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as podia se reunieron para la confluencia en una caverna muy profunda, en la madriguera de la Colmena. La habían excavado cuando llegaron a ese lugar mientras destrozaban y quemaban legiones enteras de mecs. La caverna les recordaba sus orígenes. Sobre las paredes brillantes, inclinadas, se reflejaban imágenes acuáticas de las podia, entremezcladas y traqueteantes. Las crisálidas que se arrastraban por el suelo habían pulido la piedra cruda mientras jugaban y llamaban.
Danni’wer apareció a la entrada del portal de confluencia. Entonó el canto ritual, sílabas que resonaban en los techos arqueados.
Para esa ocasión, nadie usaba los escudos grises y bastos de las trabajadoras. En lugar de eso, había cobertores de piernas, amplios y redondos como globos. Algunos lucían arcos rosados y flameantes en la cabeza. Se oía el ruido de las cilias excitadas. Baños de pus multicolor y perfumado destacaban en los ojillos, inflamados artificialmente. Plumas de tráquea y caparazones acerados y brillantes exaltaban a sus dueñas. Algunas jugaban con castañuelas perladas de huesos de animales que colgaban de las articulaciones de las piernas. Las miriapodia viejas mostraban incrustaciones nuevas de mica o piedra pómez cocida.
Las que acababan de ser ascendidas encontraban la oportunidad de exhibir la pierna brillante que habían ganado, pulida y bien visible entre la masa de podios gastados. Otras mostraban sus antenas sonoras, refulgentes, cobrizas, o grandes colmillos negros. Nuevos lentes de cuarzo resaltaban los espectros como joyas en aceite. Las que habían recibido hacía poco tubos digestivos artificiales exhibían vejigas hinchadas que hervían con comida recién convertida en papilla.
Las podia que llegaban más tarde colmaron los hilos y el hoyo de confluencia. A medida que crujían para colocarse con las piernas encogidas, se iba formando la imagen de Nimfur’thon por encima de ellas. Comenzó la invocación tradicional. Una voz sonora agradeció a las trabajadoras que hubiesen abandonado sus tareas para acudir a honrar a una tejedora recientemente desaparecida. Quath prestaba mucha atención, pero había muchos grupos entre los que zumbaban los chismes. Después, y eso era increíble, apareció la Tukar’ramin muy por encima de Nimfur’thon.
Todas abrieron la boca. La Tukar’ramin nunca se había dignado a aparecer ante todas.
‹¡Qué! ¿Por qué?›, dejó escapar alguien.
La Tukar’ramin, que por lo visto no advertía el revuelo que había suscitado, llenó la gran cámara con su voz sonora. Entonó las Verdades. Quath escuchó con mucha concentración mientras se desarrollaba la vieja historia, tratando de comprender más, de extraer nuevos sentidos.
La letanía era, por supuesto, verdadera y grandiosa. Hablaba de cómo las perturbaciones formaron bolas giratorias de gas, que a su tiempo, se achataron para convertirse en galaxias. Luego, los núcleos vencidos de las jóvenes galaxias se encendieron: quásares. Esos dolores de muerte se convirtieron en rayos encendidos lanzados a través de un abismo tan vasto que la distancia los apagó hasta convertirlos en meros puntitos de radiación. Sin embargo, las podia habían deducido que en su centro acechaban inmensos agujeros negros de un billón de masas estelares o más, que dominaban con mano dura el polvo que los rodeaba.
Así fue en todas las galaxias, incluso en la nuestra.
*Los agujeros negros giran y chupan, giran y chupan*, dijo la Tukar’ramin.
Así siguió el camino de la evolución de la materia. Junto a los agujeros negros giraban discos de crecimiento. Mareas que deshicieron estrellas hasta convertirlas en polvo. Los campos electrodinámicos inductivos se llevaron grandes concentraciones de partículas lejos de los discos, como géiseres. Solamente en las zonas benignas de las afueras de una galaxia existen condiciones moderadas que permiten la aparición de la vida orgánica.
*Así es como, a través de la curvatura refractaria del universo mismo, solamente vemos las piras de antiguas catástrofes inmensas. La combustión de la materia misma. Las tumbas de los soles*. La Tukar’ramin hizo que el espectáculo se desarrollara ante los ojos de todas. Las galaxias ardieron, se incendiaron y murieron en las paredes del gran abismo.
Sin embargo, este era sólo el primer acto del gran drama. En los silenciosos e invisibles discos giratorios de las galaxias comunes, la Verdad proseguía. Las estrellas fraguaron elementos pesados. El carbono se unió al oxígeno, el fósforo, el nitrógeno, el hidrógeno. Y se combinaron. Los planetas giraron. La vida surgió con esfuerzo.
Contra el florecimiento del trabajo de la naturaleza estaban los mecs. Se hundían en una guerra eterna y viciosa contra la vida soberana.
Quath se adormeció. Muchas piernas crujieron, impacientes. Las multipodia cercanas enviaron un parloteo encubierto en sus longitudes de banda privadas. La Tukar’ramin las oyó, de eso no cabía duda, pero prosiguió la narración. La letanía familiar:
Nadas. La vida calificada como Nada dominaba las fuentes de energía de un mundo. Eran especies simples, poco sofisticadas. La primera etapa. La evolución divina decretaba que los Nadas debían dejar el escenario del gran drama universal. Sus tierras se convertían en la presa de la segunda etapa de la vida.
Primeros. La vida que llegaba a la Primera etapa convertía estrellas completas en herramientas útiles. Sus logros se evidenciaban en los brazos de la galaxia, esos vacíos inmensos de oscuridad y confusión. Esas especies escribían su nombre en la pizarra abierta de la materia muda, inerte.
Las podia eran Primeras, habían llegado a esa etapa. Conocían la razón por la que estaban en el universo.
Amos de Estrellas: Esa era la meta de las podia. Los Amos de Estrellas manejaban las colosales fuentes de energía de la galaxia misma.
Ese torrente, utilizado para enviar señales a través del vacío entre una galaxia y otra, podía conseguir que la existencia de las podia se extendiera al universo entero. Ese era su destino: convertirse en Amas de Estrellas.
Si lograban manejar la energía del centro de su galaxia, comparativamente menor y casi irrelevante, tal vez conseguirían un papel destacado en la etapa superior de la vida: el canto de comunicación entre los grandes lagos de estrellas. Así podrían cosechar la sabiduría de los tiempos antiguos y compartir el destino cada vez más unido de otros Amos de Estrellas.
La Suma, la unión de lo mejor del universo, vendría después.
La Tukar’ramin siguió el antiguo texto tal como las podia lo habían recibido de las Iluminadas:
*… todas las tejedoras, las que están cerca y las que están lejos, las chatas y las delgadas, las absorbidas y las atadas. Todas lamerán esto unidas. Cuando llegue este momento supremo, la mente dominará la materia y la transformará según los propósitos de los Amos de Estrellas. Entonces se detendrá la carrera de la entropía hacia la muerte. La mente será suprema. Así como se fraguaron los átomos de nuestros huesos y metales en las primeras estrellas, así volveremos a ser un todo con el universo y…*
Algo se retorció dentro de Quath. En los brazos espiralados que brillaban como enloquecidas supernovas anaranjadas, no vio las estrellas que salían de la nada, sino el polvo negro que lo engullía todo, una marea inevitable de suciedad que se tragaba los soles rubíes y ambarinos.
‹¿Pero qué pasa con nosotras?›.
Su voz hizo temblar las Verdades. La ceremonia de confluencia se interrumpió en un silencio asombrado. Quath descubrió que se había levantado de la posición encogida. Estaba de pie entre las demás.
*Tienes una pregunta. Eso está bien, mi tejedora*.
Pero nadie formulaba preguntas en la confluencia, nunca; todas lo sabían.
‹¿Cómo sabe que nos reuniremos en la Suma?›.
*Toda la vida renacerá*.
‹¿Dónde nos esconderemos mientras tanto?›.
*Esperaremos*.
‹Pero ¿seremos conscientes de que esperamos?›.
*En cierto modo*.
‹¿Aunque estemos muertas? ¿Cómo Nimfur’thon?›.
*Será como si durmiéramos*.
Por encima de todas, la Tukar’ramin flotaba amenazante, vasta y brillante, anclada en hilos delgadísimos. Quath oyó un murmullo de descontento a su alrededor. Pero siguió presionando:
‹¿Todas juntas?›.
*La información no desaparece nunca del universo si podemos eludir las fauces abiertas de la entropía. Esta es nuestra meta*.
‹¿¡Pero todavía no lo hemos logrado! ¡Apenas hemos empezado a ser Amas de Estrellas!?›
*Quath’jutt’kkal’thon… * Al usar el nombre completo, la Tukar’ramin bajó un probiscus incrustado con sensores fértiles, para ver. Las cilias le temblaron de preocupación. *Es mejor pensar en la Suma como algo mucho mayor que tú misma. Y eso es lo que es*.
‹Claro que sí, pero…›.
*Vivimos en el sentido en que viven nuestros trabajos. Lo que somos, vive. Nuestro vector general permanece en el universo para siempre*.
‹Pero ¿somos conscientes?›.
*Eso, a mi entender, no lo sabe nadie*.
‹Sin embargo, es lo más importante de todo›.
*No lo creo*.
Esa reducción del núcleo de la cuestión a una opinión dejó estupefacta a Quath. Sin ese tornillo, el edificio entero se derrumbaría.
‹¿Las Iluminadas vivirán para siempre?›.
*No lo sabemos*.
Muchas de las miriapodia mayores enviaron discretas señales en baja frecuencia para pedir a Quath que se callara. Otras murmuraban y crujían.
*Recuerda, lo que se propaga es la esencia*.
Más homilías. Quath sintió una súbita oleada de vergüenza por lo que hacía. Todas aceptaban la tradición en silencio, todas. Seguían callando. Esto significaba que en realidad ninguna lo creía. Sólo Quath, la estúpida, la ciega, lo cuestionaba todo.
*Ha sido una conversación muy interesante. ¿Están resueltas tus dudas?*
‹Yo…, bueno, sí›.
*Sospecho que estás más alterada por la muerte de Nimfur’thon que el resto de nosotras. Comprende que lo entendemos*.
‹Lo sé›. Para disimular su miedo y su confusión, Quath retrocedió y se refugió en el ritual del ‹Doy las gracias›. Luego volvió a la posición correcta, con las piernas dobladas, raak, raak.
Las podia cercanas a ella movieron las cilias en señal de desaprobación. Quath tomó una hebra sin darse cuenta, la enroscó entre los podios de manipulación y empezó a formar hilos con la cera pegajosa. Sus garras tiraron de los filamentos dulces al interior de la boca y los extendieron en sábanas, aumentando la superficie. Huesecillos diminutos presionaron los hilos contra los órganos del gusto para sentir más. Quath se sentó y masticó como todas las que la rodeaban.
¿Por qué era ella la única que sentía el peso de esas dudas?, se preguntó. La única que no podía ignorarlas.
La confluencia terminó con canciones y ruidos de masticación cuando todas devoraron el resto del unfalum. Quath convirtió en un espectáculo el hundimiento de su tórax, pero a pesar de lo mucho que presionaba el unfalum, no podía engullirlo, no podía comer de la esencia de la visión compartida.