Escena IV

BARTOLO.— (Acercándose a Andrea con ademanes y gestos expresivos). ¿Conque usted es mujer de ese mocito?

ANDREA.— Para servir a usted.

BARTOLO.— ¡Y que frescota es! ¡Y que…! Regocijo da el verla… ¡Hermosa boca tiene!… ¡Ay, que dientes tan blancos, tan iguales, y que risa tan graciosa!… ¡Pues los ojos! En mi vida he visto un par de ojos más habladores ni más traviesos.

LUCAS.— Aparte: ¡Habrá demonio de hombre! ¡Pues no la está requebrando el maldito!…

Vaya, señor doctor, mude usted de conversación, porque no me gustan esas flores. ¿Delante de mí se pone usted a decir arrumacos a mi mujer? Yo no se como no cojo un garrote y le… (Mirando por el teatro si hay algún palo. Bartolo se detiene).

BARTOLO.— Hombre, por Dios, ten caridad. ¿Cuantas veces me han de examinar de medico?

LUCAS.— Pues cuenta con ella.

ANDREA.— Yo reviento de risa.

(Encaminándose a recibir a Doña Paula, que sale por la puerta de la izquierda con Don Jerónimo y Ginés).