpo de Quath. Se daba cuenta de que los mecs también debían de haber comprendido las profundas motivaciones de las podia.
Con este conocimiento, los mecs tenían una inmensa ventaja sobre las podia. ¿Por qué, entonces, les habían permitido tomar aquel planeta con tanta facilidad?
Quath sintió que el suelo se estremecía bajo sus pies y en ese instante sus mentes tejieron los hilos leves de sospecha que habían estado allí, esperando, durante tanto tiempo.
¡Sí! Los mecs eran mucho más de lo que sospechaban las podias. Sus submentes crujieron llenas de incógnitas.
Habían traído a esos Nadas a la lucha contra las podia y también habían traído la nave antigua.
Los experimentos con los quásares nunca se habían explicado.
La defensa del Centro Galáctico contra todas las formas de vida se basaba en razones desconocidas.
Claro, dijo una de las submentes, las densidades de energía son mayores allí. Los mecs saben cómo dominar el flujo en bruto de las corrientes y los fotones. La vida es más vulnerable a esas energías. En el esquema más natural de las cosas, la vida orgánica no tiene por qué desear acercarse al apetito insaciable del agujero negro. Incluso las podia, incrustadas con cerámica y aleaciones fuertes, sufren la lluvia de protones en el espacio profundo. Los Nadas, tan indefensos, tienen que recibir en mayor medida la amenaza de las efusiones del agujero.
Sin embargo, habían llegado. ¿Por qué? Quath nunca había examinado este asunto hasta el fondo; en realidad, hasta ese momento ni siquiera lo había visto como un enigma particular.
Toda la vida, ya fuera envuelta en hueso, en caparazón o en piel frágil y delgada, parecía sentir que el Centro Galáctico era la meta, el secreto que debían conquistar. La clave, tal vez, para hallar el significado de sus breves existencias.
Pero ¿qué buscaban en realidad? ¿Y por qué?
¿Lo sabían las Iluminadas? El simple hecho de que hubieran discutido acerca del destino de un Nada hablaba en contra de esa creencia.
¿Acaso los Nadas tenían una de las piezas cruciales del rompecabezas? De pronto, esa idea no le pareció tan descabellada.
Se tambaleó durante una fracción de segundo. Después, las lecciones de décadas de historia se afirmaron en ella. Volvió a fijar su atención en el mundo exterior, más allá del clamor de sus submentes.
Porque había empezado lo peor. La banda de Beq’qdahl se preparaba para el ataque.
Quath se había escondido entre los estratos derrumbados por encima del nido de los Nadas. La guardia final del grupo ya había pasado y no estaban lejos de su meta.
Aquí, las fallas eran como planos fracturados sostenidos en el aire. Los salientes de piedra se alzaban hacia el cielo argentino. Beq’qdahl y las suyas habían subido arrastrándose entre las piedras y estaban muy cerca de los confusos Nadas.
Quath captó la señal de ataque que enviaba Beq’qdahl. Ahora desatarían el infierno. Tenía que dar tiempo a los Nadas y avisarles.
‹¡Alto!›, llamó. Dejó que la señal se diseminara en el espectro. Su Nada la sentiría.
‹¡Quath!› Beq’qdahl estaba sorprendida.
‹Sí, traidora›.
‹¡Nos heriste, nos perseguiste!›.
‹Tú desobedeces a la Tukar’ramin. Hubo un tiempo en que antes habrías preferido morderte parte de tus piernas›.
‹Hubo en tiempo en que tú no eras tan estúpida›.
‹¿Ah sí? Tal vez fue cuando te ayudé›.
Beq’qdahl hablaba con cuidado y trataba de disimular su furia.
‹La ambición no es ningún pecado›.
‹Tampoco la lealtad›.
‹Yo sigo a las Iluminadas›.
‹A algunas Iluminadas…›.
‹Aléjate de esos animales mientras trabajamos. Después hablaremos›.
‹No, será mejor que lo hagamos ahora›.
Quath envió un estallido duro y directo hacia la voz de Beq’qdahl. El disparo se perdió entre las paredes de piedra.
Empezó la batalla. Quath corría y se agachaba. Había elegido bien su posición. La superioridad de su equipo le permitía interceptar la mayoría de los disparos. Incapacitó a tres podia con pulsos rápidos, destructivos. Pero tenía poco armamento.
Beq’qdahl era la clave. Las otras huirían si la líder caía. Quath buscó con un aura cónica y disparó a Beq’qdahl.
Ahora veía el verdadero ser de su enemiga. Sus metas eran simples. Chupar hilos dulces y planificar maldades; era culpable sólo de malicia casual y de ignorancia, y estaba armada con una gran seguridad en sí misma.
No habría sido mucho peor que eso si no se hubiera suscitado el conflicto entre las Iluminadas. ¿Debía morir por ese accidente menor?
Quath no tenía respuesta a esa pregunta. Si sus genes de Filósofa la hubieran dejado en paz, esos interrogantes nunca se le habrían ocurrido. Ella lo sabía. Se tranquilizó y corrió hacia delante.
Luego llegó el momento en que Beq’qdahl quedó expuesta…, y Quath no pudo disparar.
En lugar de eso, trepó sobre los últimos estratos fracturados y corrió directamente hacia la banda de Nadas, que huían, disparando.
Gritos, aullidos, explosiones. Pasaron junto a ella como motas pequeñas y rápidas. Ella llevaba sus escudos en alto y los disparos no la afectaban más que pinchazos torpes y molestos.
¡Su Nada! ¡Ahí estaba! Emitía ondas opalescentes de calor. Ayudaba a otro Nada a levantarse…, sí, una hembra, tenía que acostumbrarse a no pensar en ellos como animales.
Pero Beq’qdahl también había visto cuál era el Nada de Quath. Ahora se preparaba para dispararle.
Sin embargo, Quath no podía matarla. Era Beq’qdahl, su compañera tejedora, Beq’qdahl…
La presencia rabiosa de su Nada se abrió paso de pronto a través de Quath con una inercia enorme. El animal…, no, ese ser… comprendía la esencia resbaladiza y terrible de aquel instante. Se volvió y miró a Beq’qdahl en el paisaje confuso y quebrado.
Apuntó. Disparó.
Beq’qdahl saltó en pedazos. Las llamas asomaron por su cuerpo.
Quath sintió una sacudida de dolor. Oyó el grito angustiado de Beq’qdahl, que se diseminó como un incendio por el espectro.
Su amiga y rival estaba agonizando. El arma del Nada había quebrado su comportamiento principal. Todavía había fragmentos ocultos en las submentes de Beq’qdahl. A menos que Quath se acercara a salvar lo que quedaba, Beq’qdahl se extinguiría, se debilitaría, moriría.
Un remordimiento feroz inundó a Quath. Pero siguió adelante.
Hacia su Nada. Ignoró las flechas y disparos de la multitud que la rodeaba.
Hacia la cita que había hecho con el remolino y la rotación de la gravedad y el tiempo.