Escena XII

HARPAGÓN.— (A Mariana). Os ruego que me disculpéis, amor mío, por no haberos hecho servir una ligera colación antes de partir.

CLEANTO.— Ya me he ocupado de eso, padre mío, y he mandado traer aquí unas fuentes con naranjas de la China, limones y confituras que he enviado a buscar de parte vuestra.

HARPAGÓN.— (Bajo, a Valerio). ¡Valerio!

VALERIO.— (A Harpagón). Ha perdido la cabeza.

CLEANTO.— ¿Acaso os parece, padre mío, que no es bastante? Señora, tened la bondad de disculparnos, por favor.

MARIANA.— No era necesario.

CLEANTO.— ¿Habéis visto nunca, señora, un diamante con más destellos que ese que lleva mi padre en el dedo?

MARIANA.— En verdad, rebrilla mucho.

CLEANTO.— (Quitando el diamante del dedo de su padre y dándoselo a Mariana). Tenéis que verlo de cerca.

MARIANA.— Es bellísimo, sin duda, y despide innumerables destellos.

CLEANTO.— (Poniéndose delante de Mariana, que quiere devolverle el diamante). De ningún modo, señora; está en unas manos harto bellas. Es un regalo que os hace mi padre.

HARPAGÓN.— ¿Yo?

CLEANTO.— ¿No es cierto, padre mío, que queréis que esta señora lo conserve como prenda de vuestro amor?

HARPAGÓN.— (Bajo, a su hijo). ¿Cómo?

CLEANTO.— (A Mariana). ¡Linda pregunta! Me hace señas de que os lo haga aceptar.

MARIANA.— No quiero.

CLEANTO.— (A Mariana). ¿Os burláis? No piensa volver a tomarlo.

HARPAGÓN.— Aparte: ¡Me sofoca el furor!

MARIANA.— Sería…

CLEANTO.— (Impidiendo siempre a Mariana que devuelva el diamante). No, os digo, lo tomaría como una ofensa.

MARIANA.— Por favor…

CLEANTO.— De ningún modo.

HARPAGÓN.— Aparte: ¡Maldito sea!

CLEANTO.— Mirad cómo le escandaliza vuestra negativa.

HARPAGÓN.— (Bajo, a su hijo). ¡Ah, traidor!

CLEANTO.— (A Mariana). Vedle desesperado.

HARPAGÓN.— (Bajo, a su hijo, amenazándole). ¡Qué verdugo eres!

CLEANTO.— Padre, no es mía la culpa. Hago lo que puedo para obligarla a quedarse con él; mas es tenaz.

HARPAGÓN.— (Bajo, a su hijo, amenazándole). ¡Bergante!

CLEANTO.— Señora, sois causa de que mi padre me reprenda.

HARPAGÓN.— (A Mariana). Haréis que caiga enfermo. Por favor, señora, no lo rechacéis más.

FROSINA.— (A Mariana). ¡Dios mío, qué melindres! ¡Quedaos con la sortija, puesto que el señor lo desea!

MARIANA.— (A Harpagón). Por no encolerizaros, me quedo con ella ahora, y ya buscaré ocasión de devolvérosla.