2

K

illeen dirigió el asalto desde el casco, no tanto por el consejo pretencioso de Ling, sino porque en efecto veía mejor las cosas desde allí.

Así que se quedó de pie, sujeto por las botas magnéticas, mientras salía el sol.

No era la aurora desde un horizonte en rotación, una gloria que se extiende lentamente en la mañana. En lugar de eso, este amanecer falso se desarrollaba como un brillo gradual del color de la cera, visto a través de un lugar cada vez más cerrado y lleno de movimiento.

Killeen se había dado cuenta de que el Argo pasaría pronto a través del último banco de polvo que escondía la Estrella de Abraham. El estallido enfurecido de sol llegaría cuando la nave casi eclipsara el vehículo mec que los escoltaba hacia la estrella.

«Todavía no comprendo por qué los mecs no pueden estar preparados para esto», envió Cermo desde la cabina de control.

—Desde luego que están preparados. El problema es: ¿cuándo lo harán?

Killeen se sentía relajado, casi feliz. Había comprometido a todos después de una semana de preocupación enloquecedora, irritante. Si entraban en el sistema interior de la Estrella de Abraham con una nave mec armada como escolta, una orden muy breve procedente de cualquier lado podía eliminar al Argo en un segundo. Era mejor tomar la nave ahora. Si la acción era imposible, este era el mejor momento para averiguarlo.

Buscó en el cielo manchado la figura solitaria.

«Nos acercamos al curso previsto», envió Gianini.

Jocelyn había elegido a esa joven para acercarse al mec. Killeen recordaba que procedía de la Familia Rook y sabía que era una mujer muy hábil. Siguió la práctica habitual de dejar que sus lugartenientes eligieran al personal para los trabajos concretos; ellos conocían los secretos del talento y la disposición de los tripulantes mucho mejor que él. Gianini había luchado contra los mecs en Nieveclara, estaba fogueada y había sido herida dos veces.

Killeen la encontró: un punto lejano que brillaba en ámbar y amarillo mientras la Estrella de Abraham empezaba a aparecer a través de las nubes que colgaban sobre su hombro, llenando un cuarto del cielo. La masa se había iluminado pasando del ébano al gris a medida que se estrechaba. Los dedos de luz de la estrella cortaron el espacio alrededor delArgo. Gianini volaba hacia el mec y usaba la luz cada vez más brillante que se abría a su espalda para disimular su avance.

Una táctica. Una estratagema. Una vida.

Un riesgo necesario porque el mec estaba demasiado lejos para poder alcanzarle con las armas, diseñadas para luchar en tierra. El Argo no iba armado, no tenía defensas.

«Voy a atacarlo con microondas e infrarrojos, después con algo más grande». La voz de Gianini era firme, casi despreocupada.

Killeen no se atrevió a contestar y había ordenado a Cermo que no permitiera transmisiones desde el Argo, para que no atrajeran la atención del mec hacia la nave de la muchacha. Las transmisiones directas de Gianini no podían alertar al enemigo.

Tal como habían calculado, la Estrella de Abraham empezó a brillar con un fulgor ceroso. Los rayos se reflejaron en el yelmo de Killeen y dieron una tonalidad amarillenta a su rostro endurecido. De pronto se dio cuenta de que estaba apretando y soltando los puños sin querer.

Ahora, pensó, ahora.

«Fuego».

Killeen se esforzó por ver, pero no hubo cambios en la posición de Gianini ni en el punto negro donde se movía el mec contra el fondo azul y brillante de una nube molecular.

«No veo que haya surtido efecto».

Killeen hizo una mueca. Quería dar una orden, aunque sólo fuera para aliviar la tensión. Pero ¿qué podía decirle a Gianini de todos modos? ¿Que tuviera cuidado? Una orden estúpida, vacía. Si la daba, pondría a la muchacha en peligro.

«Me acerco mucho».

Gianini era un puntito amarillo y suave que se acercaba a una oscuridad informe. La acción en el espacio tenía una cualidad fantasmagórica, en un silencio absoluto, que enervaba a Killeen. La muerte llegaba deslizándose con valores balísticos y entraba en las cáscaras frágiles que protegían la vida húmeda.

El brillo de la estrella, que venía desde atrás, giró de pronto, se encendió y golpeó con fuerza las sombras a través del casco delArgo. Killeen sintió el espacio, vacío, desnudo, intuyó cómo absorbía las acciones humanas y las hundía en perspectivas infinitas. Gianini era un punto aislado en medio de una plétora de puntos semejantes, puntos que no tenían sentido.

Se sacudió la idea de la cabeza. Deseaba desesperadamente hacer algo, anhelaba correr y gritar y disparar en medio de una batalla que se pudiera percibir con los sentidos.

Pero por encima de él, los puntos se acercaban uno al otro en perfecto silencio. Eso era todo. Nada de fervor, nada sólido, ninguna realidad segura.

Una luz solar quemada atacó el casco. El tiempo proseguía. Él trató de ver entre los párpados y de encontrar un sentido donde sólo había trazos de brillo esporádico.

«Bueno, esperemos que eso fuera todo», se oyó la voz de Gianini.

¿Qué?, pensó Killeen. Su corazón saltó al oír la voz de la muchacha, pero sus palabras lentas, casi perezosas, podían significar casi cualquier cosa.

«Ese trasto tenía los cojones cortados. Una ruina. Todas esas antenas y pintas que vimos en las imágenes. La fuente de energía voló por el aire. Aquí no funciona nada excepto algunas cámaras y una mente principal. Supongo que eso es lo que la dirigió hacia nosotros».

Killeen sintió que respiraba después de haber contenido el aliento durante mucho tiempo. Decidió arriesgarse a enviar una transmisión.

—¿Estás segura de que no puede disparar?

«No, no. Algo la mató. Todo está hecho un lío».

—Retrocede, entonces.

«¿Quieres que mate la mente principal?».

—Sí. Deja una carga explosiva.

«Lo estoy haciendo».

—Aléjate antes de que estalle.

«La voy a poner bien cerca, para asegurarme».

—No hagas contacto, déjalo así.

En los oídos de Killeen aulló el sonido horrible de los circuitos que crujen, un ruido agudo, oscilatorio, como cuando una carga de energía eléctrica explota en el espacio y actúa como antena involuntaria para la energía que la atraviesa.

—¡Gianini! ¡Gianini! ¡Gianini, contesta!

Nada. El alarido chillón bajó a frecuencias distintas, una canción triste, dolorosa. Finalmente desapareció.

—¡Cermo! ¡Sigue la señal!

«No hay nada». La voz de Cermo era firme y tranquila, como siempre.

—Mierda…, la mente principal.

«¿Piensas que estaba en una mina con disparador?».

—Seguramente.

«No hay nada».

—¡Mierda!

«Tal vez la explosión destruyó el comunicador de Gianini».

—Esperemos que sea eso. Envía a alguien.

Cermo ordenó a un hombre de la tripulación que reconociera el vehículo mec. Pero el hombre encontró a Gianini flotando lejos de la nave destruida, los sistemas silenciosos, el cuerpo frío y duro en el vacío implacable.