HARPAGÓN.— Aparte (al fondo de la escena): No era nada, a Dios gracias.
VALERIO.— (Sin ver a Harpagón). En fin, nuestro último recurso es que la fuga puede ponernos a cubierto de todo; y si vuestro amor, bella Elisa, es capaz de tener entereza…
(Viendo a Harpagón). Sí; una hija tiene que obedecer a su padre. No debe mirar cómo está hecho un marido; y cuando la gran razón de sin dote coincide en ello, debe estar dispuesta a aceptar cuanto le den.
HARPAGÓN.— ¡Bueno! ¡Eso es hablar bien!
VALERIO.— Señor, os pido perdón si me acaloro un poco y tengo la osadía de hablarle así.
HARPAGÓN.— ¡Cómo! ¡Si eso me encanta y deseo que adquieras un influjo absoluto sobre ella!
(A Elisa). Sí; aunque intentes huir, le concedo la autoridad que el Cielo me da sobre ti y quiero que hagas todo cuanto él te diga.
VALERIO.— (A Elisa). Después de esto, ¡resistíos a mis amonestaciones!