VALERIO.— Señor, voy a seguirla, para continuar con ella las lecciones que le estaba dando.
HARPAGÓN.— Sí; te quedaré agradecido. Realmente…
VALERIO.— Es conveniente tirarle un poco de la brida.
HARPAGÓN.— Ciertamente. Es preciso…
VALERIO.— Nos os preocupéis. Creo que conseguiré dominarla.
HARPAGÓN.— Hazlo, hazlo. Voy a dar una vueltecita por la ciudad y vuelvo en seguida.
VALERIO.— (Dirigiéndose a Elisa y marchándose por donde ella salió). Sí; el dinero es lo más preciado del mundo, y debéis dar gracias al Cielo por el digno padre que os ha concedido. Él sabe lo que es vivir. Cuando se ofrece uno a tomar a una joven sin dote, no se debe mirar más allá. Todo se encierra en eso; y sin dote equivale a belleza, juventud, alcurnia, honor, sapiencia y probidad.
HARPAGÓN.— ¡Ah, qué buen mozo! Eso es hablar como un oráculo. ¡Dichoso aquel que puede tener un criado de este género!