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L

a carpa de Su Supremacía estaba impregnada de la dulzura del incienso y el olor picante del sudor. Los quince capitanes permanecían de pie en una formación semicircular frente al escritorio negro, en posición de firmes, tal como él les había ordenado. Sobre las cabezas de todos flotaba una capa de humo azulado. El olor formaba un nudo en la garganta de Killeen. Tosió. Su Supremacía frunció el ceño y repitió la orden.

—Todas las Familias pondrán la misma fuerza en este ataque. Atacaremos simultáneamente. Todos nos arriesgamos, triunfamos todos.

Y si perdemos, nadie estará en la retaguardia para cubrirnos, pensó Killeen. Pero no se atrevió a objetar.

—Seguiremos la misma táctica victoriosa de acción directa que nos ha llevado tan lejos. Después del asalto, destruiremos tantos edificios cíbers como podamos.

Killeen abrió la boca y dijo sin poder controlarse:

—Lo siento, pero ignoro la táctica.

Su Supremacía se volvió casi con pereza para mirarlo directamente. Hasta ese momento, el hombrecito robusto y macizo había hablado con los ojos fijos en el humo azul, como si viera secretos escondidos allá arriba en la carpa.

—Supuse que habías aprendido las tácticas de batalla que yo inventé.

—He visto las armas. Gran tecnología, algunas me resultan desconocidas, pero…

—Capitán de los Bishop, un Palo poco familiar para mí, pero un Palo que estoy dispuesto a aceptar en mi compañía de devotos, comprendo tu ignorancia. Cuando me enteré de que tu Familia llegaría, me dije que la ayuda que bajara del cielo necesitaría preparación, y yo y mis oficiales estamos dispuestos a cambiar en ti todo lo que sea necesario para que participes de mis grandes propósitos, no te preocupes.

—Bueno, señor, se lo agradezco mucho. Mi Familia necesitaría…

—Tal vez no te has dado cuenta de que nadie utiliza el título leve y despreciable de «señor» para dirigirse a mí.

Killeen hizo el gesto que había visto en otros capitanes, una reverencia con un pie atrás y las manos apoyadas en el suelo. Parecía una señal de sumisión total.

Su Supremacía asintió, pero parecía casi aburrido.

—En el mundo de donde vienes, ¿practicabais el ataque frontal?

—En Nieveclara, sí, pero muy raras veces, porque los mecs tenían sus perímetros muy vigilados. Nos descubrían enseguida —dijo y se esforzó por terminar—, Su Supremacía.

—Yo diseñé una forma nueva y devastadora de ataque frontal. Hay que designar a una Familia como guerrera primaria, los que se exponen primero para distraer la atención del enemigo y recibir el fuego. Un segundo equipo cae por sorpresa sobre el enemigo saltando desde un escondite. Después, el asalto principal destruye el nido de los malditos.

—La segunda fuerza, ¿cómo se esconden…, Supremacía?

—Se deslizan por los túneles de los nidos de los malditos cíbers.

Killeen frunció el ceño y guardó silencio. A pesar de ello, el hombrecito de uniforme brillante lo miró con gesto de reproche y dijo:

—Tienes mucho que aprender aquí, capitán de los Bishop. La revelación que me proporcionó este método revolucionario nos ha asegurado la victoria. No se trata de atacar a ciegas y en la sombra.

Killeen asintió sin saber qué decir.

—Preveo nuestro triunfo porque vamos prendidos de las alas de Dios, de mis hombros. Ya ves, capitán de los Bishop, que yo ascendí ya al Olimpo de los dioses. Como representante del Deseo Esencial de la naturaleza, soy necesariamente Divino por derecho propio.

Su Supremacía explicaba esto como si estuviera hablándole a un niño inteligente pero sin educación. Killeen tenía preguntas, pero algo en los ojos extraños e inexpresivos del hombrecito le aconsejaba guardar silencio.

Su Supremacía asintió como si estuviera satisfecho, y después gritó bruscamente:

—¡Qué suene la convocatoria! Debo preparar a las Familias para el próximo paso en la ruta de nuestro destino.

Los capitanes y oficiales menores se deslizaron fuera de la carpa para alertar a las Familias. Apareció todo un grupo de mujeres y hombres de rango, con las armas y el equipo de carrera brillantes, bruñidos y limpios. Crujían y chiflaban al escoltar a Su Supremacía hacia el exterior, y Su Supremacía parecía un enano junto a las botas altas y poderosas de los demás.

Killeen envió una llamada a Jocelyn, Shibo y Cermo. La asamblea se reunía ya en el valle y los Bishop formaban a la derecha de todos los demás. El discurso breve de Su Supremacía a los capitanes no había seguido las formas Tribales que conocía Killeen. A decir verdad, la mayor parte le había resultado incomprensible. Ahora Su Supremacía se dirigía a toda la Tribu.

La Tribu estaba formada por todas las Familias supervivientes de esa parte de Nueva Bishop. Nadie hablaba de las otras Tribus que habían vivido en ese mundo. Al parecer las ciudades mecs habían empezado a usar humanos en sus conflictos hacía ya tiempo. Aunque se habían producido incidentes semejantes en Nieveclara, la tradición de la Familia de Killeen decía que la competencia entre facciones mecs era como arrancar ramas podridas de un árbol floreciente. Aquí, sin embargo, los mecs parecían estar verdaderamente en guerra unos con otros. ¿Tal vez los cíbers habían decidido su invasión para aprovechar esa circunstancia?

Killeen caminaba hacia el valle junto a la capitana de los Trey. La luz del sol de la tarde se descomponía en manchas irregulares a través de las nubes cerradas. Killeen buscó la cuerda cósmica en el cielo, pero en ese momento era invisible. Si veía que la gran hoz dorada empezaba a girar y a prepararse para otra extracción, Killeen tenía pensado llevar a su Familia a suelo llano, hiciera lo que hiciera el resto de la Tribu.

Parecía haber transcurrido mucho tiempo desde que la capitana de los Trey lo llevara hacia el campamento Bishop, desde que Killeen viera la ceremonia del entierro de las dos mujeres y el hombre atacados por los cíbers. Killeen se lo mencionó a la capitana y ella replicó:

—Ha habido más. Los cíbers están operando en la otra montaña, bueno, en lo que queda de ella. Algunos tomaron a miembros de los Seben y dejaron los cuerpos con esos huevos en las entrañas.

—Podrían poner otras cosas también —sugirió Killeen con delicadeza.

Unas líneas cruzaron la cara resignada, ya vieja, de la capitana.

—¿Como qué?

—Rastreadores. Podrían encontrar el campamento con eso.

Ella agitó la cabeza.

—No se preocupan. Nos matan cuando nos ponemos en su camino. No son como los mecs, al menos todavía no.

—Vosotros trabajáis para los mecs.

—Sí, es la única forma de sobrevivir.

—En el sitio de donde vengo, no se podía confiar tanto en los mecs.

—Aquí se han vuelto locos. Se matan unos a otros.

Killeen se arriesgó a decir, con cuidado:

—Eso que le pregunté en la carpa. No lo entendí muy bien.

—Significa integrar todos los elementos electromagnéticos de nuestra gente, los códigos, todo.

—Pero mira, hace falta planificar…

—Entramos separados, cuando el equipo ya está en los túneles.

—¿Y el fuego de apoyo?

—Tienes que hacerlo tú mismo. Cada Familia apoya a los suyos.

—Me parece que sería mejor si… —rebatió Killeen, escéptico. La capitana de los Trey lo miró con los ojos sardónicos, cansados.

—A mí me gusta así. Su Supremacía dice que hay que hacerlo así y me parece bien. Así puedo sacar a mi Familia con rapidez si hay problemas.

—Pero la coordinación…

—Mira, este plan es palabra de Dios.

Lo dijo con voz inexpresiva, como si recitara un hecho irrefutable. Killeen abrió la boca para replicar con una burla y vio que lo seguían tres oficiales más. Cuando miró sobre su hombro, los tres parecían interesados en lo que iba a decir, así que cerró la boca y asintió con un gesto tenso.

Llegó a la formación de los Bishop justo antes de que empezara el discurso de Su Supremacía. Las palabras le llegaban a través del comunicador general, emitidas por un triángulo de oficiales reunidos justo por debajo de Su Supremacía en una pequeña loma.

Aunque Killeen sabía que la Tribu tenía más de dos mil miembros, la visión de tantas personas formadas en fila, una multitud que casi cruzaba el valle de un extremo a otro, le resultó impresionante. No había visto tanta gente junta desde aquella gran fiesta en la Ciudadela, cuando él era más joven que Toby ahora. Aquella ocasión había sido un momento de alegría; ahora un aire solemne y siniestro flotaba sobre la comunidad. Las banderas de las Familias flameaban y golpeaban los mástiles en el viento, desteñidas por el sol, remendadas después de muchas batallas.

Su Supremacía empezó con una complicada historia de las batallas, tan llena de nombres y honores que Killeen no entendió absolutamente nada. No decía nada acerca de la forma en que combatían las Familias y Killeen empezó a sospechar que en realidad Su Supremacía no se preocupaba mucho por los detalles esenciales de maniobra y estrategia. Esto se confirmó muy pronto, cuando el hombrecito agitó las manos y describió las maldades de los enemigos, con la cara congestionada de rabia. No era por casualidad que los cíbers se parecieran a demonios salidos del abismo, no…, pero pronto volverían allí, desterrados para siempre de las tierras de la humanidad.

—¡Desprecio y rechazo, eso es lo que les espera! ¡Castigo y derrota!

Su Supremacía se alzó para seguir hablando, y a pesar de que Killeen mantenía una parte de sí mismo a resguardo tras un escudo de frialdad y escepticismo, el ardor de aquel hombre empezó a penetrar por sus oídos.

—¡La muerte llega para todos nosotros! ¡Pero no puede tocarnos! ¡La tumba no tiene victoria! ¡Pero es una victoria si nos trae una recompensa!

La gran multitud se movió al ritmo de las frases que rodaban, largas, como olas marinas. Killeen se sintió conmovido por esa inundación rítmica, semejante a una plegaria. Por primera vez comprendió la forma en que Su Supremacía había logrado unir a una Tribu que había sufrido grandes derrotas y ahora se enfrentaba a un enemigo incomprensible e indiferente hacia todo lo humano.

—… a los que llegan para juzgar Todo lo que Existe, les digo que me pondré del lado correcto…

El aire parecía temblar con una nueva intensidad y había filamentos cálidos corriendo en la brisa.

—… convertiré a los seres de metal y carne en materia baja. Quebraré los fragmentos de la última batalla de la historia contra nosotros. Porque nosotros provenimos de las sustancias naturales del universo y formamos un único ser con ellas y disfrutamos de sus ofrendas sin artificio ni corrupción en el espíritu. Nosotros somos el producto de la evolución de Dios mismo. Los monstruos que caen del cielo no conseguirán los frutos sagrados, no si veneramos los nombres antiguos.

Se oyeron ruidos lejanos, como si las montañas arañaran un cielo sombrío.

—… porque después de la batalla final, la batalla liberadora, seguiremos adelante. Llamaremos al más majestuoso y sagrado de los Sembradores del Cielo y él nos alimentará y nos llevará adelante…

Las nubes se iluminaron de relámpagos. Algo plateado se movía allí arriba.

—… para librarnos de la maldad de este lugar. Estos devoradores de mundos caerán, sí, caerán como los mecs antes que ellos. Tenéis que creer en mí…

Un remolino ciclónico partió las orillas de las nubes de varios colores. Killeen vio que la multitud empezaba a reparar en ello.

—… en la Tierra…, y como sucede ahora…, en el Paraíso…

De pronto, bajaron varias estrías azules por el cielo, curvándose a lo largo de arcos prolongados. El aire se llenó de trazos multicolores. Una onda de calor se propagó desde arriba, desde un cielo que parecía vacío. Sin embargo, el sistema sensorial de Killeen parecía temblar con una complejidad rápida, pálida, intrincada.

—Tu reino llegará. Tu reino será creado y tu voluntad será la ley. Te desafiamos, maldad que nos llega por voluntad divina…

Una presencia inmensa acechaba en el sistema sensorial de Killeen, y sin embargo, el aire sólo dejaba ver trazos translúcidos, escurridizos. Killeen recordó de pronto que había visto este temblor inmenso en otra parte. Era el mismo que había encendido los cielos la noche después de que el ciborg lo dejara en libertad.

—¿Qué es? ¿Qué…? —La voz de Su Supremacía sonaba como el croar de una rana. Se le había quebrado el ritmo, y de pronto, miró el dibujo del cielo.

Entonces llegó una voz que Killeen conocía bien y que al principio se perdió en los murmullos del viento:

Busco a un ser humano en particular. Quiero una señal de que recibís este mensaje. Hablo sobre alas magnéticas y traigo noticias del centro mismo de este reino.

La voz de Su Supremacía se dejó oír de inmediato, llena de sorpresa no fingida y de alegría.

—¡Estoy aquí! He traído tu palabra a través de la valentía y de la espada y…

No, tú no eres el que busco. Solamente puedo darle mi mensaje al blanco humano que me han designado. Mis pies están hundidos en el plasma y estos brazos se extienden incluso hasta las zonas congeladas que habitáis todos vosotros. Quiero al que llaman Killeen. Yo hablo por su padre.