ANDREA.— ¡Ay, señor amo! Que aunque el medico sea un pozo de ciencia, me parece a mi que no haremos nada.
D. JERÓNIMO.— ¿Por qué?
ANDREA.— Porque doña Paulita no ha menester médicos, sino marido, marido: eso la conviene, lo demás es andarse por las ramas. ¿Le parece a usted que ha de curarse con ruibarbo, y jalapa, y tinturas, y cocimientos, y potingues, y porquerías, que no se como no ha perdido ya el estomago? No, señor, con un buen marido sanara perfectamente.
LUCAS.— Vamos, calla, no hables tonterías.
D. JERÓNIMO.— La chica no piensa en eso. Es todavía muy niña.
ANDREA.— ¡Niña! Si, cásela usted y vera si es niña.
D. JERÓNIMO.— Más adelante no digo que…
ANDREA.— Boda, boda, y aflojar el dote, y…
D. JERÓNIMO.— ¿Quieres callar, habladora?
ANDREA.— Aparte: Allí le duele…
Y despedir médicos y boticarios, y tirar todas esas pócimas y brebajes por la ventana, y llamar al novio, que ése la pondrá buena.
D. JERÓNIMO.— ¿A que novio, bachillera impertinente? ¿En dónde está ese novio?
ANDREA.— ¡Qué presto se le olvidan a usted las cosas! Pues que, ¿no sabe usted que Leandro la quiere, que la adora y ella le corresponde?
D. JERÓNIMO.— La fortuna del tal Leandro está en que no le conozco, porque desde que tenía ocho o diez años no le he vuelto a ver… Y ya se que anda por aquí acechando y rondándome la casa; pero como yo le llegue a pillar… Bien que lo mejor será escribir a su tío para que le recoja y se le lleve a Buitrago y allí se le tenga. ¡Leandro! ¡Buen matrimonio, por cierto! ¡Con un mancebito que acaba de salir de la universidad, muy atestada de vinios[8] la cabeza y sin un cuarto en el bolsillo!
ANDREA.— Su tío, que es muy rico, que es muy amigo de usted, que quiere mucho a su sobrino y que no tiene otro heredero suplirá esa falta. Con el dote que usted dará a su hija y con lo que…
D. JERÓNIMO.— Vete al instante de aquí, lengua de demonio.
ANDREA.— Aparte: Allí le duele.
D. JERÓNIMO.— Vete.
ANDREA.— Ya me iré, señor.
D. JERÓNIMO.— Vete, que no te puedo sufrir.
LUCAS.— ¡Que siempre has de dar en eso, Andrea! Calla y no desazones al amo, mujer; calla, que el amo no necesita tus consejos para hacer lo que quiera. No te metas nunca en cuidados ajenos, que al fin y al cabo el señor es el padre de su hija, y su hija es su hija, y su padre es el señor; no tiene remedio.
D. JERÓNIMO.— Dice bien tu marido, que eres muy entremetida.
LUCAS.— El medico viene.