Escena VI

CLEANTO.— No os atormentéis padre mío, ni acuséis a nadie. He conseguido noticias de vuestro asunto, y vengo a deciros que si queréis decidiros a dejarme casar con Mariana, vuestro dinero os será devuelto.

HARPAGÓN.— ¿Dónde está?

CLEANTO.— No os aflijáis. Está en un sitio del que respondo, y todo depende de mí. A vos toca decirme lo que decidís, y podéis escoger entre darme a Mariana o perder vuestra arquilla.

HARPAGÓN.— ¿No han quitado nada de ella?

CLEANTO.— Nada en absoluto. Ved si es vuestra intención suscribir este casamiento y unir vuestro consentimiento al de su madre, que la deja en libertad de hacer su elección entre nosotras dos.

MARIANA.— (A Cleanto). Mas no sabéis que no basta con ese consentimiento, y que el Cielo (señalando a Valerio), con el hermano que aquí veis, acaba de devolverme un padre (señalando a Anselmo), a quien debéis pedirme.

ANSELMO.— El Cielo, hijos míos, no ha vuelto a traerme entre vosotros para que contraríe vuestros anhelos. Señor Harpagón, claramente comprendéis que la elección de una joven recaerá en el hijo antes que en el padre; vamos, no hagáis que os diga lo que no es necesario que escuchéis, y consentid, como yo, en este doble himeneo.

HARPAGÓN.— Para buscar consejo tengo que ver mi arquilla.

CLEANTO.— La veréis sana e íntegra.

HARPAGÓN.— No tengo dinero que dar en matrimonio a mis hijos.

ANSELMO.— Pues bien, yo lo tengo para los dos; no os preocupéis por esto.

HARPAGÓN.— ¿Os comprometéis a correr con todos los gastos de estos dos casamientos?

ANSELMO.— Sí, me comprometo a ello. ¿Estáis satisfecho?

HARPAGÓN.— Sí, con tal que me encarguéis un traje para las bodas.

ANSELMO.— De acuerdo. Vamos a gozar de la dicha que este día feliz nos depara.

COMISARIO.— ¡Hola, señores, hola! Poco a poco, si os place. ¿Quién me abonará mis escritos?

HARPAGÓN.— De nada nos sirven vuestros escritos.

COMISARIO.— ¡Sí! Mas yo no tengo la intención de haberlos hecho gratuitamente.

HARPAGÓN.— (Señalando a Maese Santiago). Como pago, os entrego a este hombre para que le mandéis ahorcar.

MAESE SANTIAGO.— ¡Ah! ¿Cómo hay que proceder entonces? ¡Me apalean por decir la verdad y quieren colgarme por mentir!

ANSELMO.— ¡Señor Harpagón, hay que perdonarle esa impostura!

HARPAGÓN.— ¿Pagaréis, entonces, al comisario?

ANSELMO.— Sea. Vamos pronto a participar nuestra alegría a vuestra madre.

HARPAGÓN.— Y yo, a ver mi arquilla querida.

FIN