Introducción

Poseemos reglas para el estudio de las ciencias y para los ejercicios del cuerpo. La república literaria está llena de Artes de pensar, de Artes de la elocuencia, de Introducciones a la geografía, a la geometría, etc. ¿Por qué entonces no habría de enseñarse el Arte de callar, arte tan importante y tan poco conocido? Tratemos de explicar sus principios y su práctica. No empezaré esta obra por la exposición de las ventajas que de ella sacamos; todo el mundo las conoce; en esta introducción me limitaré a unas cuantas observaciones necesarias para la lectura de esta obra.

1. No se puede dar un conocimiento exacto de ciertos hechos sin explicar al mismo tiempo otros, con los que mantienen relaciones esenciales; por ejemplo, no se puede hablar de las tinieblas sin conocimiento de la luz, ni del reposo sin relación con el movimiento, etc. Así pues, al tratar del silencio a menudo haré reflexiones sobre la palabra, con el fin de explicar el primero con más claridad respecto a la otra o, mejor dicho, con el fin de explicar los dos juntos, distinguiendo cuidadosamente, sin embargo, lo que afecta a las reglas del silencio.

2. Supongo aquí que, para callar bien, no basta con cerrar la boca y no hablar; no habría en eso ninguna diferencia entre el hombre y los animales; estos son mudos por naturaleza; hay que saber gobernar la lengua, reconocer los momentos en que conviene contenerla, o darle una libertad moderada; seguir las reglas que la prudencia prescribe en esta materia; distinguir, en los acontecimientos de la vida, las ocasiones en que el silencio debe ser inviolable; ser de una firmeza inflexible cuando se trata de observar, sin equivocarse, todo lo que se considera conveniente para callar bien; y todo esto supone reflexiones, luces y conocimiento. Con esta mira tal vez dijeron los antiguos sabios que, «para aprender a hablar, hay que dirigirse a los hombres; pero sólo a los dioses incumbe enseñar perfectamente cómo se debe callar».

3. El conocimiento del que hablo es diferente entre los hombres mismos, según la diversidad de sus caracteres. He ahí el punto distintivo de la forma de callar, que parece común a sabios y a ignorantes; luego lo explicaré.

El primer grado de la sabiduría es saber callar; el segundo es saber hablar poco y moderarse en el discurso; el tercero es saber hablar mucho, sin hablar mal y sin hablar demasiado.

Establezcamos los principios en los que se basa la presente obra: se utilizarán oráculos del más prudente de los hombres, máximas de los Padres de la Iglesia y de los sabios que tuvieron la reputación de ser los hombres más esclarecidos de su siglo.