Q
uath se quedó esperando a las podia que se acercaban. Llegaban a través de un valle largo, quebrado, donde el polvo se había instalado como una gran manta gris. Los bosquecillos de árboles extraños y escuálidos oscurecían el paisaje, pero Quath veía claramente a sus compañeras por las auras eléctricas pálidas y palpitantes que no podían dejar de emitir cuando se comunicaban.
Aquí, en la parte inferior de la montaña, la tierra estaba removida y arrugada. Todos los seres humanos se habían retirado a terrenos más altos. Una quietud amenazadora flotaba sobre las rocas partidas. Los picos de las colinas rotas ofrecían innumerables escondites para el enemigo.
¿Habría podia escondidas, enviadas por las facciones rivales de Iluminadas? La Tukar’ramin le había advertido que irían a buscarla. En ese momento, la señal de la gran podia se había silenciado tras una cortina de estática.
‹¡Alto ahí!›, ordenó en tono severo y decidido. El grupo todavía estaba muy lejos, pero debía tener cuidado.
‹¿Qué? ¿Quién lo dice?›.
Quath degustó las emisiones llenas de señales y reconoció la firma familiar.
‹¡Beq’qdahl! ¿Te envía la Tukar’ramin?›.
‹Sí. Me dijo que estabas en un lío, monópoda›.
‹Vengo siguiendo a un Nada en particular y casi lo atrapo›. Quath sacó sus sensores de alta resolución para controlar el ambiente. ‹¿Y tú?›.
‹He venido a ayudarte›.
‹¿Y las demás?›.
‹Están bajo mis órdenes›.
‹¿Tus feroces osículos azules pueden comandar a tantas?›.
‹He llegado lejos. Como tú›.
‹¿Tanto como para obedecer directamente las órdenes de la Tukar’ramin?›.
‹Sí, por supuesto. Podemos darte apoyo y fuego suplementario›.
Quath experimentó una tensión súbita a medida que sus submentes comprendían las implicaciones de las palabras aparentemente intrascendentes de Beq’qdahl. La Tukar’ramin estaba fuera de contacto. Una pared de estática había descendido entre Quath y la Gran Colmena, hacia el sur.
‹¿Fuego? ¿No te das cuenta, insecto aferrado al suelo que no quiero matar?›, dijo como en una broma.
‹Estás cazando, ¿verdad? Ese trabajo siempre es peligroso›.
‹Cazo para capturar›.
Los gustos brillantes de la voz de Beq’qdahl adquirieron un tono agudo y agresivo.
‹Sí. Podemos rodear a las manadas de Nadas y empujarlas hacia ti›.
‹Es demasiado arriesgado›, objetó Quath, tensa.
Beq’qdahl emitió un sabor seco y alegre.
‹¿Para nosotras dos, tonta?›.
‹No…, para los Nadas. Se quedarán quietos y morirán antes que retroceder. Ya están acorralados›.
‹Los Nadas huyen cuando nos ven. Es una regla inamovible y verdadera›.
Beq’qdahl trataba de esconder algo tras su arrogancia o fingía valor en beneficio de las podia que la rodeaban.
‹Estos nos atacarán›.
‹¡Que lo hagan!›.
‹¿Recuerdas aquella batalla en la que luchamos juntas?›, dijo Quath, con astucia.
‹No estábamos preparadas›.
‹También los Nadas estaban menos desesperados›, replicó Quath.
Beq’qdahl envió un sabor de talante divertido e inteligente.
‹Los Nadas están siempre desesperados. Por definición. Además, tú solamente necesitas a uno, ¿verdad? El resto puede morir›.
Quath tomó una decisión.
‹Ven, Beq’qdahl. Estoy perdiendo tu señal. Hay estática›.
‹Sí. Yo también la huelo. Hay una dificultad en la Colmena, según creo›.
Las figuras lejanas y achatadas de las podia se desplazaron con rapidez. Parecían flotar sobre los salientes y las fallas que marcaban el valle. Quath tenía buena ventaja y las distinguía bien. Descubrió a Beq’qdahl y suspiró hacia su antigua rival y amiga.
‹¡Quietas ahí!›, ordenó. A pesar de lo mucho que lo intentaba, no podía suprimir los tonos temblorosos de su discurso severo principal.
‹¿Qué?› El color hormonal de Beq’qdahl llevaba irritación…, o tal vez el perfume más oscuro de la rabia y la astucia.
‹Deberías ir hacia el oeste si buscas a los Nadas›. Quath esperaba engañarlas con eso.
‹Hemos registrado Nadas en la cima de la montaña, no abajo›.
‹A esos, los tengo atrapados. Otra noche de estudio y tendré al mío›.
Eso era una mentira, pero sólo en parte. Quath percibía el leve sabor de su Nada en la cima. Lo estaba sintiendo en ese mismo instante. En realidad, no podía quitárselo de encima y eso la perturbaba. Pero necesitaba tiempo para localizarlo con precisión. Después debía encontrar una forma de capturarlo sin provocar una guerra que podría matarlo y arrancárselo de las manos.
‹Estamos seguras de que es arriba›, objetó Beq’qdahl con tranquilidad.
Una de sus compañeras la interrumpió:
‹¡Déjanos pasar, comedora de papilla! Venimos a matar, no a chismorrear›.
Los podios de Quath crujieron con rabia ante el insulto y buscó a la ofensora hasta que la tuvo en su mira.
‹Ten cuidado, cuatro podios›.
‹Déjanos llevarlos hasta ti, venerada y cansada compañera›, dijo otra.
Quath replicó con un desprecio rápido, efectivo.
‹Puedo venceros a todas vosotras, fabricadoras de estiércol. Y no vais a pasar, de eso podéis estar seguras›.
De pronto, Beq’qdahl envió un tinte aguzado, enlazado de bilis.
‹¡Paso, chupadora de esporas!›.
‹No›. Quath apuntó las armas contra Beq’qdahl, empezó a cambiar los condensadores… y descubrió que le molestaba hacerlo.
‹¡Siempre has robado los frutos de mi trabajo!›.
‹No te acerques›, respondió Quath con tranquilidad.
‹¡Me atacabas por la espalda!›.
‹Esta es la última advertencia›.
Las podia se situaron para el ataque.
‹¡Ahora!›, ordenó Beq’qdahl en tono salvaje.
Quath trató de disparar a la imagen de Beq’qdahl que se aproximaba…, pero no lo logró.
Movió las antenas. Las que habían gritado se agrandaron frente a ella. Envió un potente disparo hacia el blanco. El caparazón exterior de una voló en mil pedazos.
Beq’qdahl ni siquiera gritó de desesperación. Se arrojó a un agujero, como si hubiera esperado un conflicto desde el principio. Quath perdió de vista a las demás, que corrieron y se cubrieron bajo auras llenas de angustia.
Resistió la tentación de disparar contra blancos que se exponían ocasionalmente, porque de esta forma ellas podrían triangular el terreno y localizarla. Si se mantenía en silencio, conseguiría rechazarlas. No la alcanzarían allí…, lo sabía, no a través de tanto terreno expuesto.
Cuando las otras se dieron cuenta de la situación, Quath recibió varias burlas:
‹¡Compartidora de esfínteres! ¡Orificio para todas en la Colmena!›.
Esas señales insultantes temblaron en el aire cuando ella las relegó a una submente. Si soltaban la lengua y decían algo útil, esa faceta inferior de su mente estaría alerta y la avisaría.
Tenía sólo una meta. La urgencia de su tarea surgió en su cuerpo como una tormenta súbita y feroz de arena en el viejo mundo de las podia. Algo primordial dominaba su imaginación, un deseo febril que iba más allá de su deber para con la Tukar’ramin e incluso para con las distantes y misteriosas Iluminadas. Quath debía encontrar a su Nada.