D. JERÓNIMO.— ¡Vaya, vaya, que no he visto semejante insolencia!
BARTOLO.— Ésa es resulta necesaria del mal que ha estado padeciendo hasta ahora. La ultima idea que ella ha tenido cuando enmudeció fue sin duda la de su casamiento con ese tunante de Alejandro, o Leandro, o como se llama. Cogiole el accidente, quedaronse trasconejadas una gran porción de palabras, y hasta que todas las vacíe y se desahogue, no hay que esperar que se tranquilice ni hable con juicio.
D. JERÓNIMO.— ¿Qué dice usted? Pues me convence esa reflexión.
(Saca la caja Don Jerónimo, y él y Bartolo toman tabaco).
BARTOLO.— ¡Oh!, y si usted supiera un poco de numismática[16], lo entendería un poco mejor… Venga un polvo.
D. JERÓNIMO.— ¿Conque luego que haya desocupado…?
BARTOLO.— No lo dude usted… Es una evacuación que nosotros llamamos tricolos tetrasforos.