K
illeen golpeó con la mano enguantada contra la escotilla alienígena.
—¡Mierda!
Después oyó llegar a Jocelyn, que volvía, y se obligó a respirar hondo para calmarse. Nunca era buena idea dejar que un oficial viera a su capitán en un ataque de rabia desatada, ni siquiera si se trataba de una oficial tan disciplinada como Jocelyn.
—Nada —informó ella—. No he visto que pasara nada en toda la nave.
Killeen asintió. Había estado convencido de que la nave estaba completamente fuera de control, pero tenía que considerar todas las posibilidades. Ya no podían hacer casi nada más.
Recordó que durante el asalto a la estación había lamentado no poder estar en plena acción debido a su papel de capitán. Bueno, ahora su deseo de participar en el baile se había cumplido.
El Flitter había volado ya durante una hora. Un ruido constante de motores le proporcionaba una leve aceleración hacia la cubierta de popa. En esos compartimentos hexagonales y torcidos, la orientación resultaba particularmente molesta, pensada solamente para algún propósito desconocido de la mente de los mecs.
Jocelyn se levantó con habilidad sobre una sección de conductos en U que surgían del suelo y dio un salto hacia la cabina exterior. Killeen trató de ver algo en medio de la misteriosa masa de cables Y cuñas electrónicas que había descubierto bajo una puerta en el suelo. Llamó a sus Aspectos: Arthur para que le proporcionara la habilidad electrónica de la era de las Arcologías; el antiguo capitán Ling, que conocía la vieja sabiduría de las naves de milenios anteriores; incluso Grey, lejana, sofisticada, tan remota que resultaba casi inaccesible. Pero ninguna de esas viejas personalidades le ofreció nada útil. Ling fue el que más se acercó.
Los medios que tiene la entidad externa para controlar esa nave tal vez sean malignos, recuerda cómo volvió a afirmarse el Mantis a nuestra llegada, pese a todas tus precauciones. Tu dominio sobre el Argo era ilusorio.
—Quieres decir que nunca tuvimos ninguna oportunidad —dijo Killeen con amargura—. No la tuvimos antes, no la tendremos ahora.
Hace mucho tiempo, antes de mis tiempos, antes de los de Grey, antes de la época de los grandes Candeleros, se dice que nuestros antepasados desafiaron a los mecs. Entidades mucho mayores que nosotros tuvieron que reconocer nuestra existencia para no verse obligados a delegar nuestra destrucción a mecanismos minúsculos como los que vosotros conocisteis en Nieveclara.
A Killeen le resultaba difícil concebir que un ser como el Mantis fuera minúsculo, aunque el Mantis mismo se lo había dicho. La mente de Killeen no lograba captar los tiempos de los que hablaba Ling, las alturas a las que había llegado la humanidad antes de su larga y terrible caída.
En cuanto el problema de este momento, hay una solución muy simple. Una forma de impedir que la entidad exterior controle la nave.
—¿Cuál es?
Destruyendo los instrumentos a través de los cuales recibe las instrucciones. Ve y destroza la antena.
Killeen se rio tanto que Jocelyn levantó la vista de su trabajo inútil bajo las planchas del suelo.
—Ya se me había ocurrido. ¡No podemos salir!
Antes de que Ling pudiera responder, Killeen lo empujó al fondo de la mente. Trató de volver a llamar a Shibo por el comunicador.
La recepción había mejorado desde el último intento, aunque todavía se desvanecía a veces y bañaba la voz de Shibo con una estanca suave. Para Killeen, sonaba hermoso.
«¿Cómo andas?», preguntó ella, tensa y preocupada.
—Vamos tirando. Os echo de menos a ti y a Toby. ¿Cómo está?
«Bien. Está aquí, en el puente, conmigo y con Cermo. Os estamos rastreando». Hubo una pausa. «Todavía vais en dirección a la nave que se aproxima. Es una mierda tener que quedarse aquí sentada, mirando. No puedo mover al Argo, ni seguiros».
—¿Has tratado de pintar la cabina con material aislante? Tal vez eso mantenga a lo que sea apartado de los controles.
«Sí. No da resultado. Lo que nos tiene detenidos aquí es el programa del Mantis, y está muy internado en el sistema». La tranquilidad de la voz no ocultaba a Killeen la preocupación de la piloto. «Parece que el método sirvió para los otros Flitters, eso sí. Están bajo control. Vamos a cargarlos pronto».
Era evidente, aunque ella no lo dijo, que ninguno estaría listo a tiempo para rescatar a Killeen y a Jocelyn. Esta reaccionó escupiendo a la pared de la cabina.
—De acuerdo —dijo Killeen—. Quiero que formes a la Familia, Shibo. Con todo el equipo de campo.
«¿Para qué?».
—Para abandonar la estación. Llévate a la Familia bien lejos.
«Pero ¿y el Argo?».
—Tendremos que abandonar el Argo también. Desprende las cúpulas de la granja. Ya lo hemos discutido. Se pueden mantener solas. Arrástralas. Pero sal en veinticuatro horas.
«¡Pero si podemos defender la estación!». Era la voz de Toby, que interrumpía la comunicación, frustrado y rabioso.
—Hijo —dijo Killeen—. Apártate del comunicador.
«¡Te digo que podemos vencer a esos malditos mecs!».
Antes de que Killeen tuviera tiempo de empezar a gritar a su hijo, Shibo interrumpió la comunicación. Estaba de acuerdo con el muchacho.
«Sí. Nos quedaremos en el Argo, lucharemos contra lo que venga». La voz de Shibo estaba llena de pasión por lo que hacía. Los motivos de su amante reconfortaron a Killeen, pero le frustraba saber que no podría hacerle comprender su punto de vista.
La voz fuerte y dura del lugarteniente Cermo se introdujo en la conversación.
«¿Luchar contra mecs de alto nivel? ¿Desde una posición fija? ¡Una locura! ¡No, no!».
La réplica de Shibo parecía incierta.
«Los destrozaremos desde aquí, los haremos saltar».
«¡Están preparados para eso!». Cermo hablaba más alto de lo que era necesario.
«¡Estos mecs son pequeños!», interrumpió Toby de nuevo. «Los vencimos muy fácilmente».
La respuesta de Cermo fue muy amarga:
«Esos eran guardias nocturnos. Nada más. Espera a que aparezcan los luchadores. Insisto en que no podemos combatir a ese nivel. No desde posiciones fijas. Al menos no sin ayuda de otros mecs como el Mantis».
«¡Seguidores del Mantis!», gruñó Toby. «Los mecs del Mantis iban a recibirnos aquí, eso decíais vosotros. ¿Dónde están? Tienen que haberse encontrado con otra cosa antes de que llegáramos nosotros, eso es evidente».
«¡Eso es lo que digo! Sea quien sea el que venció a los aliados del Mantis, volverá muy pronto. Ya tiene al capitán».
—Cermo tiene razón —dijo Killeen, contento de que su segundo mostrara un poco de sentido común. Iba a añadir algo cuando Cermo apuntó contra un blanco inesperado.
«Gracias, capitán. Por eso pienso que tenemos que ir abajo ahora mismo. Busquemos un territorio donde sepamos cómo movernos, como en los viejos tiempos, un territorio donde podamos encontrar aliados».
—No puedo creer que quieras…
«Sí, tenemos que ir a la superficie».
—¡No! ¡Sacad los Flitters de la estación! Podéis alcanzar el cuarto planeta. Tiene hielo, carbono. Tenemos algunos Aspectos que conocen ese tipo de vida. Podemos construir domos.
Pero Cermo interrumpió de nuevo.
«El Argo nos trajo aquí por alguna razón, capitán. Algunos de nosotros queremos bajar y ver qué hay».
—¡Pero esas razones tal vez ya no existan! Probablemente los aliados del Mantis perdieron. De todos modos, ¿qué hay de los demás miembros de la Familia? ¿Los que no confían en el Mantis?
Ese había sido desde el principio el grupo mayoritario. Killeen había contado siempre con su apoyo para vencer al misticismo o la credulidad que ponía su fe en las promesas de un mec, aunque fuera un mec tan diferente y peligroso como el Mantis. Killeen confiaba en que la presión de ese grupo vencería la resistencia de Cermo.
Sin embargo, las palabras de Shibo hicieron que la cubierta se moviera bajo sus pies.
«La mayoría opina que hay que combatir por la estación», anunció ella en una voz baja, amarga, que él apenas podía entender. «Pero el capitán me ha convencido de que no podemos. Si tomamos eso en cuenta, Cermo tiene razón».
—¡No! Tomad el Argo, huid.
«Si tomamos los Flitters, tal vez podamos buscarte después».
—No hay muchas posibilidades de que continúe con vida. Alguien quiere echarnos una mirada a Jocelyn y a mí. No creo que sea solamente un interés amistoso.
«Capitán, votamos por bajar», dijo Cermo.
—Y yo digo que no.
«El Mantis…», insistió Cermo con menos calor.
—¡Somos dueños de nuestras propias vidas! —gritó Killeen.
«El Mantis tenía algún plan», insistió Cermo.
—¿Y qué? ¿Supones que había planeado esto del anillo cósmico? ¡Shibo! ¿Qué hace esa cosa?
Ella le envió una imagen simulada. La respuesta brilló en el ojo izquierdo de Killeen.
El arco giratorio ensombrecía todo el planeta. Desde la pequeña abertura en el eje se elevaban huellas como trazos de un lápiz oscuro. Los dos polos exhalaban arroyos de material. Una lava amarilla de metal golpeaba el vacío y estallaba en bancos de niebla. De ese vapor surgían hilos delgados y blancos.
—Por lo visto está construyendo algo —apuntó Killeen.
«Y de paso, vacía el planeta», observó Shibo.
—Haced lo que os ordeno —dijo Killeen, severo de pronto—. Shibo, ¿ya has emitido el aviso a la tripulación?
«Sí», respondió Shibo, a regañadientes.
—Bien. Ahora…
«Los Flitters también están listos. Están preparados para un programa de destino fácil. Los archivos del Argo me han enseñado cómo hacerlo. Los tengo a punto para intentar una aproximación al planeta».
Killeen vio con amargura que ella lo había pensado a fondo. Probablemente era capaz de realizarlo, además. Shibo era más hábil adivinando cómo funcionaban los aparatos de los mecs.
—¡No y no! Algo horrible está sucediendo allá abajo. ¡Hay que marcharse!
«Lo siento, amor mío. Te hemos ganado por votación». Shibo dio a las palabras un tono alegre, pero Killeen sentía la tensión que se ocultaba en esa voz.
—Como capitán, yo…
«Si quieres legalismos, ahí va esto», lo interrumpió ella de nuevo. «Estás relevado. Como oficiales, expresamos la decisión de la Familia».
—¡No! ¡No podéis hacer eso!
«¡Escucha!». De pronto, la voz de ella relampagueó de auténtica rabia. Él se la imaginaba con los ojos bruscamente abiertos, los dientes apretados. Las emociones casi nunca alteraban la tranquilidad del rostro de Shibo, pero cuando lo hacían, el efecto era espectacular, como el de una fuerza natural desatada. «Trataremos de salvarte. Pero nos aferramos a nuestro sueño».
—Shibo, quiero que…
«Amor, ya sabes que yo no puedo quedarme aquí sentada sin hacer nada».
Killeen se esforzó en guardar silencio. Tenía que dirigir su frustración contra el ser que hubiera tomado la nave, no contra la mejor de todas las mujeres.
—De acuerdo…, de acuerdo. De todos modos, no puedo deteneros desde aquí…
Cermo contestó con calor sorprendente:
«No. No».
—¿Adónde pensáis ir?
Una pausa. Killeen supuso que ella estaba intentando dominarse también. La pequeña onda de comunicación que los unía parecía cantar con pensamientos no expresados.
«¿Recuerdas…, recuerdas la señal desde Nueva Bishop?».
—Sí. Me dijiste que había indicios humanos.
«Ahora la tengo más ubicada. Hay voces cerca del ecuador. Trataremos de aterrizar cerca de allí».
—Bien.
«Hay gente ahí abajo. Eso ha convencido a muchos. Si no podemos defender el Argo, bajaremos y nos reuniremos con los nuestros».
No sonaba mal. Killeen admitió a regañadientes que Shibo y Cermo tenían de su parte la lógica y la lealtad de la especie.
—¡Pero está el anillo! —gritó, golpeando la consola—. ¿Cómo pensáis atravesarlo?
«Gira un día o dos, después se detiene», explicó Shibo. «Nos lanzaremos desde la estación. Cuando el aro se detenga, volaremos hacia la atmósfera».
—Demasiado arriesgado.
«Amor…».
Durante un momento, no dijeron nada. La estática parecía casi un coro de fondo para los pensamientos, poderosos, inexpresables.
—¿Cuándo partiréis?
«Pronto. Ya estamos casi listos. Yo trataré de protegerte de lo que haya en esa nave…, siempre que podamos llegar a tiempo. Si no…».
La voz de Shibo se desvanecía por momentos. Killeen escuchó con atención durante un minuto para establecer un último contacto. Por fin, apagó el comunicador y se dio cuenta de que había estado conteniendo el aliento.
Jocelyn lo observaba, nerviosa. Killeen no tenía ideas y no quería demostrarlo. Tensó los músculos de la mandíbula, sabiendo que eso le daba un aspecto severo. Esta vez valoraba todavía más el gesto porque le ayudaba a dominar su frustración.
—Quieren tenernos aquí hasta que… —Jocelyn no sabía cómo terminar la frase.
—Sí. Hasta que nos puedan hacer salir, hasta que nos pasen por encima.
—Si nos han traído hasta aquí, tal vez solamente quieran saber quiénes somos antes de entrar en la estación.
—Parece razonable. Los mecs son precavidos.
—Les daremos la información que buscan aunque estemos muertos —dijo Jocelyn directamente.
Él la comprendía.
—Sí.
—Mejor será que nos vayamos antes de que lleguen.
La furia tembló dentro de Killeen. Tenía que pensar, pero su rabia parecía fuera de control. Tenía tantas ganas de destrozar algo que le dolían las manos.
En ese momento, percibió el brillo de una idea. La herencia muda de la evolución hormonal lo había enfurecido y tal vez eso lo ayudaría después de todo. Usar la rabia, sí.
—Divirtámonos —propuso con una sonrisa leve.
—¿Qué?
—Esta nave tiene una mente a bordo, aunque no sepamos dónde está. Démosle un problema. Un problema grave.
Killeen levantó una varilla de metal que había arrancado de un mecanismo de carga. La golpeó con alegría contra los conductos en forma de U. Uno, dos, tres golpes, y uno de los caños se quebró. Se fracturó. Se abrió y la sala se inundó de un gas espeso y verde.
—¡Sellar! —gritó Jocelyn, asustada. Los dos cerraron los cascos justo en el momento en que el gas llenaba la nave con una niebla color esmeralda que se retorcía como vapor de agua.
Sonó una sirena lejana, en los sensores. Killeen dirigió un gesto a Jocelyn para que lo siguiera y se movieron tan rápido como pudieron a través de los túneles retorcidos del Flitter. Había habido una esclusa que no consiguieron abrir, una esclusa simple, pero ahora, si confundían lo suficiente a los sistemas internos de la nave…
La esclusa era un mecanismo simple de salida, sellada por una gran tapa con hendiduras. Habían pasado mucho tiempo intentando abrirla, y ahora Killeen sólo tuvo que golpearla con la varilla. Le quebró el borde y rompió los costados. Jocelyn había entendido lo que hacía y buscó un pesado eje de compuesto de bronce. Lo aplicó a la esclusa con placer, sonriendo.
Después del primer ataque de rabia, al menos eso les aclaraba la mente. Quemaba oxígeno, pero no tenía demasiada esperanza de usar toda la reserva de todos modos. Sabía que se había equivocado mucho y que tendría que pagar por eso.
En los sensores se dispararon más alarmas, aullidos electromagnéticos de mecanismos desesperados. Killeen golpeó los cables de energía. Saltaron chispas. Llevaba los guantes de goma para evitar las sacudidas eléctricas, pero la onda lo cegó de todos modos. Dedos color naranja se aferraron a la cubierta. El gas verde se hacía más y más denso. Killeen aplastó un panel de control, quebró el costado y los cables salieron a la luz como entrañas destrozadas.
De pronto la esclusa se abrió. Killeen la observó con los ojos muy abiertos. Las estrellas lejanas lo llamaban. Sólo dispuso de un instante antes de que el rugido atronador del escape de aire lo arrastrara con la cabeza por delante hacia la esclusa abierta.
Abrió los brazos en la tormenta. Golpeó contra la boca abierta de la esclusa, de lado, y la boca no consiguió engullirlo. Jocelyn se aplastó contra sus piernas. Él se arrastró de costado. Ella se deslizó hacia el suelo, donde consiguió aferrarse a la base.
Pero al ayudarla con su cuerpo, Killeen perdió fuerza en la mano que lo anclaba al borde de la esclusa. El ruido cada vez mayor de la presión lo rodeó desde todos lados. Trató de sentarse. Una mano gigantesca lo empujó hacia atrás. Pequeñas bocas le succionaron los brazos, las piernas, la cabeza.
Algo sólido le dio en el cuello y de pronto se encontró en la esclusa, golpeándose contra el borde en una oscuridad teñida de verde…, y se encontró en el exterior, libre, girando y alejándose de la piel brillante del Flitter.
Girando. Dando vueltas.
Hizo un giro brusco según la teoría de los vectores para corregir la deriva. De pronto la jungla de impresiones empezó a cobrar sentido.
Colgaba al costado de Nueva Bishop, lejos de la estación. Estaba cerca de un polo. Muy por debajo, la aurora roja extendía las sombras de las montañas a través de llanuras grises y yermas. Hacia el ecuador, todavía había vida verde en los valles y los llanos, donde crecían los bosques.
Todo eso yacía ahora bajo el brillo dorado e incandescente de la cuerda cósmica. La cuerda giraba con energía infinita. Un extremo se extendía directo hacia el polo. El otro estaba mucho más allá del ecuador.
Giraba más rápido de lo que podía apreciar la vista. Un tapiz sombrío se extendía sobre el mundo entero. El eje polar estaba libre ahora. Killeen no veía la fuente de metal que escupía materia. Pero la nave brillante todavía estaba allí.
Iba a verla con toda claridad. Flotaba casi por encima del polo. Allá lejos, casi por encima de la curva del mundo, giraban vastos depósitos grises. La fruta arrancada al núcleo de metal del planeta, pensó Killeen.
Vio todo eso con apenas una ojeada, incapaz de reaccionar porque algo se le acercaba, hinchándose cada vez más con la velocidad.
La nave era mucho mayor que el Flitter mec que flotaba como un insecto indefenso cerca de un pájaro depredador. La nave estaba frenando hasta que por fin se detuvo. La comparación surgió de pronto en la mente de Killeen porque había algo rápido y agresivo, evocador, en las líneas de la nave grande. Tenía alas refulgentes, formadas por intrincados pentágonos que se interceptaban, como si hubieran surgido de un solo hilo trenzado y firme. La cabina frontal sobresalía como el cuello de un animal insaciable. En la cola se distinguían los bultos de algunos ejes renegridos. El Aspecto Arthur intervino con serenidad.
Los Flitters expresan la rigidez de los mecs, pero esta enorme nave está esculpida para expresar simetrías corpóreas de algún tipo. La Aspecto Grey me indica que es una característica de las inteligencias orgánicas, no de los mecs. Sin embargo, me doy cuenta de que estas no son las formas bilaterales de las construcciones humanas.
—¡Jocelyn! Hay algo aquí fuera. ¡Escóndete!
Muy leve, muy lejana, oyó la respuesta de ella:
«Sí. De todos modos, el Flitter ya casi se ha detenido».
Las naves colgaban una junto a la otra en el espacio. Killeen se preguntó si ese había sido el destino elegido para el Flitter. En ese caso, tal vez toda la rabia que había desplegado dentro sólo había logrado liberarlo unos instantes antes, cuando el Flitter se libró del animal que lo irritaba, arrojándolo al vacío.
Dio vueltas alrededor del Flitter, pensando que tal vez la nave grande lo perdería de vista entre los restos que habían salido despedidos por la esclusa. Si podía seguir en libertad durante un tiempo, tal vez descubriera qué forma de vida pilotaba la gran nave.
Sin embargo, tuvo que interrumpir sus pensamientos. Una forma salió de un agujero oval oscuro en el costado de la nave. Se movía mucho más rápido que cualquier ser humano. Se acercó a él por el vacío.
Killeen se alejó a toda velocidad. No tenía adonde escapar, pero no pensaba dejarse atrapar sin más. Su vuelta lo obligó a ver el polo y el brillo dorado del aro que giraba por debajo. Ese brillo cubría toda Nueva Bishop excepto por el pequeño cilindro abierto en un polo.
Killeen trató de zigzaguear para evitar a la forma que se acercaba, y luego se le ocurrió buscar refugio en el Flitter. Una mirada por encima del hombro le demostró que la cosa se acercaba cada vez más. Cambió otra vez de dirección.
A cada vuelta, la cosa estaba un poco más cerca. Lo seguía con una facilidad casi insultante. Ahora estaba tan cerca que Killeen distinguía partes de metal llenas de protuberancias. Entre las secciones de cobre había una cosa dura, áspera, que parecía doblarse y moverse con esfuerzo.
De pronto comprendió que la cosa estaba viva. Los músculos se movían en su cuerpo. Seis piernas de cuero se doblaban por debajo y terminaban en grandes garras.
Y la cabeza…, Killeen vio ojos, más de los que pudo contar, ojos que se movían independientemente sobre pedúnculos separados. Junto a ellos había discos rotatorios de microondas. La cosa tenía brazos telescópicos forrados de acero brillante. Terminaban en aparatos de manipulación con dedos que se oponían.
Era al menos veinte veces mayor que un ser humano. Una garganta inflada temblaba bajo una piel rugosa, dura y de un gris verdoso. Tenía los cuartos traseros hinchados, como si hubiera tubos de expulsión allí dentro. Sin embargo, estaba marcada por rayas amarillas y marrones, como un ser vivo.
Killeen comprendió que esa era la cosa que había estado cerca de la mente principal de la estación. Pero aquella era mucho más pequeña. Este ser era diferente. Era una forma viva con algunas características de los mecs.
Eso fue todo lo que se le ocurrió antes de que las garras lo apresaran en un abrazo rudo pero seguro.
La cosa se lo llevó cerca de los ojos. Lo estudió durante un buen rato. Killeen estaba tan atento a los óvalos anaranjados que solamente después de un tiempo se dio cuenta de la fuerza de la aceleración.
La cosa lo estaba arrojando hacia delante. No lo devolvía a la nave, sino que lo dirigía al polo. Se lo pasaba de una garra a otra y lo dejaba flotar unos instantes en el espacio antes de volver a atraparlo.
Como un gato jugando con un ratón.
Era la voz quejosa del Aspecto Arthur.
—¿Qué es un «gato»?
Un animal antiguo, reverenciado por su sabiduría. Grey me contó algo acerca de él.
La mente de Killeen giraba, vacía de terror y de rabia. Experimentaba sólo un remordimiento distante, doloroso, por todo lo que dejaba atrás: la risa de Toby, el amor sedoso de Shibo, la sonrisa constante de Cermo, el abrazo tibio de toda la Familia a la que había fallado y que ahora moriría en un sacrificio absurdo en aras de algo que estaba más allá de la experiencia humana.
Trató de apartarse de las grandes garras negras. Parecían estar en todas partes.
Un peso terrible lo aplastó. Durante un momento largo y terrible se limitó a tratar de respirar con desesperación.
Se preguntó en abstracto cómo lo mataría esa cosa. Un abrazo demoledor, o las piernas arrancadas, o electrocución.
Con una rabia profunda y brusca trató de patear las garras. Apoyó una rodilla en una y empujó de lado con el brazo.
De repente se sintió libre. Parecía imposible, pero se dejó ir a alta velocidad para alejarse de la forma larga, romboidal, de su brillo de metal y carne arrugada y marronácea.
La cosa no lo siguió.
Killeen giró buscando dominio sobre sí mismo y no vio nada excepto un brillo duro. Estaba cerca del aro. No, no solamente cerca, el aro lo rodeaba.
Killeen miró atrás. Por encima de su cabeza, el alienígena, que disminuía de tamaño progresivamente, flotaba al final de un tubo brillante que se extendía, se extendía y se estrechaba cada vez más a su alrededor.
Estaba alejándose por la garganta del conducto fabricado por el aro giratorio. Lo rodeó un fulgor enceguecedor.
Se enderezó y disparó los cohetes. El alienígena lo había acelerado para meterlo justo en el tubo del aro. Si podía corregir la dirección a tiempo…
Pero las paredes brillantes se acercaron a él cada vez más rápidamente.
Aplicó el máximo de fuerza para detenerse, aunque sabía que la fuerza máxima disminuía la eficiencia de la combustión. Sus cohetes de traje eran pequeños, pensados sólo para maniobrar en caída libre.
Iba directo hacia abajo. El alienígena le había aplicado la aceleración con tanta exactitud que Killeen no se desviaba de lado contra las paredes del aro. Caía directamente hacia el polo de Nueva Bishop.
A través de las paredes translúcidas y brillantes veía los bordes del planeta, tan fantasmagóricos como un sueño perdido.
Sus cohetes tosieron, volvieron a funcionar bien durante un instante, después tosieron de nuevo y se apagaron. Cayó en un silencio fantasmal, absoluto.
Había sido tonto pensar que esa cosa de acero y carne lo mataría de una manera previsible. En lugar de eso, por una razón que el no alcanzaba a comprender, una razón retorcida y enorme, le había dado esa trayectoria extraña hacia la boca de una gran máquina de destrucción.
En cualquier momento, pensó, el tubo volverá a expeler metal líquido hacia el exterior.
Entonces él se convertiría en humo en un instante.
Activó los sensores, pero en vano. No hubo ninguna respuesta humana. Hizo una mueca con el aliento rápido en el casco nublado por el sudor.
Las paredes brillantes se acercaron. Killeen sentía que casi iba a tocarlas, pero mantuvo los brazos pegados a los costados. Cayó con los pies por delante, mientras el punto amarillo que había entre sus dos botas aumentaba cada vez más.
El Aspecto Grey dijo a lo lejos:
Esto… es un trabajo maravilloso… nunca… estudié… comparable a las construcciones… en tiempos antiguos… las de los mecs mismos…
Arthur la interrumpió:
Estamos dentro del tubo que se extiende a lo largo del eje polar. Esperemos que todo el tubo esté vacío, que los alienígenas no estén realizando excavaciones mineras. Parece que tenemos una trayectoria bastante exacta. El alienígena nos envió directo a lo largo del eje de rotación de Nueva Bishop. Tal vez atravesemos el planeta.
Killeen trató de pensar.
—¿Cuánto nos llevará eso?
Déjame calcularlo un momento. Sí, tengo los datos de Nueva Bishop que me anunció Shibo. Eso da…, estoy realizando la integral dinámica analíticamente…
Sobre el campo visual de Killeen apareció lo siguiente:
El tiempo para atravesar el planeta es de 36,42 minutos. Te aconsejaría que conectaras un reloj.
Killeen llamó a un marcador de tiempo para que se instalara en su ojo derecho, lo colocó en cero y miró cómo cambiaban los dígitos amarillos. Nunca los había entendido y en toda su vida no había necesitado más que una estimación muy burda de minutos, y solamente cuando organizaba el comienzo de un ataque. Que lo leyera Arthur. El tiempo no tenía importancia cuando el resultado era tan evidente.