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Q

uath’jutt’kkal’thon se infló de orgullo.

Una aceleración poderosa la apretó contra la red áspera. Se cantó a sí misma algo acerca de la aventura que la esperaba el primer fruto de su nuevo estatus en la Colmena.

Beq’qdahl la llamó:

‹¡Mira la termorred!›.

Quath podría haber golpeado el aura eléctrica de la nave, pero prefirió inclinarse hacia delante y mirar a través de la puerta óptica. Estaban por encima de la suave curva azul del planeta. El Círculo Cósmico todavía colgaba a lo lejos, gris y sereno. Pronto empezaría a girar de nuevo. Más metal del núcleo para… Examinó con cuidado la extensión negra cubierta de estrellas. ¡Ahí!

La termorred era una puntilla negra como la pizarra, difícil de distinguir. Algunos hilos estaban casi completos, anudados en las intersecciones por nexos perlados mayores que una montaña. La extensión total tenía forma de arco y el extremo yacía más allá del horizonte.

Quath trató de ver con más exactitud. Las podia trabajaban sobre las inmensas bóvedas y vigas maestras fraguando, cortando, puliendo. Muy pronto, la red estaría lista para dominar la energía solar de la estrella y la misión de la especie de Quath podría seguir adelante con su inercia inexorable.

Pero primero había que aclarar ciertos detalles menores. Quath y Beq’qdahl habían viajado en ese transbordador para ocuparse de unos bichos que infestaban la antigua estación orbital de los mecs.

Era un gran honor para Quath. Se había distinguido en la batalla contra los Nadas. La árbitro mayor de la Colmena, la Tukar’ramin, había sido testigo de la huida cobarde de Beq’qdahl. Así que Quath tenía ahora nuevas adiciones en su cuerpo, incluyendo dos piernas nuevas. En los pasillos, la llamaban Quath-el-Terror y La-que-lucha.

Y ahora esto: ¡una misión para acabar con una peste en órbita! ¡Honor! ¡Oportunidad!

Una plaga muy dañina había ocupado la estación, matando a una funcionaría menor. Las trabajadoras orbitales estaban demasiado ocupadas para atender ese problema y lo habían delegado a las podia de menor rango, que trabajaban más abajo. Sin embargo, la tarea era más de lo que Quath había soñado para ella, un hilo muy superior en la red social.

‹Ya he extraído el transbordador mec y lo acelero hacia nosotras›, anunció Beq’qdahl.

‹Yo creo que tenemos que ir directamente a la estación›. Quath la acorralaba.

‹No me extraña. Atacar sin pensar, sin saber a qué nos enfrentamos›.

‹¡El valor nos sacará adelante!›.

‹Yo prefiero el riesgo controlado›. A Beq’qdahl todavía le molestaba el recuerdo del vergonzoso encuentro con los Nadas.

Quath dijo con astucia:

‹Los informes de nuestros esclavos mecs afirman que en la estación sólo hay un grupo de Nadas. Seguramente no necesitamos tanta prudencia para pisotear a unos simples…›.

‹Yo voy a decidir lo que es necesario›.

Quath comprendió las intenciones de Beq’qdahl. Quería recuperar su fama. Un ataque rápido tal vez le restablecería su buen nombre. Tal vez la Tukar’ramin había permitido que fueran las dos solas en esa misión precisamente por eso.

Quath se sintió furiosa. Había pensado que ella era la honrada. Ahora veía que tal vez la Tukar’ramin estaba cuidando la estatura de Beq’qdahl en la sociedad y que la enviaba a ella como guardia, para salvarla. Si Beq’qdahl echaba a perder las cosas, Quath, La-asesina-de-Nadas, lo solucionaría todo.

‹Basta con decir que prefiero un plan mesurado y seguro›, dijo Beq’qdahl.

Quath dudó. Después de todo, la acción en órbita era un privilegio. Hizo titilar los pelos de los ojos para demostrar que estaba de acuerdo.

‹¿Qué vamos a hacer?›.

‹Nos encontraremos con la nave mec. Hice que saliera de la estación y se acercara a nosotros para inspeccionarla. Algunas señales internas indican que contiene algunos Nadas. Tomaremos las medidas oportunas›.

‹¡Ah!› La Tukar’ramin daba mucho valor a la lucha contra los Nadas desde que habían destruido las estaciones de flujo magnético. Tal vez la muerte de Nimfur’thon era consecuencia del vandalismo de los Nadas, que la había hecho desviarse hacia el Sifón. Quath se alegraba de tener la posibilidad de matar a más de esos enemigos enanos.

Rodearon la gran pelota del planeta. Por debajo de las dos titilaba el Círculo Cósmico sobre el lejano horizonte y ya empezaba a girar de nuevo con gracia tranquila. Brillaba en toda su extensión, mientras convertía una pequeña fracción de la masa del núcleo en autoenergía.

Quath lo observaba con respeto. Veía que intersectarían al transbordador cerca del polo, donde podían presenciar la actividad del Círculo Cósmico.

Esperaba estar cerca, sentir el poder cíclico que desprendía. Entre las podias circulaba una leyenda que afirmaba que el Círculo, la mayor herramienta y arma de la especie, irradiaba un aura mágica. Las podia que se aventuraban cerca conseguían una larga vida.

Quath pensaba que era una leyenda estúpida, pero no estaba segura del todo. ¿Por qué no probarla? Después de todo, ella era una Filósofa.

Su conversión a una seguridad interior acerca de su propia inmortalidad, eso que había aparecido en ella como una iluminación después de la batalla, tenía un eco en toda su vida. Ya no cuestionaba la razón última y la corrección del papel central de las podia y de su lugar en el esquema de la galaxia. La calma segura de su conversión era una alegría permanente.

Sin embargo, cuando le había contado eso a la Tukar’ramin, la gran entidad ni siquiera se había conmovido.

Quath atisbaba con atención por la puerta óptica para ver cómo se acercaba el transbordador. Se había puesto tensa de excitación. En ese momento, Beq’qdahl ordenó:

‹Puedes inspeccionar a los Nadas. Los estoy liberando ahora. Mientras tanto prepararé las armas de asalto›.

Quath crujió y raspó al pasar a través de la esclusa. Estaba cargada de reservas y condensadores. Su cuerpo ardía con el deseo de vencer.

Se lanzó a través de la esclusa hacia el abrazo fresco del vacío. Ondas de placer le atravesaron la piel dura, la piel original y orgánica con la que había nacido. Había pensado en cubrirla con una armadura o algún otro aparato útil, pero el encanto de la piel verdadera era preferible a la utilidad que pudiera darle la cobertura. Deseaba su ser original, el primero. Borrar toda dependencia de la carne hubiera significado una ruptura demasiado brusca con el pasado. Era demasiado pronto. Ya habría tiempo para eso después, cuando hubiera llegado a los hilos más altos de la vida. Sólo las Iluminadas, según se decía, eran aumento puro. Esos seres enormes y sabios habían alcanzado la última síntesis de la carne y el mecanismo.

El transbordador se había acercado mucho. Quath vio inmediatamente que una nube de basura flotaba tranquila alejándose de la pequeña esclusa de la nave. En medio de esa materia que giraba sin sentido había un Nada plateado.

Se acercó volando a él. Sí, era el mismo tipo de bípedo aburrido que había asesinado en el campo de batalla. El acabado brillante de la piel hablaba de una alta tecnología, una textura aislante. Tal vez el Nada había robado ese material de los almacenes de las podia en la estación orbital. Esa sospecha enfureció a Quath. Se apresuró a interceptar el paso lentísimo y despreciable del Nada.

Lo atrapó con facilidad. La lucha del animal era lamentable, cómicamente débil.

‹¿Qué forma tiene?›, preguntó Beq’qdahl.

‹Tú escapaste de seres con esa forma, ¿recuerdas?›.

‹No me ofendas, te lo advierto. ¡Informa!›.

‹Es evidente la tecnología mec de bajo nivel, aunque el traje parece de alto nivel. Mueve los miembros como si se desplazara con dos de ellos y manipulara con los otros dos. No se aprecian aumentos corporales. Probablemente es una forma animal muy primitiva›.

‹Deben de ser bien fáciles de erradicar›.

‹Sí. ¿Le saco el traje, para ver el interior con detalle?›.

‹No me gusta ver la forma primitiva y asquerosa de los animales, Quath›. Beq’qdahl aspiró con fuerza. ‹Está por debajo de mi dignidad›.

‹Ah, lo lamento›. Quath suprimió una expresión de risa intensa. Las palabras de Beq’qdahl la divertían muchísimo.

‹Basta. Se ha acabado la inspección›.

‹¿No podemos ver el Sifón, Beq’qdahl? Está brillando muy cerca›.

‹No veo el propósito…›.

Quath sintió que una idea rondaba una de sus submentes.

‹¡Espera! Este Nada ya nos ha causado problemas, ¿verdad?›.

La voz de Beq’qdahl traicionó su interés.

‹¿Y qué?›.

‹Noble Beq’qdahl, tengo una idea para un juego muy divertido…›.