Escena VIII

GINÉS.— Echa otra vuelta por ahí.

LUCAS.— ¿Y no sabes que el amiguillo este había dado en la gracia de decir chicoleos[17] a mi mujer?

GINÉS.— Anda, que ya las vas a pagar todas juntas.

BARTOLO.— ¿Estoy ya bien así?

GINÉS.— Perfectamente.

MARTINA.— (Saliendo por la puerta derecha). Dios guarde a ustedes, señores.

LUCAS.— ¡Calle, que está usted por acá! Pues ¿qué buen aire la trae a usted por esta casa?

MARTINA.— El deseo de saber de mi pobre marido. ¿Qué han hecho ustedes de él?

BARTOLO.— Aquí está tu marido, Martina; mírale, aquí le tienes.

MARTINA.— (Abrazándose con Bartolo). ¡Ay, hijo de mi alma!

LUCAS.— ¡Oiga! ¿Conque ésta es la medica?

GINÉS.— Aun por eso nos ponderaba todas las habilidades del doctor.

LUCAS.— Pues por muchas que tenga no escapara de la horca.

MARTINA.— ¿Qué está usted ahí diciendo?

BARTOLO.— Si, hija mía, mañana me ahorcan sin remedio.

MARTINA.— ¿Y no te ha de dar vergüenza morir delante de tanta gente?

BARTOLO.— ¿Y que se ha de hacer, paloma? Yo bien lo quisiera excusar, pero se han en penado en ello.

MARTINA.— Pero ¿por qué te ahorcan, pobrecito, por qué?

BARTOLO.— Eso es cuento largo. Porque acabo de hacer una curación asombrosa, y en vez de hacerme protomedico[18] han resuelto colgarme.