(Bartolo sale sin sombrero ni bastón por la derecha).
BARTOLO.— Pues, señor, ya está visto. Esto de escabullirse es negocio desesperado… ¡El maldito, con achaque de la compostura del cuarto, no se mueve de allí!… ¡Ay, pobre Bartolo!… (Paseándose inquieto por el teatro). Vamos, pecho al agua, y suceda lo que Dios quiera.
D. JERÓNIMO.— (Sale por la izquierda). No ha habido forma de poderla reducir a que se acueste. Ya la están preparando la sopa en vino que usted mando. Veremos lo que resulta.
BARTOLO.— No hay que dudar; el resultado será felicísimo.
D. JERÓNIMO.— (Sacando la bolsa y tomando de ella algunos escuditos[9]). Usted, amiga don Bartolo, estará en mi casa obsequiado y servido como un príncipe, y entretanto, quiero que tenga la bondad de recibir estos escuditos.
BARTOLO.— No se hable de eso.
D. JERÓNIMO.— Hágame usted este favor.
BARTOLO.— No hay que tratar de la materia.
D. JERÓNIMO.— Vamos, que es precise.
BARTOLO.— Yo no hago por el dinero.
D. JERÓNIMO.— Lo creo muy bien, pero sin embargo…
BARTOLO.— ¿Y son de los nuevos?
D. JERÓNIMO.— Si, señor.
BARTOLO.— Vaya, una vez que son de los nuevos, los tomaré. (Los toma y se los guarda).
D. JERÓNIMO.— Ahora, bien, quede usted con Dios, que voy a ver si hay novedad, y volveré… Me tiene con tal inquietud esta chica, que no se parar en ninguna parte.