HARPAGÓN.— ¡Ah, hija malvada! ¡Hija indigna de un padre como yo! ¿Así es como pones en práctica las lecciones que te he dado? ¿Te enamoras de un infame ladrón y te comprometes con él sin mi consentimiento? Más vais a quedar chasqueados el uno y el otro.
(A Elisa). Cuatro buenos muros me responderán de tu conducta.
(A Valerio). Y una buena horca domeñará tu osadía.
VALERIO.— No será vuestra pasión la que juzgue el asunto, y, cuando menos, me escucharán antes de condenarme.
HARPAGÓN.— Me he engañado al decir una horca: te descuartizarán vivo.
ELISA.— (De rodillas ante Harpagón). ¡Ah, padre mío! Mostrad unos sentimientos más humanos, os lo ruego, y no llevéis las cosas a los últimos extremos de la potestad paterna. No os dejéis arrastrar por los primeros arrebatos de vuestra pasión y emplead algún tiempo en reflexionar sobre lo que queréis hacer. Tomaos el trabajo de ver mejor al que consideráis ofensor vuestro. Es totalmente distinto de lo que se figuran vuestros ojos, y os parecerá menos extraño que me haya prometido a él cuando sepáis que sin él no me tendríais ya hace mucho tiempo. Sí, padre mío; él es quien me salvó de aquel gran peligro que, como sabéis, corrí en el agua, y a quien debéis la vida de esta hija, cuyo…
HARPAGÓN.— Todo eso no es nada, y valía más para mí que te hubiera dejado ahogar que hacer lo que ha hecho.
ELISA.— Padre mío, os suplico, por el amor paterno, que me…
HARPAGÓN.— No, no; no quiero oír nada, y es preciso que la Justicia cumpla su deber.
MAESE SANTIAGO.— Aparte: ¡Me pagarás mis palos!
FROSINA.— Aparte: ¡Vaya un extraño enredo!