HARPAGÓN.— Ved estos donceles alfeñiques, que tienen el vigor de unas gallinas. Esto es lo que he resuelto, hija mía, por mi parte. Respecto a tu hermano, le destino cierta viuda de la que han venido a hablarme esta mañana, y en cuanto a ti, te destino al señor Anselmo.
ELISA.— ¿Al señor Anselmo?
HARPAGÓN.— Sí; un hombre maduro, cuerdo y prudente, que no tiene más de cincuenta años y cuyo caudal es muy alabado.
ELISA.— (Haciendo una reverencia). No quiero casarme, padre mío, si os place.
HARPAGÓN.— (Imitando a Elisa). Y yo, hijita mía querida, quiero que os caséis, si os place.
ELISA.— (Haciendo una reverencia). Os pido perdón, padre mío.
HARPAGÓN.— (Imitando a Elisa). Os pido perdón, hija mía.
ELISA.— Soy la humildísima servidora del señor Anselmo; pero (haciendo otra reverencia), con vuestro permiso, no me casaré con él.
HARPAGÓN.— Soy vuestro humildísimo servidor; pero (Imitando a Elisa), os casaréis con él esta noche.
ELISA.— ¿Esta noche?
HARPAGÓN.— Esta noche.
ELISA.— (Haciendo una reverencia). No sucederá tal, padre mío.
HARPAGÓN.— (Imitando a Elisa). Sí sucederá tal, hija mía.
ELISA.— No.
HARPAGÓN.— Sí.
ELISA.— Os digo que no.
HARPAGÓN.— Os digo que sí.
ELISA.— Es una cosa a la que no me obligaréis.
HARPAGÓN.— Es una cosa a la que te obligaré.
ELISA.— Me mataré antes que casarme con semejante marido.
HARPAGÓN.— No te matarás y será tu marido. ¡Qué osadía! ¿Se ha visto nunca a una hija hablar así a su padre?
ELISA.— ¿Y se ha visto nunca a un padre casar así a su hija?
HARPAGÓN.— Es un partido del que no hay nada que decir, y apuesto a que todo el mundo aprobará mi elección.
ELISA.— Y yo apuesto a que no puede aprobarlo ninguna persona razonable.
HARPAGÓN.— (Viendo a Valerio, desde lejos). Aquí está Valerio. ¿Quieres que le hagamos juez de este negocio?
ELISA.— Accedo a ello.
HARPAGÓN.— ¿Te atendrás a su juicio?
ELISA.— Sí; pasaré por lo que él diga.
HARPAGÓN.— Pues hecho.