HARPAGÓN.— A vos, Miajavena, y a vos, Merluza, os encargo de lavar los vasos y de servir de beber; mas sólo cuando tengan sed y no siguiendo la costumbre de ciertos lacayos impertinentes, que van a provocar a las gentes avisándolas de que beban cuando no pensaban hacerlo. Esperad a que os lo pidan más de una vez y acordaos de servir siempre mucha agua.
MAESE SANTIAGO.— Aparte: Sí; el vino puro se sube a la cabeza.
MERLUZA.— ¿Nos quitamos los casacones de cuadra?
HARPAGÓN.— Si; cuando veáis llegar a las personas, y guardaos mucho de deteriorar vuestros trajes.
MIAJAVENA.— Ya sabéis, señor, que uno de los delanteros de mi ropilla tiene una gran mancha de aceite de la lámpara.
MERLUZA.— Y que yo, señor, tengo mis calzas rotas por detrás y que se me ve, dicho sea con vuestra licencia…
HARPAGÓN.— (A Merluza). ¡Basta! Colocaos hábilmente contra la pared y mostraos siempre de frente.
(A Miajavena, enseñándole cómo debe colocar su sombrero delante de su ropilla para tapar la mancha de aceite). Y vos, sostened así vuestro sombrero cuando sirváis.