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lamada de reunión, llegó el sonido agudo, agresivo, a través de la concentración de Quath. Ella se agachó sobre la lava fruncida y buscó vetas verdes y plateadas.

Llamada de reunión.

Quath deslizó una aguja en el verde plateado del flanco, midió y agitó sus osículos con frustración. Eso no era palazinia. Encontrar una carga de palazinia, la más rara de las pastas de unión, habría sido todo un golpe. Ese material falso que brillaba no tenía valor, y Quath le propinó una patada con furia.

Llamada de reunión, contestó, con miedo.

¡Cita! La noble Beq’qdahl ha encontrado una veta profunda de…

Quath silenció el mensaje con rabia. Otra vez un gran éxito de Beq’qdahl.

Ese era el quinto hallazgo importante desde que había empezado la exploración de minería, y todos habían sido de Beq’qdahl. La mayoría de las otras podia estaban ocupadas sacando lo que había encontrado ella, y le dejaban el campo libre para encontrar más y destacarse. Quath había pensado en dejar ese trabajo: no era una buena exploradora, se desanimaba y vagaba en lugar de escarbar como un hurón, introduciéndose en cada pequeña grieta. Había pensado en hacerse minera. Pero algo la obligaba a seguir con su intento de ser mejor que Beq’qdahl. No le dejaría el campo libre con tanta facilidad. Si al menos…

¡Quath’jutt’kkal’thon! ¡Llamada!

‹Estaba atrasada, estoy a punto de…›.

No. No vayas a la llamada general. Vuelve a la Colmena. A la Tukar’ramin.

Por hilos resbaladizos, a lo lejos, se acercaba la Tukar’ramin: una masa brillante de acero y caparazón granulosa. Ondas de bienestar tibio se extendieron alrededor de Quath cuando los sentidos de la Tukar’ramin se introdujeron en su mente para palparla. Estaba nerviosa, pero las tensiones del día se desvanecieron.

*Alégrate, pequeña*.

‹Todas celebran en tu presencia›.

*No quiero formalismos, por favor. Molestan a la mente porque fingen tener significado sin que sea cierto. Alégrate porque ya no necesitas caminar por la tierra destruida. Sé que no te gusta*.

‹¿Tanto se me nota?›.

La Tukar’ramin atrajo a Quath y la bañó de comodidad y perdón.

*Tus dudas pesan en cada uno de los pasos que das*.

‹He cumplido con mi trabajo›. Las palabras salieron con más tensión de la que Quath pretendía, pero había querido decirlo por dignidad.

*¿Siempre tienes que ser tan seria?*

‹Yo…› Quath dudaba. ¿Cómo decirle a aquella inmensa criatura que las abarcaba a todas que el universo era un remolino que lo arrastraba todo hacia la nada? ‹Solamente tengo cuatro podios y soy muy solitaria›.

*Beq’qdahl es solitaria también. Siempre está a solas, buscando metales raros. Sus podios no se arrastran como los tuyos*.

¡Beq’qdahl otra vez! Quath dijo, tensa:

‹Todas tenemos nuestra forma de hacer las cosas›.

*¡Pero ninguna de vosotras está sola!* Una exasperación leve, punzante. *Todas estamos unidas a la gran tarea final. Las ondas térmicas que tejemos alrededor de esta estrella dominarán su energía ardiente. Nuestras compañeras ensillarán la crujiente electrodinámica del Centro Galáctico, que está tan cerca. Pronto habremos combinado todas esas energías. Así reunidas, después de vencer a los mecs —¿quién puede dudar que los venceremos, dada nuestra gran victoria en este planeta?— podremos usar esa energía para comunicarnos con otros Amos de Estrellas en galaxias lejanas*.

‹Lo comprendo, pero…›.

*Creo que no lo comprendes. Dominamos la galaxia para dar sentido a la materia. No dentro de nuestras mentes, en los castillos sitiados de la razón, sino en las estrellas mismas*. La Tukar’ramin hizo el signo de las ocho patas.

Quath se encogió, sin saber qué responder.

*Todavía siento tu inquietud*.

Quath envió una orden severa a su cerebro secundario, el de los podios, para que detuviera su danza nerviosa.

‹No…, no tengo vector›.

Cuando la Tukar’ramin volvió a hablar, las palabras resonantes tenían una gravedad nueva, llevada por golpes de hormonas muy llamativos.

*Tú manifiestas un rasgo muy extraño en nuestra especie, Quath’jutt’kkal’thon*.

Quath contestó con miedo a ponerse en evidencia:

‹Mis dudas pasarán pronto, estoy segura…›.

*No. El profundo secreto que sostiene la expansión de las podía desde nuestro sistema nativo es algo que voy a revelarte ahora. Hace muchos siglos, encontramos una especie de pequeños seres que explicaban la naturaleza de la llegada de los mecs. Nuestros salvadores de esos tiempos comprendieron que nuestra naturaleza perezosa nos convertiría en presa fácil de los mecs, así que mezclamos nuestro material genético con el de aquellos pequeños seres para potenciar nuestra agresividad*.

‹Debieron de ser muy feroces›.

*Sí. No sé qué forma física tenían, pero eran astutos y persistentes. Al seleccionar esos rasgos sutiles de su ADN, ya que compartíamos la hélice portadora fundamental, incorporamos otras facetas. Era inevitable. Una era la capacidad de dudar, de cuestionar las cosas*.

‹Yo también tengo valor›, dijo Quath, con falso orgullo.

*Tal vez. Sin embargo, estoy convencida de que perteneces a esa rara clase que llamamos Filósofa. La sabiduría convencional de la Síntesis, tal como la dictaron las Iluminadas, basta a la mayoría. Incluso las que no creen…, como Beq’qdahl, funcionan bien dentro de ese contexto. Pero el liderazgo de nuestra raza depende de las Filósofas*.

‹¿Liderazgo?›.

*Cuando llegue el momento, sí…, si demuestras que tienes la mente cuestionadora que necesitamos*.

‹Pero…, pero…›.

*Ese rasgo profundo es lo que te ha llevado a la desesperación después de la muerte de Nimfur’thon. Conlleva dolor, sí, pero también puede proporcionarte sabiduría*.

‹Una herencia maldita›, comentó Quath con amargura.

En la gran piel arrugada de la Tukar’ramin brilló un código hormonal.

*Te incrustaremos. Una pequeña adición para tu nueva tarea*.

‹La búsqueda de metales…›.

*No se adapta espiritualmente a ti. Hay trabajo en la Colmena, y el personal es escaso por el problema de la minería. Aquí podré sentirte mejor mientras trabajas. Ahí está, ¿tienes el código? Ve a ver a la Factótum para que te incruste tu nueva herramienta*.

Un gesto indicó a Quath que la entrevista había terminado. ¡Ya no tendría que buscar metales! ¡Y una incrustación…!

Después del ascenso, que implicaba un podio más, la incrustación era el mayor tributo a una trabajadora. Quath podría pasearse por las barracas mostrando la adición sin anunciarla. Una ventaja, definitivamente. Sí. Se sintió mejor.

Pasó junto a Danni’wer hacia la terminal más cercana. Envió el número de código y esperó las noticias. Los servos murmuraban en su cuerpo. Podría pensar en las extrañas noticias referentes a su naturaleza más tarde, cuando tuviera tiempo. Después de todo, por lo visto era una Filósofa, significara lo que significase.

La pantalla brilló en un marfil nervioso. Apareció una imagen de la nueva herramienta.

La bilis se elevó en el cuerpo de Quath, un azul acre que le quemaba la garganta. Nadando frente a ella había una pistola clasificadora. Una herramienta sencilla, de lo más fácil de manejar. Una incrustación tan estúpida y baja que casi parecía un insulto.