13

E

n ese momento en que podía observar la pelea sin hundirse en ella todavía, pensó Killeen, en ese momento, llegaba el miedo hasta la garganta y la cerraba casi por completo.

Los cientos de batallas anteriores que había librado carecían de importancia, siempre se repetía la misma sensación. Miedo a las heridas. Miedo a la muerte. Aquí, quedar malherido era lo mismo que morir, pero más lento, arrastrado por el equipo de mantenimiento, sufriendo tirones y hemorragias, despacio.

Además, tenía el miedo terrible al fracaso. Fallar ahora destruiría toda su obra. Si perdían, su larga búsqueda de un refugio para la humanidad, cualquier refugio, habría terminado para siempre y nunca se reemprendería.

Había aprendido lo que debía hacer para soltar la garra que le aferraba la garganta. Cuando estuviera en la batalla, el instinto y el entrenamiento se ocuparían de todo. Pero mientras sus ojos registraban la llanura seca y quebrada, temblorosa en el espectro, todavía tenía una oportunidad para retirarse. Eso lo empeoraba todo. Su lado racional pedía un motivo, cualquier motivo, para detenerse, para reconsiderar. Después de todo, la capitana Jocelyn lo había dejado allí, a cargo de las reservas. El día anterior le había pedido con todo derecho los chips que daban a un capitán la visión completa de los movimientos de la Familia.

Y unos pocos momentos antes, ella había tomado las reservas bajo su comando directo. El avance de Cermo se había detenido un poco más adelante. Evidentemente Jocelyn quería romper ese punto muerto arrojando más material a la cabeza del ataque. Había llevado a los Bishop hacia la derecha, por una garganta estrecha que les permitía protegerse de los disparos certeros de largo alcance de los cíbers.

Había dejado a Killeen sin tarea alguna. De acuerdo. Podía unirse al ataque cuando la Familia se lanzara por las laderas de las montañas hacia los pies de las colinas.

O podía quedarse allí, como le exigía el grito ronco de la razón. Si se quedaba atrás, tal vez podría ofrecer refugio a los Bishop en el equipo de suministros de la Tribu. Esa también era una tarea vital.

No se había sentido así desde hacía años. Resultaba delicioso dejar de lado por un momento toda la responsabilidad, tomar el camino más fácil. Y era más seguro.

Suspiró. Ahora era un hombre diferente. No era más sabio, probablemente, pero se daba cuenta de cómo se sentiría si llevara a cabo esa fantasía.

Se dirigió colina abajo. No sería capaz de quedarse atrás mientras los seres que más quería en el mundo libraban una guerra difícil.

Encontró un blanco cíber que huía y disparó. No hubo señales de que le hubiera acertado, pero eso no importaba. Su entrenamiento lo empujaba hacia delante, corriendo y protegiéndose entre las rocas, y él dejó que la práctica y el instinto tomaran el control de las cosas.

La Familia Bishop se había distribuido sobre la loma. Se movían a través de los bosques de árboles escuálidos que crecían en las laderas. La luz inclinada de la tarde confundía las sombras. Su Supremacía había insistido en llevar a cabo la acción aunque ya no quedaban muchas horas de luz. Su juicio divino había prevalecido sobre el consejo de sus oficiales, por supuesto.

Killeen había vigilado el valle desde atrás de un grupo de rocas grandes sobre la línea de los árboles. Cuando entró en los bosques, echó una mirada sobre los extraños arcos de los árboles, que parecían paraguas, y escudriñó el cielo. No encontró señales de naves. Eso era un alivio. Los cíbers parecían incapaces de copiar los avances de los mecs en el aire.

—¡Cermo! A la izquierda. Puedes hacer fuego de enfilada desde esa quebrada profunda en la colina.

—Sí —contestó Cermo en el comunicador—. Estoy recibiendo estallidos IR aquí. Nadie está herido.

—No tiene sentido que te quedes ciego. Cúbrete.

—Ya lo he hecho —replicó Cermo, remilgado.

Killeen siempre recordaba que debía dejar libertad de acción a sus oficiales. Jocelyn era capitana, pero Cermo y Shibo solamente la aceptaban a regañadientes. En el fragor del combate, los oficiales todavía prestarían atención a sus sugerencias si él decidía romper el silencio.

Corrió a través de la selva espesa con pasos largos, apresurados. Un suelo fértil y húmedo amortiguó sus pasos. Los bosques parecían escuchar la batalla con una expectativa silenciosa. Las reservas de energía de las botas le daban una fuerza que lo conducía hacia abajo con gran rapidez, y ni siquiera se preocupaba por cubrirse. La única información útil que habían obtenido del desastre de la batalla anterior era que los cíbers todavía usaban parte de sus energías en los pulsos de microondas. Los mecs veían el mundo en microondas, sobre todo, y tal vez los cíbers pensaban que los humanos funcionaban igual. O los consideraban tan insignificantes que no se molestaban en afinar el tiro, reflexionó Killeen.

Salió a descubierto sobre el pie en la colina mientras la llamada ronca de Jocelyn resonaba por el comunicador.

—¡Formad la estrella!

Killeen vio que la capitana se desplazaba a través de una pendiente desnuda. Corría. Las reservas eran apenas puntos inestables en la distancia.

Se volvió hacia la izquierda y vio al grupo de Cermo, que disparaba con firmeza a través del desfiladero en una ladera muy empinada. Los deslizamientos de tierra habían formado escondrijos estratégicos en ese terreno y Cermo sabía muy bien cómo utilizarlos a su favor.

Pero los cíbers podían hacer lo mismo, pensó Killeen mientras veía una figura diminuta que se dejaba caer al suelo. Killeen parpadeó tres veces y apareció una ampliación electromagnética en su ojo izquierdo. Un enjambre azul y crujiente se desvanecía lentamente alrededor de un miembro de la Familia que había caído, señal de un halo de un golpe de microondas.

—¡Papá!

El tono agudo de la voz de Toby aterrorizó a Killeen. Tal vez la figura caída era…, pero no, la señal de Toby temblaba en un punto más hacía el este.

—Sí —contestó Killeen.

—Shibo está rodeada abajo de la ladera.

—¿Dónde?

—No lo sé. Los cíbers han tendido una cortina de estática.

Killeen buscó a Shibo y no descubrió señal alguna de su código de colores. El centro de su sistema sensorial era una gran cortina gris.

—Quédate ahí.

Se lanzó a toda velocidad mientras reducía el sistema sensorial al mínimo indispensable. Entre los árboles leñosos y los arbustos, los insectos cantaban alegremente, sin consciencia de la muerte que brillaba en el aire.

Toby estaba arrodillado en el borde de una grieta estrecha. Cuando Killeen aterrizó a su lado sobre la grava suelta, un golpe de microondas descendió hasta ellos y luego se disipó con un ruido agudo y desagradable.

—Ahí —dijo Toby señalando hacia abajo—. ¿Ves? Ondas de calor.

Pero las imágenes ondeadas de la colina siguiente tenían una cualidad extraña que no se parecía al efecto del aire que refracta calor.

—Es una imagen falsa —advirtió Killeen.

—Resulta difícil decir dónde está el cíber.

—Ojalá supiéramos más acerca de sus trucos. —Killeen miró el brazo vendado de Toby. Jocelyn había decidido que el muchacho se quedara atrás de la línea de fuego y llevara las municiones de reserva en su mochila—. ¿Cómo te encuentras?

—Voy tirando. Por suerte no fue mi mano derecha. No podría disparar.

—Quédate atrás, no tienes por qué disparar hoy.

Toby se mordió el labio.

—¿Eso es lo que crees?

En Nieveclara, Killeen habría hecho una observación trivial, optimista. Aquí no.

—En este ataque somos la punta de lanza de toda la Tribu. Nos resultará muy difícil retroceder cuando los cíbers nos ataquen.

—Ya se me había ocurrido.

—Algo bueno hay en no ser capitán: puedo moverme por donde quiero.

Toby sonrió.

—Casi tan bueno como una mano herida.

—Capitán falso, sí. —Killeen apoyó la mano en el hombro de su hijo—. Mira, quédate cerca. Nos cubriremos mutuamente.

Toby asintió en silencio; sus ojos seguían el plano de visión de su sistema sensorial.

—Ojalá supiéramos dónde está el cíber.

—Formemos un círculo.

Usaban el equipo estándar de fuego y maniobra. Uno de los dos dejó escapar un pulso rápido infrarrojo mientras el otro se quedaba agachado para ver el efecto de la imagen que quedaba. Cubrieron el terreno con rapidez y dejaron atrás los últimos árboles paraguas. Más abajo, los arbustos enredados y las piedras ofrecían cientos de escondrijos para que se ocultara un ser humano, pero muy pocos para ocultar a un cíber. Toby corría libremente de roca en roca. Mucho más ágil que su padre, pensó Killeen. También había una especie de orgullo en la valentía de su hijo, intacta todavía, a pesar de los años que había pasado huyendo en Nieveclara.

—Tengo algo a la izquierda —anunció Toby.

Killeen corrió sobre un grupo de zarzas y llegó junto a su hijo, jadeando. Vio una forma a través de un claro pantanoso, una forma que se movía entre los árboles.

—No dispares todavía.

—¿Piensas que es un solo cíber el que está tendiendo esta pantalla?

—Tal vez. —Pero la criatura parecía estar de pie tan escondida como podía. No disparaba, ni siquiera cuando aparecía un Bishop en el horizonte, bajando la colina.

—¿Qué hace? ¿Está escuchando?

—O buscando algo —murmuró Killeen.

—¿Qué?

—Tal vez quiere cenarse a Su Supremacía.

Toby se rio. Killeen se acomodó y miró al cíber, que subía un lejano escalón de piedra. El fragmento gris en el sistema sensorial de Killeen se estrechó más.

Miró mientras las señales de los Bishop se deslizaban a través de las colinas cercanas, hacia el valle. Era una excursión que parecía plausible, diseñada para atraer a los cíbers. Pero ¿cuánto podrían seguir sin que los interceptaran y acorralaran? Killeen dio a Toby un pedacito de azúcar que había guardado del desayuno.

—Vamos hacia la izquierda. No saltes, quédate abajo.

—Sí. Besen está con Shibo, ya sabes.

Un zumbido agudo pasó junto a Killeen. Padre e hijo se dejaron caer al suelo.

—¡Mierda! —Killeen escupió polvo—. Algo nos ha pasado bien cerca.

Toby disparó hacia el último lugar donde habían visto al cíber.

—Parece que lo estamos haciendo difícil.

Se arrastraron lentamente, golpeando contra las rocas con las botas y los escudos.

Killeen se detuvo y se examinó la cobertura del hombro. Con una emoción súbita, descubrió un agujero amarronado y nítido que la atravesaba de lado a lado. El láser no había dañado ninguna parte importante de los sistemas de transmisión. Para su sorpresa, no experimentó miedo, solamente nerviosismo.

—Disminuye el sistema sensorial, por favor —dijo a Toby con severidad.

Cortaron a través de un arroyo medio cubierto de suelo desprendido y piedras, señales de los últimos terremotos. El cíber estaba lejos. Era una vaina tubular de piel brillante y húmeda que parecía estar sudando. Tenía incrustaciones de metal y cerámica cocida que dibujaban un esquema de rompecabezas sobre la piel marrón y rugosa.

Toby le disparó primero y quemó la antena posterior. Killeen sabía que sólo tenían un momento antes de que el alienígena reaccionara. De pronto, tembló en su mente una comprensión brusca de las capas interiores del cíber, una imagen definida, segura y libre. Sacó un proyectil de su reserva y lo colocó en su lugar sobre la varilla de lanzamiento. Apuntó al promontorio central en el caparazón brillante y luego disparó sin pensar. El pequeño cilindro voló como un pájaro y destrozó una pequeña compuerta de apariencia insignificante…, pero Killeen sabía que los controles principales de los transmisores del cíber funcionaban cerca de la piel. De repente la pantalla gris se desvaneció del sistema sensorial.

—Vamos —dijo, porque no quería ver lo que haría el cíber. Escaparon tan silenciosamente como pudieron, y Killeen vio de reojo que el cíber sufría espasmos y emitía una mancha eléctrica amarillenta. Killeen sintió que la cosa estaba inmovilizada y no se preguntó cómo lo sabía.

En ese momento se oyó la señal de Shibo, no muy lejos. Corrieron a través de dos grupos de piedras derrumbadas y luego hacia arriba, sobre la cara quebrada de una capa oscura. Besen vigilaba el flanco del grupo y pudo haber matado a Toby cuando este subía por la colina. Shibo llegó desde el otro lado. Gritaba órdenes mientras corría. Killeen descubrió que estaba jadeando tanto que casi no podía hablar, y solamente la miró, como para preguntarle qué había pasado.

—Empezamos a recibir disparos —explicó ella con calma, pero Killeen veía pequeñas señales de preocupación en sus labios tensos, leves.

—¡Ya hemos derribado a dos! —exclamó Besen con alegría.

—Muy bien —dijo Toby, que miraba alrededor con cuidado—. Nosotros a uno.

—Los cíbers no mueren, ese es el problema —dijo Shibo.

—¿Se reparan? —preguntó Killeen, aunque misteriosamente ya sabía la respuesta.

—Sí, y muy rápido —dijo Shibo.

—Los mecs lo hacían a veces —apuntó Toby—. El Mantis…

—No tan rápido como estos —advirtió Shibo.

—¿Y siguen avanzando? —preguntó Killeen.

—Algunos.

—Esta vez es demasiado fácil —dijo Killeen.

Shibo lo estudió con cuidado.

—Quieres decir que no entiendes cómo les estamos dando tanto esta vez.

—Y cómo no morimos nosotros.

—Hay algo raro en el asunto.

—¿Tu cíber?

—Eso me parece. No sé cómo.

Ella meneó la cabeza.

—No lo entiendo.

—Yo tampoco.

Todos miraron entre dos grandes piedras hacia el suelo del valle que se extendía más abajo. El grupo de Cermo bajaba a través de la última línea de colinas que quedaba frente a la llanura polvorienta. Jocelyn maniobraba las reservas a través de un laberinto de arroyos que le daba buena protección. La formación estrella estaba un poco desorganizada, pero se movía. La vanguardia llevaría adelante las reservas apenas emergieran de los grandes montones de piedras. Killeen apenas reconocía las figuras lejanas con el telescopio.

—Tenemos cíbers alrededor —anunció Toby, y refirió a las mujeres cómo habían golpeado al cíber que construía la pantalla.

Shibo asintió. Se oyó el estallido de un disparo muy cerca del grupo.

—Jocelyn llegará a la llanura muy pronto.

—¿Ves algún cíber? —preguntó Besen. Su cara redonda lucía siempre una sonrisa muy leve que a veces, sin razón aparente, se abría y se llenaba de sol.

Por un momento, nadie contestó. Examinaron el suelo arenoso del valle que se extendía hasta el horizonte. Las rocas que caían de las montañas formaban un nuevo río en el centro, con el agua de varios afluentes.

El suelo del valle, que alguna vez había sido llano, estaba cubierto de fábricas mecs. Todavía había paredes erguidas, como dientes solitarios que formaban sombras bajo el sol de las últimas horas de la tarde. Los cíbers habían librado una gran batalla en aquel mismo sitio, eso era evidente por la cantidad de caparazones mecs sembrados en el lugar. Algunas ya comenzaban a oxidarse. Killeen pensó, inquieto, que los cíbers probablemente conocían bien el terreno.

También le molestaba la forma en que Besen quería entrar en combate. Los años en el Argo tal vez habían dado al antiguo capitán una capa sentimental que le resultaría difícil quitarse de encima. La Familia Bishop era otra vez una banda de perseguidos en huida constante. Tendría que acostumbrarse.

—Ya he visto dos —dijo Shibo. Envió la imagen a los sistemas de los demás. Unas formas confusas y rápidas ondearon y bailaron en medio del terreno quebrado cerca del río ancho, fangoso—. Están interfiriendo nuestros sentidos con alguna cosa.

—Yo sólo recibo estallidos y flechas —dijo Toby.

—¿Dónde? —preguntó Killeen.

—En el valle en todas partes. Se mueven despacio, pero no puedo fijar la imagen. —Toby manipuló, irritado, los controles de la puerta de su cuello.

Killeen vio las mismas claves confusas. Si cada uno de los puntitos temblorosos era un cíber y no una estratagema, el enemigo se estaba cerrando alrededor y era muy numeroso.

—Bajemos —dijo Shibo. Envió una llamada a su grupo, que estaba escondido en la colina siguiente.

Las leves señales del comunicador indicaban a Killeen cómo se desarrollaban las cosas allí abajo, sin necesidad de expandir su sistema sensorial. Gritos amortiguados y el ruido especial de los disparos de microondas de la Familia: evidentemente había confusión, incertidumbre. Killeen se movió para buscar blancos y automáticamente se mantuvo atento a todo, cosa que nadie que hubiera sido comandante alguna vez podía dejar de hacer en ningún momento. ¿Cuántos heridos? ¿Las líneas se estaban moviendo al unísono? ¿Había una zona vulnerable al ataque de flanco? ¿Estaba bien cerrada la formación de estrella y las distancias entre los grupos eran lo bastante cortas como para que pudieran apoyarse mutuamente? ¿Las tácticas elegidas eran las adecuadas para el terreno? El cambio constante de líneas de fuego, ¿no estaba dejando huecos por los que pudiera colarse el enemigo?

Los cíbers eran difíciles de juzgar. ¿Era firme el tipo de fuego que usaban? Evidentemente, las formas avanzaban valle abajo, tratando de cortar por el saliente que estaba por debajo del grupo de Cermo.

Por alguna razón, un acercamiento lento y firme parecía mucho más terrible que un ataque a la carrera. Pero el ritmo de los cíbers era furtivo, extraño, parecía correr en extraños ángulos que, sin embargo, Killeen podía prever. Podía decirse que los Bishop estaban llevando a la fuerza principal lejos del punto de ataque de la Tribu, tal como se había planificado.

Llegaron ecos de estallidos en el valle. La vanguardia de Jocelyn se extendía sobre la parte más baja. Había una falla en el centro del valle y algunos arroyos convergían hacia ella. Pequeñas cataratas se derramaban desde los altos acantilados cortando las capas de terreno que los terremotos habían dejado expuestas a la luz. El nuevo río era un dedo que señalaba hacia el horizonte. Contra esa imagen, Killeen vio los dardos neblinosos de luz fantasmal y temblorosa que tal vez eran los cíbers mismos.

—Ya es hora de que ataque la Tribu —dijo.

Shibo asintió.

—Vienen muchos cíbers, y muy rápido.

De pronto, los comunicadores se encendieron: llamada general. Jocelyn gritaba:

«¡Shibo! Ya he llamado tres veces a Su Supremacía y no contesta».

—¿Estás segura de que te has comunicado bien?

«Sí. Oigo la onda de su emisión».

—¿Le diste la señal para que empiece el ataque?

«Claro, los cíbers están aquí».

—Está muy expuesta allá abajo —comentó Killeen, preocupado.

—Vamos —dijo Shibo.

—Estamos cuidando el flanco desde aquí —intervino Killeen, tratando de mantener una voz neutral.

Shibo se humedeció los labios.

—No van a necesitar fuego de enfilada si los vencen por completo.

—Podemos cubrirlos cuando se retiren.

La voz de Shibo se tensó en el aire.

—Vamos.

La siguieron a través de los pies de las colinas que las circundaban. Killeen estuvo de acuerdo con la decisión de Shibo cuando vio el fuego que había abierto la línea débil de los Bishop. Los cíbers utilizaban pocos proyectiles, así que la batalla parecía consistir en señales aisladas de IR, UV o microondas. Los estallidos golpeaban a los Bishop y acababan con sus sistemas. A veces, el impacto también los mataba. Por primera vez, Killeen se alegró realmente de no estar al mando.

«¿Oyes algo de la Tribu?», llegó el mensaje de Jocelyn.

—No —replicó Shibo.

Killeen maldijo entre dientes.

—El combate sin comunicadores siempre constituye un problema.

Shibo activó uno de los disparadores del comunicador.

—¡Supremacía! ¿Me oye?

Para sorpresa de Killeen, se oyó la voz calmada del hombrecito en el aparato.

«Sí. Estoy al corriente de la situación».

—Entonces, ¿por qué coño no trae a sus Familias al valle? —le espetó Shibo.

«Los demonios cíbers son demasiado fuertes…, considero que no sería inteligente arriesgar a mi tropa principal hasta que sepamos cuál es la fuerza del enemigo…».

—¡La fuerza…! —Shibo jadeaba de sorpresa—. ¡Nos están acorralando aquí abajo!

«Sí, es lamentable. Pero tengo que saber más antes de…».

—No podemos mantenerlos alejados durante mucho tiempo —exclamó ella.

«Está anocheciendo… Creo que sólo empezaré a moverme cuando nos cubra la oscuridad».

Shibo miró a Killeen.

—Déjalo —dijo él.

—¡Jocelyn! —espetó Shibo—. ¿Has oído?

«Yo…, sí…, algo… No puedo creer…».

—Será mejor que lo creas. No piensa moverse hasta que le dé la gana, no importa lo que haya dicho en las reuniones. —La cara de Shibo era una máscara furiosa.

«¿Qué…, qué hacemos?».

La voz de Jocelyn estaba cubierta de fatiga.

—¿Papá? Tres cíbers —informó Toby.

Killeen siguió las indicaciones de Toby en sus sensores. Tres imágenes temblorosas se endurecieron hasta convertirse en formas definidas. Los fantasmas pálidos de esas formas descendían por la colina justo detrás de la posición del grupo.

—Mierda —masculló Killeen.

Shibo lo entendió inmediatamente y dijo:

—Aquí estamos en terreno alto. Se te vienen encima.

«Si retrocedemos, tendremos que combatir subiendo la colina en la oscuridad», respondió Jocelyn.

Los cíbers veían mejor en el infrarrojo. A medida que la tierra se enfriara, el cuerpo humano se destacaría contra el fondo del bosque frío. Habían previsto estar al otro lado del valle al anochecer, en una posición alta, en la cima de la montaña. Si lo hubieran logrado, los cíbers no habrían tenido presas en movimiento, que era lo que detectaban con más facilidad. En lugar de eso, hubieran tenido que atacar subiendo la ladera contra una defensa preparada y ordenada.

«Creo que tenemos que tomar posición en el valle», decidió Jocelyn.

Shibo frunció el ceño y miró a Killeen.

—¿Por qué?

«Su Supremacía tiene que atacar pronto. Estaremos en buena posición para sumarnos al ataque…».

—Eso, suponiendo que ataque —rebatió Killeen.

«¿Por qué lo dices?», preguntó Jocelyn con pasión.

—Porque nos está sacrificando. Somos extranjeros. Le causamos problemas. Dejará que nos maten para sacarles tiempo a los cíbers.

Shibo asintió lentamente. Los rostros de Besen y Toby parecían tensos y amargos.

«No…, no sé si puedo estar de acuerdo con eso». El tono severo y autoritario de Jocelyn se había llenado de dudas.

—Papá, parece que hay dos cíbers más en las cercanías, detrás de nosotros —interrumpió Toby.

Killeen controló las imágenes y vio cómo se cerraba la trampa.

—Mejor será que te decidas, Jocelyn —urgió—. No tenemos elección.

—Ni tiempo —añadió Besen. Tenía la cara muy pálida, los ojos agrandados.

Shibo miró a Killeen con desesperación. Él le contestó en palabras:

—Empieza a pensar. Tiene que haber una salida.

Sin decir más, se lanzaron colina abajo hacia el cuerpo principal. Adelante, los Bishop disparaban, huían y caían.