Hablar mal, hablar demasiado o no hablar bastante son los defectos ordinarios de la lengua, como se ha demostrado. Salvando las distancias, digo lo mismo respecto de la pluma. Se escribe mal, unas veces se escribe demasiado y otras veces no se escribe bastante. Será fácil de comprender, por lo que he dicho de los defectos de la lengua, la aplicación que debe prestarse a los defectos de la pluma. No es mi intento escribir una crítica larga, acaso indiscreta, de libros de los que están llenas las bibliotecas.
Sólo me detendré en el siguiente pensamiento: sería muy necesario el silencio a un gran número de autores, sea porque escriben mal o porque escriben demasiado; y sería un bien utilísimo si los escritores de gran erudición y buen discernimiento, que gustan demasiado de callar, diesen con más frecuencia al público instrucciones prudentes e importantes.
Para convencerse de estas verdades sobre las tres clases de autores que he señalado, se me ocurre la siguiente idea: hacer en el mundo una reforma general de los escritores. Habría que empezar por una búsqueda puntual y severa, poco más o menos como la que se emplea cuando se trata de exterminar de un país a los envenenadores, o de desterrar a esos hombres que trabajan para falsificar la moneda en un Estado. ¡Cuántos autores culpables no encontraríamos!
Limitemos esa idea a algo más concreto que el mundo entero. Entremos en uno de esos edificios soberbios donde los escritores están expuestos a los ojos del público. ¡Qué espectáculo tan sorprendente al principio el de una vasta y abundante biblioteca! Más de ochenta mil autores de cualquier nación, edad, sexo y carácter, cada uno de ellos inteligentemente colocado en el lugar que le conviene; destacados bien por el orden cronológico en que vivieron, bien por la naturaleza de las cosas que trataron; siempre dispuestos, cuando los consultáis, a responderos, bien en su lengua natural si la sabéis, bien a través de intérpretes si no podéis entenderlos de otro modo.
En ella encontraréis sabios llamados a discernir los elementos fundamentales de las ciencias para enseñar a hablar bien y a escribir correctamente.
Aquí están los grandes maestros del arte de la elocuencia, de la poesía, del conocimiento de la naturaleza, de la ciencia del tiempo y de los astros; del conocimiento de los usos y las distintas costumbres del mundo. Y los héroes, los hombres de Estado, los embajadores que ponen en vuestro conocimiento las operaciones militares realizadas en sus épocas, los misterios que han provocado revoluciones secretas o públicas en los imperios.
Y ahí también los sabios totalmente dedicados a combatir a los enemigos de la religión; los Padres, los doctores, los intérpretes y los santos que, a lo largo de todos los siglos, han trabajado con tanto entusiasmo como capacidad en explicar la Ley de Dios, en enseñarla, en aclararla, en predicarla, etc.
Ese espectáculo es grande, augusto, venerable; mas yo vuelvo a mis primeras proposiciones: se escribe mal a menudo; se escribe demasiado muchas veces; y no siempre se escribe bastante.