Escena V

CLEANTO.— Os pido perdón, padre mío, por el arrebato que he padecido.

HARPAGÓN.— Eso no es nada.

CLEANTO.— Os aseguro que lo lamento profundamente.

HARPAGÓN.— Y yo siento el mayor gozo del mundo viéndote razonable.

CLEANTO.— ¡Qué bondad la vuestra olvidando tan pronto mi falta!

HARPAGÓN.— Se olvidan fácilmente las faltas de los hijos cuando éstos vuelven a sus deberes.

CLEANTO.— ¡Cómo! ¿Sin guardar ningún resentimiento a todas mis extravagancias?

HARPAGÓN.— Es una cosa a la que me obligas con la sumisión y el respeto en que te colocas.

CLEANTO.— Os prometo, padre mío, que conservaré hasta la tumba en mi corazón el recuerdo de vuestras bondades.

HARPAGÓN.— Y yo te prometo que no habrá cosa alguna que no logres de mí.

CLEANTO.— ¡Ah, padre mío! Ya no os pido nada; y es haberme ya dado bastante el concederme a Mariana.

HARPAGÓN.— ¿Cómo?

CLEANTO.— Digo, padre mío, que estoy harto contento de vos y que lo encuentro todo en vuestra bondad concediéndome a Mariana.

HARPAGÓN.— ¿Quién habla de concederte a Mariana?

CLEANTO.— Vos, padre mío.

HARPAGÓN.— ¿Yo?

CLEANTO.— Sin duda.

HARPAGÓN.— ¿Cómo? Eres tú quien ha prometido renunciar a ella.

CLEANTO.— ¿Yo renunciar a ella?

HARPAGÓN.— Sí.

CLEANTO.— En modo alguno.

HARPAGÓN.— ¿No has desistido de tu pretensión?

CLEANTO.— Al contrario: estoy más decidido que nunca a realizarla.

HARPAGÓN.— ¡Cómo, bergante! ¿Otra vez?

CLEANTO.— Nada podrá hacerme variar.

HARPAGÓN.— ¡Déjame hacer, traidor!

CLEANTO.— Haced cuanto os plazca.

HARPAGÓN.— Te prohíbo que vuelvas jamás a verme.

CLEANTO.— Bien está.

HARPAGÓN.— Te abandono…

CLEANTO.— Abandonadme.

HARPAGÓN.— Te repudio como hijo.

CLEANTO.— Sea.

HARPAGÓN.— Te desheredo.

CLEANTO.— Todo cuanto queráis.

HARPAGÓN.— Y lanzo sobre ti mi maldición.

CLEANTO.— No me importan vuestros dones.