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L

a bolsa se contrajo, se dividió y lo escupió.

Killeen jadeaba para recuperar el aliento, como si hubiera estado sin respirar durante todo el encierro: ¿días?, ¿semanas? La emulsión liviana como una pluma que lo había contenido había conseguido proporcionarle aire y alimento a través de los pulmones, porque no tenía hambre.

Se arrodilló y levantó la vista. Esperaba ver los túneles de la madriguera del ciborg. En lugar de eso, una brisa fresca y poderosa le trajo los olores de la tierra fragante y las colinas polvorientas. Se le aclararon los ojos. Los esquemas borrosos de su visión se estabilizaron de pronto hasta convertirse en imágenes definidas. El mundo pareció expandirse y acercarse a su alrededor.

Estaba en un campo de piedras destruidas, de pie, tambaleándose. Le dolían los tobillos por los golpes que se había dado contra la pantalla de presiones magnéticas de la cuerda cósmica.

El ciborg estaba a su lado, alto, inmenso, como una incrustación natural increíble. Sus brazos de dos articulaciones alisaban una espuma de curación rápida.

Es inútil correr, pensó Killeen. Se sacudió para secarse, aunque la humedad que sentía parecía estar por debajo de su piel y no por encima; mientras tanto, el ciborg crujía, murmuraba y lo examinaba. Estaban solos en aquel inmenso paisaje. A lo lejos, Killeen distinguía lo que parecía ser una colina deforme, pero comprendió enseguida que era la entrada a alguna estructura mec. Había cráteres a su alrededor. Tenía el aspecto vacío, vencido, de un cráneo abandonado.

Sintió que le temblaba el cuerpo como si le extrajeran con brutalidad alambres fríos y muy profundos, y le dejaran los brazos y las piernas convertidos en gelatina de músculos. Se tambaleó.

Percibió una cascada de imágenes en la mente: silenciosas, meditativas, bordadas. Secciones delArgo. Una imagen sorprendente de algo grande, blanco y pegajoso, atado a hilos descendentes, pálidos, blandos como plumas.

Después, como una bofetada rápida en la cara con una mano invisible, el ciborg lo soltó. La mente de Killeen perdió esa niebla plomiza, inquisitiva, constante. Sintió que un viento desagradable le agitaba el cabello.

El bulto inmenso del ciborg se alejó. Tenía una cola larga, semejante a la de una lagartija, que terminaba en una antena, como el bulbo de una flor de cuero.

Se alejó caminando, como si nada. Se movía a una velocidad sorprendente. Sus innumerables patas crujían y murmuraban.

Killeen también se fue, cojeando, dolorido y cansado a través de aquella tierra yerma. La luz del sol, que caía tangencial sobre la tierra, traía un brillo de aurora a una línea lejana de colinas quemadas.

Killeen se detuvo y se inclinó para sacudir la cabeza. Un material lechoso le fluyó por el oído. Ahora le llegaban mejor los sonidos del mundo. Una sustancia limosa se le deslizaba por el traje, lentamente.

El olor intenso pero dulce de los espacios interiores del ciborg seguía rodeándolo por todas partes. Empezó a trotar. Muy pronto, su sudor cubrió el olor del alienígena.

Avanzó durante horas por un valle desolado. La cuerda cósmica colgaba justo sobre el horizonte: la curva se veía opaca y rojiza como un corte a través del brillo de una nube molecular rayada. Killeen recordaba las percepciones que había recibido del ciborg (¿accidentalmente tal vez?), algo referente a una detención temporal para permitir que la construcción se pusiera al día con el suministro permanente de hierro níquel. Los dedos magnéticos mantenían el aro quieto como un corte ardiente en el cielo.

Sin ese brillo dorado y refulgente, la lenta llegada del ocaso permitía que los alrededores de la Estrella de Abraham le mostraran su vida incierta. Leves fulgores sacudían las orillas brillantes que colgaban más allá de aquel sistema solar tan pequeño y restringido. Contra el azul cada vez más profundo se destacaban de nuevo los estallidos rápidos de amarillo azafranado. Un rosado vibrante descargaba energías dentro de un manto de polvo opaco y marrón. Se formaban filamentos escarlata como hilos de una tela de araña y luego morían para formarse de nuevo, como si el sol poniente atrapara perlas de sangre y las hiciera brillar con una belleza satánica.

Killeen se preguntó si las efervescencias momentáneas que conmovían las negras entrañas del polvo eran obra de los mecs o tormentas naturales provocadas por el remolino constante de materia en el Centro Galáctico. ¿O tal vez alguna especie trabajaba allí con herramientas tan inimaginables como la cuerda cósmica?

Avanzaba con cuidado, ocultándose en los recovecos que le ofrecía el entorno. Había mucho sitio para esconderse entre las rocas caídas y los bosquecillos súbitos. El ciborg le había devuelto su equipo, incluso el rifle corto. Tenía una carga entera de combustible. Su Aspecto Arthur comentó al pasar:

En realidad, este combustible es más eficaz. La lectura de tu traje indica que hay más de cien kilojulios en cada gramo de combustible. Mucho más de lo que lograba la tecnología de Nieveclara. El ciborg nos ha dejado bien provistos.

Killeen se movía con cuidado, ignorando los ruegos de sus Aspectos. En aquel extraño mundo confiaba más en los instintos de su juventud. Sus sentidos desarrollados para la caza todavía recordaban las sutiles gracias de Nieveclara. Aquí, todos los detalles eran levemente distintos. Killeen buscaba trampas en cada quebrada, venteaba la brisa para captar olor a aceite. Eran reacciones automáticas. Una montaña distante en forma de cono expulsaba al aire una larga pluma de carbón con matiz ácido.

Aquella tierra necesitaba un descanso. Alrededor de Killeen habían caído miles de acantilados orgullosos. Capas de roca esparcidas como mazos de cartas se habían derrumbado hacia los costados, como abandonadas por la mano de un gigante aburrido. El polvo cubría cada rincón, cada capa, y sobre el horizonte se arrastraban nubes de suciedad, enormes, lentas, perezosas.

Sin embargo, aquí y allá aparecían arroyitos cantores que saltaban al aire, fuentes frívolas entre estratos de roca revueltos y antiguos. Killeen se detuvo junto a una y dejó que el agua le mojara las manos. Tomó un poco entre los dedos y se lo llevó a la cara.

Experimentó un eco distante, casi olvidado, de aguas que había bebido en Nieveclara hacía ya tanto tiempo.

El calor interno liberado por la caída de los materiales hacia el interior asciende a la superficie desde el núcleo. Sospecho que estos son depósitos muy profundos de hielo que se funden y dejan escapar el agua.

—Ajá.

Killeen no estaba de humor para una charla técnica con Arthur. Todavía menos para la voz chillona de Ling. Necesitaba huir de las zonas cerradas, solemnes de su mente; el ciborg había dejado un olor húmedo, enrarecido.

Además, ya era hora de dar salida a la tensión que había acumulado durante tantas horas, mientras el ciborg lo investigaba. Durante todo ese tiempo había recorrido su mente de arriba a abajo, con la consciencia en el fondo, una capa dura que las mentes inferiores no podían penetrar. Ahora, dejó que su yo interior emergiera y se relajara, que dirigiera lentamente esa experiencia dolorosa y la aceptara. El simple hecho de estar vivo, de haber sobrevivido, era un milagro continuo. Se entregó a él. Desde las batallas primitivas en Nieveclara conocía bien la sensación y la disfrutaba. Dolor, pena, miedo, rabia… todo eso tenía que florecer y marchitarse, encontrar su lugar.

Absorto, liberó a sus Aspectos: Ling, Grey, Arthur, incluso los otros menores como Bud, y les permitió jugar alegremente en la zona cerrada pero no permitió que sus vocecitas lo distrajeran. Los Rostros y Aspectos jugaron y corrieron, aspirando el aire frío de Nueva Bishop, las fragancias polvorientas. Hablaron unos con otros, presencias diminutas que pasaban por la red sensorial de Killeen como corrientes a través de nudos de integración y puntos factoriales causales.

¡Le habían pasado tantas cosas! Para evitar un desorden fatal, tenía que lograr una integración por lo menos parcial de sus Rostros y Aspectos con las emociones y tormentos que había sufrido su mente. Sin la Familia, era un harapo que vagaba por un mundo destruido como un forastero; Killeen no sabía si la Familia estaba viva. Tenía que mantenerse entero hasta que pudiera averiguarlo, aunque le llevara años de investigación.

Así que se fijó en los bosques aplastados que estaba atravesando, en las llanuras torcidas y las cadenas de montañas interrumpidas que pasaban bajo sus botas voladoras. El dolor en el tobillo había remitido y ya no cojeaba, los servos le respondían de nuevo y tenía mucha hambre.

La Familia Bishop siempre había sido hábil en conseguir alimentos. Llamó al Rostro de una vieja para que le ayudara a localizar bayas y hojas comestibles. Era una mujer caprichosa, llena de consejos y severidad. Gran parte de sus conocimientos no tenían aplicación en aquel mundo extraño. Encontró raíces gustosas, pero chilló alarmada ante las hojas y las frutas helicoidales que recogía Killeen. Sin embargo, después de un mordisco de tanteo, él comprobó que eran comestibles.

Caminó por la selva destruida. Los árboles estaban derrumbados y heridos, como si los hubiera atacado una maldad vasta e indiferente. Se recostaban en posiciones inverosímiles, con las entrañas de raíces retorcidas al aire. Hojas de un color verde claro, círculos exactos se apilaban en el lecho de los arroyos. Había cosas diminutas que se movían entre ellas. Los lugares planos y húmedos estaban cubiertos de pisadas: tres dedos, siete dedos, pezuñas partidas, algunas patas anchas y suaves. Killeen nunca había visto huellas de criaturas tan grandes, y lo llenaron de respeto por la riqueza pasada de ese lugar. Su Aspecto Arthur le dijo:

Todo esto es obra de los ciborgs, claro. Vaciaron el tubo por el que caímos. Ese eje de un kilómetro de ancho apenas si causó un derrumbe de un dedo de ancho por aquí.

—¿Eh? Si sacaron tanto metal y roca, me parece que aquí tendría que haber un gran desmoronamiento.

No, en absoluto. Es una ley geométrica muy simple. La pérdida se extiende sobre el área mucho mayor del planeta completo. Mira…

El diagrama en tres colores que saltó en el ojo derecho de Killeen cobró sentido cuando lo estudió, pero de todos modos dijo:

—¿Sacar un dedo de ancho de algo causó todo esto?

Todas las capas se resintieron. Los ajustes sísmicos son irregulares.

—Eso diría yo…

Killeen estaba cruzando un claro. De pronto, una fuente amarronada saltó desde el suelo y lo bañó de agua y arena.

Ah, sí. Todavía se mueven fuerzas hidrostáticas. Las vibraciones convirtieron este suelo en una pasta muy húmeda.

Los temblores, que pasaban rodando como olas marinas, obligaron a Killeen a buscar suelo más sólido, y mientras corría, ahogó la voz del Aspecto para no distraerse. Encontró hojas comestibles y las masticó con placer. El suelo seguía temblando y saltando, como si quisiera sacarse de encima los restos de vida que persistían en él.

Satisfecho por primera vez en un tiempo que le parecía muy largo, Killeen empezó a sentirse mejor y echó a trotar con paso firme, largo. En las colinas siguientes encontró una ciudad mec. Destruida. Las inmensas fábricas, derrumbadas por grandes explosiones. Gran parte de los daños parecía provenir de cargas colocadas en el interior, como si alguien hubiera burlado la seguridad y hubiera entrado en el recinto con bombas escondidas en alguna parte.

Había armazones amarronados por todas partes. Algo había saqueado los cuerpos de los mecs en busca de piezas útiles. Los ciborgs, pensó Killeen.

Vagó al azar en el silencio absoluto de las calles en ruinas. No había mecs trabajando para ordenarlo todo. Nada se movía. En algunas intersecciones se elevaban torres de aleaciones adornadas. Killeen recordaba el arte de Mantis. No sabía si esas cosas altas y delgadas tenían alguna función práctica o si su único propósito era adornar la ciudad.

Se sentía incómodo e inquieto en ese sitio mec y no trató de encontrar alimento entre las ruinas. A la puesta del sol, todavía no había terminado de cruzar el complejo. Por la noche se escondió en un cobertizo para repuestos y durmió. Se despertó varias veces, perseguido por sueños febriles. Regresaba al momento de la prisión dentro del alienígena y se sacudía en el aire viscoso, tratando de nadar en vano, los pulmones incendiados en el pecho. Cada vez que se despertaba, sentía que tenía los brazos y las piernas tensos como si hubiera estado debatiéndose en sueños. Después volvía a adormecerse y las pesadillas regresaban.

Antes del amanecer, sintió que algo se movía en las cercanías con cuidado a su alrededor. Un animal grande se acercaba. La criatura de mayor tamaño que había visto en su vida era una gallina vieja y anaranjada de la Ciudadela. Esa cosa podía engullir a la gallina sin masticarla. En aquellos dientes largos había algo que hizo pensar a Killeen que la idea tal vez complacería en gran medida al animal.

Sin duda lo había olido. Después de tantos años de cazar mecs y huir para que los mecs no lo cazaran, no tenía ni idea de cómo comportarse ante un animal. El bicho se le acercó con las orejas gachas. Killeen preparó el rifle. El animal se detuvo en mitad del movimiento. Se quedaron así durante mucho tiempo. Un extraña sensación recorrió la mente de Killeen. Se estaban comunicando de algún modo. Los ojos amarillos del animal eran claros y profundos.

La aurora se extendió, pálida, alrededor de los dos. Por fin el animal se lamió las fauces con desinterés y aburrimiento, y se fue lentamente. Se detuvo en el rincón de un almacén cercano para observarlo una vez más y después se perdió entre las sombras.

Killeen se puso en marcha de nuevo y comprendió que el rifle estaba preparado para pulsos electromagnéticos. No habría tenido ningún efecto sobre el animal.

Sin pensar demasiado en nada, sintió que en su interior los conflictos brillaban, nadaban, morían. Por debajo de la calma de aquel mundo, la garra natural de la vida emitía su propio mensaje silencioso.