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E

l día era claro y fresco. Killeen encontró bayas y hojas comestibles y siguió adelante. Oyó sonidos leves que provenían de otra ciudad mec, también destruida, y la rodeó para no entrar en ella.

A lo lejos, las rampas curvadas le recordaron la última imagen de la Ciudadela, en medio de la Calamidad. En sueños, había revivido ese día muchas veces. El aire mismo parecía rodar y estirarse, lo recordaba bien. La radiación había lavado las nubes antes de que empezara el ataque mec, y eso les había dado una pista de lo que iba a suceder. No bastó, claro, porque los mecs habían reunido recursos enormes para ese ataque. Su padre había estado en el centro de la defensa. A pesar de la desesperación que dominó a todos cuando llegaron los primeros informes de situación, siempre malos, Abraham había mantenido la calma y la serenidad. Killeen había estado cerca cuando los mecs derribaron la pared de la Ciudadela. Abraham había dirigido un efectivo ataque de flanco sobre los intrusos. Killeen ni siquiera había captado el propósito de los mecs hasta que el hábil ataque de su padre cortó la cabeza del avance mec y acabó con los que quedaban.

Pero para entonces, Killeen ya había perdido de vista a su padre en el caos de los múltiples asaltos. Las naves aéreas de los mecs habían bombardeado la Ciudadela Central y las rampas cayeron.

Killeen ayudó a transportar municiones para los cañones antiaéreos. Extrañas luces iluminaron el cielo. Todos habían sentido presencias extrañas sobrevolando la batalla.

Cuando murió su esposa Verónica, Killeen dejó de entender lo que sucedía a su alrededor. Sintió la muerte de su compañera en el aparato sensor que los unía. Sin embargo, le llevó muchísimo tiempo encontrarla en el caos.

Ahora estaba de pie, sobre una colina lejana, contemplando la ciudad mec y meditando. Parte de él se alegraba ante la visión del gran poderío mec hecho pedazos. Otra parte recordaba la Ciudadela, y no sólo porque guardaba cierto parecido con esa ciudad. El cielo empezó a moverse con grandes pinceladas luminosas que le recordaron la Calamidad. La luminosidad estaba en el aire mismo, no en el juego de colores de las leves nubes moleculares. La visión lo dejó helado.

Pero al mismo tiempo, le recordó los encuentros con la entidad que le había hablado a través de los campos magnéticos del planeta, en Nieveclara. Esa cosa extraña había hablado sin sentido de Abraham y de temas que Killeen no alcanzaba a comprender. Ahora que lo recordaba, se preguntó si ese ser magnético había estado presente en la Calamidad, si él había sido la razón de que el cielo se encendiera de esa extraña manera. ¿Qué motivo podría haber para que una criatura tan grande se preocupara por una especie tan pequeña, tan insignificante? No había respuesta.

Killeen apartó el pensamiento y siguió adelante. La quietud del mundo natural lo envolvió como un manto.

Poco después, percibió un agudo olor a azufre. Una nota baja y hueca se prendió al otro lado de sus sensores. ¿Rastros de los mecs?

Esta vez, la sensación tenía un extraño regusto a azúcar, diferente de las señales mecs que él conocía. Sus sensores traducían la información electromagnética en olores porque ese era el sentido humano que se relacionaba más directamente con los centros de la memoria; un leve rastro de un olor antiguo traía recuerdos a la superficie y eso muchas veces ayudaba a tomar decisiones.

Killeen se deslizó entre los troncos caídos de los árboles, que todavía mostraban algo de verdor y hojas nuevas. La tierra se había desprendido, pero los sistemas de raíces parecían resistentes incluso frente a la implosión del planeta. Se deslizó entre las hojas con rapidez para ver qué pasaba más adelante.

Siiing. Algo rápido cortó el aire cerca de él. Killeen se dejó caer en el lecho de un arroyo seco y se esforzó por ver a través de los sensores. Un olor caliente lo rodeaba.

Avanzó de costado por una línea de riscos y el leve quejido hirió el silencio otras tres veces. Algo le estaba disparando. Pero lo hacía mal. Un cuarto disparo le pasó muy cerca y logró oler el pulso cortante de las microondas. Las microondas tenían poder para destruir las estructuras internas que él conocía por el nombre de Diodos, pero cuya función en realidad no entendía. Sintió que sus Diodos se cerraban, protegiéndose.

Silencio. Los Diodos se abrieron lentamente, con cuidado. Los sensores volvieron a llenarse de colores y perspectivas. Killeen se acercó muy despacio al borde del risco y usó un visor para ver por encima.

Un mec solitario luchaba por subir en la otra cara del risco. Grandes cicatrices cruzaban su caparazón. Los disparos habían arrugado el acero. Su diseño angular no se parecía a nada que Killeen hubiera visto en Nieveclara.

Disparó al mec sin pensar y lo tocó directamente en el complejo de la antena anterior. El mec se detuvo por un instante, pero Killeen no distinguió ningún daño en aquel cuerpo metálico y decidió disparar de nuevo. Esta vez el mec bloqueó el disparo, que rebotó en una llamarada rubí. La escena se iluminó contra la negrura creciente del atardecer.

En ese momento el Aspecto Ling gritó con furia:

¡Ese es un riesgo totalmente innecesario! Corre mientras puedas.

—Ya he corrido suficiente —gruñó Killeen.

Tenía la vaga idea de que necesitaba atacar algo, matar. Toda la rabia que había reprimido durante los últimos días lo dominó de pronto al ver al mec.

Conocía las defensas sofisticadas de los mecs. La Familia Bishop no disponía de armas para penetrarlas. Los mecanismos de movimiento del mec se enredaron entre las plantas. El artefacto se tambaleó, sacó proyectores de costado y los movió a su alrededor para tener una vista completa de lo que pasaba, a fin de disparar otra vez contra Killeen.

Killeen se escondió. Sabía que los campos adyacentes de la explosión de una banda de microondas podían alcanzarlo incluso al otro lado de los riscos. Se agachó apretando los dientes: la señal para ordenar a sus subsistemas que se cerraran.

Pero no pasó nada. No se oía ni un murmullo.

Se arriesgó a echar un vistazo. El mec se había vuelto y se estaba quemando. A través de la pira negra y la soga enredada de humo, Killeen vio que se acercaba un ciborg. El cuerpo era un conjunto de bloques hexagonales dobles que se acoplaban unos con otros. La piel amarronada y dura se arrugaba y estiraba cuando movía las piernas para subir desde el valle. El tiro había partido en dos al mec. La envoltura lateral de acero carbónico se había desplazado hacia fuera formando una mano de dedos retorcidos, una señal clara de que el ciborg había hecho estallar una fuente de energía interior.

Killeen decidió quedarse a cubierto. Probablemente el ciborg formaba parte del equipo destinado a limpiar lo que quedara de mecs y humanos en el planeta. Si corría, el ser lo alcanzaría con facilidad. Su única esperanza era que el alienígena no hubiera percibido su disparo, tan pequeño e ineficaz.

Cerró todos los sistemas y se movió hacia la derecha, cuesta abajo, para refugiarse aún más en el risco. El mec que ardía estaba muy cerca. Aun sin la amplificación acústica, Killeen percibía fácilmente el crujido de las llamas. Después, súbitamente estalló un recipiente interno con un ruido atronador. De pie, jadeando, le pareció que podía oír el lento avance del ciborg: una cadencia de roce y crujido cuando se articulaban los miembros de acero carbónico.

El ruido crecía contra el murmullo leve de las llamas. Seguramente el ciborg ya había llegado hasta el mec. Pero los sonidos no se detuvieron. En lugar de eso, el ritmo pareció desplazarse hacia la derecha, como si el ser estuviera rodeando la pira del mec.

Después, el movimiento se hizo más lento. Se aproximaba a él desde arriba.

Killeen retrocedió todavía más colina abajo. El ciborg tal vez no sabía que él se escondía por allí; debía andar con cuidado.

Quedarse quieto era su única defensa. Tal vez podría haber bajado el risco y alejarse cuando el ciborg cruzaba el valle, saltando agachado para que su oponente no lo descubriera. Entonces habría tenido algunos momentos de ventaja para correr. Intentó oír el leve sonido de la piel correosa del ciborg al caminar.

Ahí estaba, subiendo el último fragmento de roca antes de la cima del risco. Killeen retrocedió un poco más con cautela. El tiempo se contrajo y oyó cada uno de los pasos del ciborg, cada temblor y cada ajuste de las piernas al buscar apoyo sobre las piedras en declive.

El alienígena estaba cerca de la cima, pero Killeen no sabía exactamente dónde. En el profundo silencio, puntuado apenas por el crujido del fuego, su oído natural amplificaba cada sonido insignificante y lo convertía en un mensaje profundo e importante. En alguna parte, sobre el risco, se oyó el ruido de una piedrecilla que se despeñaba. Luego, Killeen la vio caer desde una gran roca y estallar en fragmentos diminutos.

Siguió con la vista la probable trayectoria de la piedra hacia el lomo de una colina donde se destacaba un saliente maltratado. En el pasado había servido de desagüe natural y Killeen se dio cuenta de que el lecho profundo del arroyo bajaba desde allí y se desviaba hacia el otro lado del risco. Eso significaba que el ciborg se había detenido en la cima, tal vez para descansar, pero seguramente porque deseaba esperar, examinar el espectro antes de exponerse del otro lado.

La cima no estaba lejos. El ciborg debía de estar estudiando la ladera más lejana. Pero Killeen no se atrevió a conectar los sistemas sensoriales para comprobarlo.

Se ubicó bien y cruzó hasta el saliente de roca más cercano en una carrera rápida. Rodó por encima del pico y aterrizó sobre una capa de grava. Se levantó; se sentía torpe y pesado sin los sistemas conectados. Corrió hacia abajo por la colina, inestable, con las articulaciones doloridas, buscando un refugio.

Echó una mirada atrás. La antena de la cola del ciborg desaparecía detrás de la cima inclinada hacia el otro lado. Sin embargo, el alienígena no tardaría mucho en comprender la situación.

Killeen corrió confuso, tropezando sobre las piedras. Estuvo a punto de caer varias veces. No había lugar donde esconderse. Las convulsiones planetarias habían limpiado la ladera libre que ya no tenía piedras grandes, las quebradas estaban dobladas sobre sí mismas y eran muy poco profundas. Killeen buscó alguna grieta en la línea del risco, pero las pocas cuevas que habían existido antes se habían derrumbado con los últimos terremotos. Pasó cerca del mec que se quemaba y entonces se le ocurrió la idea.

El mec estaba destrozado y lleno de cenizas, sacudido por explosiones internas. Las llamas empezaban a brotar de sus entrañas. Un humo espeso, grasiento, lamía las rocas de la ladera.

Killeen eligió una grieta en el caparazón por encima del pesado dispositivo de tracción. Volvió a mirar la línea del risco. Algo se movía allí arriba, pero no se tomó el tiempo de averiguar lo que hacía el ciborg. Se arrojó dentro de la sección del caparazón recubierta con protección térmica. En cuanto aterrizó, se sintió atrapado en medio de una maraña de cables y sustancias pegajosas, malolientes.

No había señales de que el ciborg lo hubiera descubierto. Sin los sensores, los métodos comunes de ataque de los mecs, microondas, saturación infrarroja, hiperflechas, lo golpearían sin aviso previo, definitivamente.

En el refugio maloliente del mec muerto, sintió que la ira lo dominaba. Lo habían cazado, herido y maltratado y no tenía la menor intención de morir así. Podía esperar a que el ciborg se marchara, siempre que no volviera para saquear los recambios del mec o investigar el estado de su enemigo. Pero algo lo obligó a mirar hacia el exterior para contemplar cómo se acercaba el gigante, para verlo con claridad por lo menos una vez. Ling ladró enfurecida. Killeen la empujó hacia abajo al instante.

Escuchó con atención, pero los crujidos del fuego acallaban cualquier otro sonido. Tendría que exponerse para averiguar qué estaba sucediendo.

Ahora que observaba de cerca el cuerpo del mec, veía dispositivos, bastidores y articulaciones como los que había saqueado en Nieveclara. La piel exterior le había parecido extraña, pero por lo visto los mecs del Centro Galáctico se regían por los mismos principios de diseño básico.

Extrajo la cabeza con cuidado. La mayoría de los mecs tenían detectores visuales que registraban el movimiento rápido; el ciborg parecía por lo menos tan sofisticado como ellos, o más. Vio movimientos en la línea superior del risco. Remolinos de humo acre le golpearon los ojos y lo cegaron. Empezó a preguntarse si había sido una buena idea esconderse allí, después de todo. El ciborg sólo tenía que llegar hasta allí, rodear el cuerpo del mec y…

Sin previo aviso, el ciborg apareció en su campo visual, una imagen acuosa que se refractaba a través de una cortina de humo amargo. Caminaba con habilidad sobre el suelo quebrado, con las antenas temblando en el aire. Pero no se acercaba al mec. En lugar de eso, corría a una velocidad sorprendente a través de la amplia extensión del lecho del arroyo. Uno de sus discos parabólicos giró en el aire y Killeen sintió un zumbido leve en el cuello. Incluso con los sistemas sensores desconectados, los chips que llevaba en la médula habían captado el estallido del ciborg.

Ese pulso tan fuerte no podía haber sido una señal. El ciborg estaba disparando a algo que le preocupaba mucho, porque ahora se adelantó con los miembros biarticulados crujiendo en el apresuramiento y las patas resbalando sobre las piedras sueltas.

Killeen se mordió el labio para tratar de dominarse, pero fue en vano. Largos años de entrenamiento, la reciente captura que lo había humillado tanto, todo eso combinado lo obligó a tomar el rifle de cañón estrecho, el que había heredado de su padre y su abuelo, y colocar una bala preciosa en el cargador. Se inclinó sobre un puntal de aluminio y apuntó con mucho cuidado hacia la protuberancia voluminosa del comunicador del ciborg. Luego apretó el gatillo. El disparo golpeó la base de la gran antena de red esférica y la quebró. El ciborg se tambaleó ostensiblemente.

Killeen sabía que en circunstancias normales no habría podido hacer ese disparo sin que lo descubrieran. Sin duda el ciborg se había metido en graves problemas y por eso se había descuidado tanto. Eso significaba que algo lo perseguía. Más mecs. Ese ciborg había tenido la mala suerte de encontrarse con una fuerza poderosa cuando estaba solo.

Killeen se obligó a guardar el rifle en su lugar. Había descargado su furia y ya se arrepentía por lo que había hecho. Había tenido extraños momentos de conexión con el ciborg que lo había llevado desde la órbita al planeta y luego lo había liberado. Le debía algo a ese ciborg en particular. Pero la ofensa que le habían infligido exigía venganza según una ley tan antigua como la misma humanidad, y ahora él había cumplido con esa ley.

Volvió a instalarse en su cuna protegida y esperó que nadie hubiese descubierto de dónde procedía el disparo. El ciborg siguió adelante, colina abajo. Ya estaba casi fuera del campo de visión cuando estalló un disparo cerca del caparazón protector y el aire se llenó de polvo. Killeen parpadeó. Los mecs casi nunca usaban armas balísticas. Preferían la limpieza, la precisión, la comodidad de los medios electromagnéticos.

Después, una segunda bala golpeó al ciborg en el centro del cuerpo. Por lo visto, eso interrumpió alguna función mental primaria, porque el cuerpo largo y rechoncho se retorció, sacudiéndose en espasmos de locura casi sexuales en cuanto a la intensidad.

El ciborg se volvió contra sus perseguidores. La maniobra tenía un aire de abandono, de desesperación. Killeen sintió el desafío obstinado y fatalista de los movimientos de ciborg. Los brazos cayeron en un gesto que parecía aferrar el aire, como seis puños que se sacuden a la vez en un ataque de rabia.

Disparaba contra todo lo que veía, pero no le quedaba ninguna esperanza. Se tambaleó y recibió otro golpe decisivo. El humo brotó con fuerza de su cuerpo. Pequeños estallidos crujientes cruzaron sus partes naturales y orgánicas, dejando cráteres rojos y poco profundos sobre el cuero.

Killeen vio que aquel ser moría, pero no experimentó ningún placer. Los ciborgs, a pesar de su brutalidad y naturaleza extravagante, estaban basados en seres naturales, orgánicamente derivados del mundo. Sentía un extraño respeto por el que lo había salvado para dejarlo en ese planeta malherido. No le satisfacía ver a uno destrozado por los mecs, aunque él mismo hubiera estado entre los atacantes.

La llamada le llegó a los oídos en medio de toda la trifulca y al principio no la registró. Sólo cuando vio las pequeñas figuras humanas que agitaban sus armas diminutas en un gesto de triunfo, comprendió lo que sucedía.