Escena II

(Al fondo de la escena).

MAESE SIMÓN.— Sí, señor; es un joven que necesita dinero; sus negocios le apremian a encontrarlo, y pasará por todo cuanto le prescribáis.

HARPAGÓN.— Pero ¿creéis, maese Simón, que no se corre ningún riesgo? ¿Y sabéis el nombre, los bienes y la familia de ése por quién habláis?

MAESE SIMÓN.— No; no puedo informaros de ello muy a fondo, y sólo por casualidad me han dirigido a él; mas él mismo os lo aclarará todo, y su presentador me ha asegurado que os satisfará conocerle. Todo cuanto puedo deciros es que su familia es muy rica, que él no tiene ya madre y que os garantiza, si queréis, que su padre morirá antes de ocho meses.

HARPAGÓN.— Eso ya es algo. La caridad, maese Simón, nos obliga a complacer a las personas cuando nos es posible.

MAESE SIMÓN.— Eso ya se sabe.

FLECHA.— (Bajo, a Cleanto, al reconocer a maese Simón). ¿Qué quiere decir esto? ¡Nuestro maese Simón hablando con vuestro padre!

CLEANTO.— (Bajo, a Flecha). ¿Le habrán dicho quién soy? ¿Y estarás tú aquí para traicionarme?

MAESE SIMÓN.— ¡Ah, ah! ¡Buena prisa tenéis! ¿Quién os ha dicho que era aquí?

(A Harpagón). No he sido yo, señor, al menos, quien les ha revelado vuestro nombre y casa; mas, a mi juicio, no hay gran daño en esto; son personas discretas, y podéis explicaros aquí reunidos.

HARPAGÓN.— ¡Cómo!

MAESE SIMÓN.— (Señalando a Cleanto). El señor es la persona que quiere pediros prestadas las quince mil libras de que os he hablado.

HARPAGÓN.— ¡Cómo, bigardo! ¿Eres tú quién te entregas a estos ocultos extremos?

CLEANTO.— ¡Cómo, padre mío! ¿Sois vos quién realizáis estas acciones vergonzosas?

(Maese Simón huye y Flecha va a esconderse).