(Andrea sale por la izquierda).
ANDREA.— Señor medico, me parece que la enferma le quiere dejar a usted desairado, porque…
BARTOLO.— Como no me desaires tú, niña de mis ojos, lo demás importa seis maravedíes, y como yo te cure a ti, mas que se muera todo el genero humano.
(Sale por la derecha Lucas; va acercándose detrás de Bartolo y escucha).
ANDREA.— Yo no tengo nada que curar.
BARTOLO.— Pues, mira, lo mejor será curar a tu marido… ¡Qué bruto es, y que celoso tan impertinente!
ANDREA.— ¿Qué quiere usted? Cada uno cuida de su hacienda.
BARTOLO.— ¿Y por qué ha de ser hacienda de aquel gaznápiro[10] este cuerpecito gracioso?
(Se encamina a ella con los brazos abiertos en ademán de abrazarla. Lucas, agachándose, pasa por debajo del brazo derecho de Bartolo, vuelvése de cara hacia él y quedan abrazados los dos. Andrea se va riendo por la puerta del lado izquierdo).
LUCAS.— ¿No le he dicho a usted, señor doctor, que no quiero estas chanzas?… ¿No se lo he dicho a usted?
BARTOLO.— Pero, hombre, si aquí no hay malicia ni…
LUCAS.— Vete tú de ahí… Con malicia o sin ella le he de abrir a usted la cabeza de un trancazo si vuelve a alzar los ojos para mirarla. ¿Lo entiende usted?
BARTOLO.— Pues ya se ve que lo entiendo.
LUCAS.— Cuidado conmigo…
(Le da un envión[11] al tiempo de desasirse de él).
¡Se habrá visto mico más enredador!