Q
uath se arrastró con cuidado hacia delante. Apenas le quedaban armas.
Había llegado la hora de usar la astucia y la prudencia, o el día estaba perdido.
Los Nadas seguían cayendo.
En una lucha franca contra la banda de Beq’qdahl, habrían caído todos en pocos instantes, pero ella había maniobrado en ese terreno ventajoso para atacar a las podia desde atrás. Bailó sobre las laderas como una nube efímera y fantasmal. El equipo adicional que le había proporcionado la Tukar’ramin funcionaba bien, gimiendo y ronroneando en el aire lleno de imágenes ilusorias. Cuando las podia la atacaban, los disparos salían completamente errados y terminaban levantando aún más el suelo torturado.
Pero el juego se estaba poniendo difícil.
Los Nadas estaban acorralados junto al río y Quath ya no podía hacer mucho por ellos.
Oyó que Beq’qdahl se enorgullecía, excitada:
‹¡La manada principal se está moviendo! ¿Los ves?›.
Quath enfocó la montaña lejana, donde temblaban las pequeñas auras de un gran grupo de Nadas. Se había preguntado por qué no entraban en batalla.
Una de las podia de Beq’qdahl la interrumpió:
‹¿Los perseguimos?›.
Quath se ilusionó, pero Beq’qdahl contestó:
‹No. Tenemos que terminar con estos insectos cuanto antes. Si no, no podremos estar seguras›.
Claro. Beq’qdahl no sabía cuál de los Nadas era el importante y ni siquiera sospechaba que todos lo eran por la interdependencia que los unía, a pesar de que ellos se creían seres individuales.
‹¡Los quiero a todos!›, gritó Beq’qdahl.
Quath acabó con una podia distante mediante una onda rápida de ultravioletas. La podia se agachó, desorientada y rodó por una colina, con dos piernas menos. Bien hecho.
Se estaba acercando a su Nada pero ahora sentía un sesgo de la rabia furiosa que ese animal, bueno no, él, estaba experimentando. No contra las podia, sino contra el cuerpo principal de Nadas.
Los Nadas cercanos estaban unidos por los hilos ambarinos que Quath sentía cada vez con más fuerza. La extraña tensión entre su yo y los de los demás emitía una poderosa energía. Había una red entre ellos. Sintió que los hilos translúcidos se le hundían gradualmente en las mentes y submentes. El toque resultaba fresco y extrañamente reconfortante.
La rabia recorría a todo el grupo. Una rabia que procedía de la médula de los huesos, rabia contra los suyos, la rabia feroz de la traición.
Quath se dio cuenta, sorprendida, de que esos olores amargos se parecían a la ira caliente que ella experimentaba contra Beq’qdahl y las otras traidoras.
Su humor se alzó, alcalino, en las gargantas secas. Se deslizó por una quebrada recién abierta en las colinas. Su Nada estaba al frente y lo que hacía parecía urgente.
Los que estaban junto a él seguían luchando, envueltos en un aura de fatiga intensa. La desesperación formaba lazos amarillos de bilis entre ellos.
Quath vio a Beq’qdahl que se acercaba corriendo mientras trataba de permanecer oculta en el refugio de las rocas caídas y las ruinas de las fábricas de los mecs. Amargura. Las llamas anaranjadas consumían la cobertura de una podia de seis patas que había muerto muy cerca.
Quath cambió a visión normal. El suelo se hundía en rosados agresivos. Las montañas lejanas se enfriaban con rapidez y parecían reductos azules que se desvanecían en la noche. Un torrente púrpura y negro marcaba la gran línea de la falla.
Se acercó a la batalla con sigilo.
Vio a una multipodia y le paralizó los discos de microondas con un disparo certero.
Se giró y vio retroceder a un Nada. Antes de que pudiera darse cuenta de cuál de las podia lo perseguía, un disparo agudo perforó la noche.
Demasiado tarde. Otro Nada herido o muerto.
Entonces la red entre las criaturas se retorció y se quebró con violencia. Así sentían la muerte, como algo todavía más fuerte que el rechazo de Quath a los fríos hechos del universo. Una tristeza tal vez más profunda, enlazada con una sensación sombría de mortalidad. Era peor ser pequeño y frágil y estar solo en la noche. Quath lo comprendía ahora. Sin embargo, aquellos seres lo hacían.
Demasiado tarde. Demasiado tarde.