CLEANTO.— Os pido perdón, padre mío, por el arrebato que he padecido.
HARPAGÓN.— Eso no es nada.
CLEANTO.— Os aseguro que lo lamento profundamente.
HARPAGÓN.— Y yo siento el mayor gozo del mundo viéndote razonable.
CLEANTO.— ¡Qué bondad la vuestra olvidando tan pronto mi falta!
HARPAGÓN.— Se olvidan fácilmente las faltas de los hijos cuando éstos vuelven a sus deberes.
CLEANTO.— ¡Cómo! ¿Sin guardar ningún resentimiento a todas mis extravagancias?
HARPAGÓN.— Es una cosa a la que me obligas con la sumisión y el respeto en que te colocas.
CLEANTO.— Os prometo, padre mío, que conservaré hasta la tumba en mi corazón el recuerdo de vuestras bondades.
HARPAGÓN.— Y yo te prometo que no habrá cosa alguna que no logres de mí.
CLEANTO.— ¡Ah, padre mío! Ya no os pido nada; y es haberme ya dado bastante el concederme a Mariana.
HARPAGÓN.— ¿Cómo?
CLEANTO.— Digo, padre mío, que estoy harto contento de vos y que lo encuentro todo en vuestra bondad concediéndome a Mariana.
HARPAGÓN.— ¿Quién habla de concederte a Mariana?
CLEANTO.— Vos, padre mío.
HARPAGÓN.— ¿Yo?
CLEANTO.— Sin duda.
HARPAGÓN.— ¿Cómo? Eres tú quien ha prometido renunciar a ella.
CLEANTO.— ¿Yo renunciar a ella?
HARPAGÓN.— Sí.
CLEANTO.— En modo alguno.
HARPAGÓN.— ¿No has desistido de tu pretensión?
CLEANTO.— Al contrario: estoy más decidido que nunca a realizarla.
HARPAGÓN.— ¡Cómo, bergante! ¿Otra vez?
CLEANTO.— Nada podrá hacerme variar.
HARPAGÓN.— ¡Déjame hacer, traidor!
CLEANTO.— Haced cuanto os plazca.
HARPAGÓN.— Te prohíbo que vuelvas jamás a verme.
CLEANTO.— Bien está.
HARPAGÓN.— Te abandono…
CLEANTO.— Abandonadme.
HARPAGÓN.— Te repudio como hijo.
CLEANTO.— Sea.
HARPAGÓN.— Te desheredo.
CLEANTO.— Todo cuanto queráis.
HARPAGÓN.— Y lanzo sobre ti mi maldición.
CLEANTO.— No me importan vuestros dones.