EN LA MADRUGADA Paulino Castro había escrito en el cuaderno de bitácora: «Viento frescachón del NE. Navegando. Cielo cubierto. Marejada. A 23 h. demora el faro de Skelling a N 48 E. A 23.40 h. demora el faro de Bull a S 50 E…».
En la tienda de Mulligan Macario Martín se frotó con un pañuelo sucio la pintura del hombro de la chaqueta. O’Halloran volvió a invitar. Artola y Ugalde bebían en silencio. Un grupo de marineros del Uro escuchaba a Joaquín Sas. Los patrones estaban sentados con O’Halloran. José Afá bebió su cerveza de golpe y pidió más. Los engrasadores del Aril hablaban susurradamente. Domingo Ventura tascaba boquilla entre Juan y Celso Quiroga. Macario Martín se guardó el pañuelo y salió de la tienda de Mulligan.
Al atardecer el Uro y el Aril eran dos manchas negras en la boca de la bahía de Bantry. Don José O’Halloran estaba en el muelle. Cuando los barcos desaparecieron, volvió la vista a Bantry. Más allá de las casas, en un rincón del cementerio al que llegaba el viento del norte, estaba Simón Orozco. Don José O’Halloran regresó lentamente hacia su casa.
El Uro y el Aril hacían rumbo al sur. Los perfiles de la costa irlandesa se difuminaban en la distancia. El Uro y el Aril hacían rumbo al sur.