Escena V

FLECHA.— (Sin ver a Frosina). ¡Es muy chusca la aventura! Debe de tener en alguna parte un gran almacén de ropas, pues no hemos reconocido nada en el inventario que tenemos.

FROSINA.— ¡Ah, mi pobre Flecha! ¿A qué se debe este encuentro?

FLECHA.— ¡Ah, ah! ¿Eres tú, Frosina? ¿Qué vienes a hacer aquí?

FROSINA.— Lo que hago en todas partes: entremeterme en asuntos, hacerme servicial a la gente y sacar el mejor provecho que me es posible de las pequeñas aptitudes que pueda yo poseer. Ya sabes que en este mundo hay que vivir con habilidad, y que a las personas como yo el Cielo no nos ha dado más renta que la intriga y el ingenio.

FLECHA.— ¿Tienes algún negocio con el amo de la casa?

FROSINA.— Sí. Intervengo por él en cierto negocio, del que espero lograr una recompensa.

FLECHA.— ¿A él? ¡Ah! A fe mía, bien lista serás si le sacas algo; y te advierto que el dinero, aquí dentro, es carísimo.

FROSINA.— Hay ciertos servicios que se pagan maravillosamente.

FLECHA.— Soy criado suyo, y no conoces todavía al señor Harpagón. El señor Harpagón es, de todos los humanos, el menos humano; de todos los mortales el más duro y el más avaro. No hay servicio que incite su gratitud hasta hacerle abrir la mano. Alabanzas, aprecio, benevolencia de palabra y amistad, todo lo que queráis; mas dinero, en absoluto. No hay nada más seco y más árido que su buena acogida y sus arrumacos, y dar es una palabra por la que siente tal aversión, que no dice nunca: os doy, sino os presto los buenos días.

FROSINA.— ¡Dios mío! Conozco el arte de sonsacar dinero a los hombres; poseo el secreto de lograr su cariño, cosquillear sus corazones y encontrar los puntos por donde son vulnerables.

FLECHA.— ¡Bagatelas en este vaso! Te desafío a que enternezcas, por el lado del dinero, al hombre de que se trata. Es un ser inflexible en eso; de una dureza que desespera a todo el mundo; y ya puede uno reventar, que él no se conmueve. En una palabra: ama al dinero más que a la reputación, al honor y a la virtud, y sólo la vista de un pedigüeño le produce convulsiones. Es herirle en su sitio mortal; es atravesarle el corazón, arrancarle las entrañas; y si… Mas aquí vuelve; me retiro.