Prólogo

Ignacio Aldecoa comenzó a escribir poesía, luego publicó diversos libros de cuentos y en 1954 publica su primera novela: El fulgor y la sangre, que fue finalista del Premio Planeta de ese año, siendo la novela ganadora Pequeño teatro de Ana Mª Matute. La novela tendría una continuación, aunque con una acción distinta en Con el viento solano.

Aldecoa había proyectado escribir tres trilogías que no completó. La primera, La España inmóvil, dedicada al mundo de la Guardia Civil, los gitanos y los toreros. A esta primera trilogía corresponden El fulgor y la sangre (1954) y Con el viento solano (1956). La segunda trilogía estaba dedicada a los hombres del mar y escribió, Gran Sol (1957) y trata del mundo de los pescadores de altura y la tercera pensaba dedicarla al mundo de la mina y a los trabajadores del hierro, pero ni siquiera la comenzó.

Para el comienzo de la escritura de la novela se produjo una génesis externa que motiva la situación novelesca inicial. Así explicaba Aldecoa el primer fogonazo de su novela: «Dando vueltas por Castilla, sin rumbo, yendo con Josefina por la carretera de Extremadura, en Maqueda vi un castillo dentro del cual había un cuartel de la Guardia Civil. Aquello fue el primer golpe del tema. Luego vino la coincidencia de una noticia periodística, de esas tan corrientes, de reyertas de gitanos, y ya estuvo allí la idea de la novela» (en Pueblo, 5/5/1957: Así trabaja Ignacio Aldecoa, de Julio Trenas).

El argumento es el siguiente: En las afueras de un pueblo de Castilla, en la casa-cuartel de la Guardia Civil, construida dentro de las murallas de un castillo, viven un cabo (comandante de puesto) y cinco guardias civiles con sus familias. Por teléfono se recibe la noticia de que uno de los agentes, que prestaba servicio en la feria de un pueblo cercano, ha sido asesinado. Por el momento se ignora la identidad del fallecido. Las primeras en conocer el suceso son las esposas de los guardias que están de servicio en el cuartel, y éstas han de preparar a las otras para la noticia. Las tensas horas de la espera son interrumpidas por el narrador para contar el pasado de las mujeres, una a una, antes de ser esposas de los guardias civiles. Las presenta desde la infancia hasta el presente y a cada una de ellas le dedica uno de los capítulos, alternando el pasado (tiempo evocado) con el tiempo presente (vivido), que rompen la tensión de la espera.

La historia se ordena en 7 capítulos titulados con las horas que van desde el mediodía de un ardiente verano (el fulgor) hasta el crepúsculo, cuando se sabrá, por fin, el nombre de la víctima (la sangre).

Al atardecer traen el cadáver del guardia asesinado, a quien un gitano le ha disparado un tiro de pistola en la feria del pueblo vecino. La vida sigue. El guardia Baldomero recibe la orden de perseguir al asesino y piensa en él, imaginándoselo en la noche, miedoso y sin rumbo: «Un hombre caminaba en la noche, a través de los campos, sin dirección fija, azuzado por el miedo».

Estructura:

El fulgor y la sangre está estructurada en 7 capítulos, cada uno con su título, que van señalando el paso del tiempo; que va del «Mediodía» (primer capítulo) al «Crepúsculo» (el 7.º). Además cada capítulo está dividido en dos tipos de secuencias; unas van separadas por asteriscos que van alternando y marcan el tiempo vivido (presente) y el tiempo evocado. El otro tipo de secuencias se separan por medio de espacios en blanco y las encontramos tanto dentro del tiempo vivido como en el evocado. Dentro del tiempo vivido separan espacialmente, mientras que en el evocado la separación es tanto espacial como temporal.

Los capítulos llevan títulos, que señalan las horas del día: Mediodía, Dos de la tarde, Tres de la tarde, Cuatro y media, Seis de la tarde, Siete de la tarde y Crepúsculo. El primero y el último abren y cierran la intriga del relato primario de la novela, cuya duración aproximada es de unas nueve horas, desde unos minutos antes del mediodía hasta el crepúsculo de un atardecer veraniego del mes de julio. Y también es el tiempo aproximado que un lector normal emplearía en la lectura de toda la novela.

Al principio, «Mediodía», se recibe en el castillo, que sirve de casa-cuartel a la Guardia Civil en un innominado pueblo de Castilla «El timbre del teléfono corrió nervioso las cuatro paredes», una vaga y funesta noticia: «han matado a uno de los nuestros. Ha sido en el campo. Un pastor ha llevado la noticia al pueblo. Hubo esta mañana lío en la feria». Dos parejas: Baldomero Ruiz con Cecilio Jiménez, y Guillermo Arenas con el cabo Francisco Santos, han salido por la mañana de servicio para la feria de un pueblo cercano. Cualquiera de ellos puede ser la víctima, y solo al final se resolverá la angustiosa espera. El asesino fue un gitano borracho que armó una zaragata en la feria y al ser perseguido por las dos parejas alcanzó con un tiro de pistola a uno de los guardias, huyendo después.

En los cinco capítulos centrales la acción del relato primario es lineal y escueta: Ruipérez y Pedro, pareja de servicio en el cuartel comunican la noticia a sus respectivas esposas y éstas a las tres mujeres de los guardias que han salido de servicio a la feria. Y no sucede más. Y es que a Aldecoa no le interesa el potenciar el «suspense», sino utilizar el suceso como pretexto para presentarnos cinco historias, las de la cinco mujeres de los guardias, desde su infancia hasta el momento presente. A cada una de ellas dedicará un capítulo alternando el relato del tiempo vivido y del tiempo evocado.

Así a las «Dos de la tarde» conocemos la vida pasada de Sonsoles, huérfana, interna en un colegio de monjas, acogida, después, en casa de unos tíos paternos, donde conocerá al guardia Pedro Sánchez. En el capítulo siguiente, «Tres de la tarde» nos informa de la suerte de Felisa, hija de un obrero, madre de 4 hijos y esposa de Regino Ruipérez. En «Cuatro y media de la tarde» entra en escena María Ruiz, maestra de profesión, hija de un militar retirado y esposa de Baldomero Ruiz (matrimonio sin hijos). A las «Seis de la tarde» el narrador nos informa sobre Carmen, peluquera madrileña, de familia obrera, que se casa con Cecilio Jiménez. A «Las siete de la tarde» se nos ofrece la historia de Ernesta, hija de un labrador pobre extremeño y esposa de Guillermo Arenas.

Sonsoles recuerda el asesinato de su padre el 5 de mayo de 1937. El padre de Felisa fue detenido el mismo 18 de julio de 1936 y estuvo varios años en la cárcel. María asistió en el pueblo de la sierra, donde ejercía de maestra, al fusilamiento del cura. Carmen vivió la guerra en Madrid y Ernesta y vio la recluta de los mozos del pueblo para la guerra. Todos estos relatos evocados (analepsis) rompen la tensión de la espera y la desvían hacia unas vidas vulgares, cuyos ideales, frustraciones y esperanzas nos quiere transmitir, que es, al fin y al cabo, la vida de una generación traumatizada por la experiencia de la guerra civil, y donde el castillo (casa-cuartel) actúa como metáfora de la existencia. El mismo Aldecoa lo dice en una entrevista: «Yo he visto y veo (…) cómo es la pobre gente de España. No adopto una actitud sentimental ni tendenciosa. Lo que me mueve, (…) es el convencimiento de que hay una realidad española, cruda y tierna, a la vez, que está casi inédita en nuestra novela».

En el capítulo final, «Crepúsculo», se produce el desenlace y se cierra la acción comenzada en «Mediodía». Sigue la estructura alternante del tiempo vivido y el evocado. En el tiempo presente la acción avanza linealmente hasta la llegada del cadáver al cuartel y en el tiempo evocado, el cabo Francisco Santos relata su vida antes de ingresar en la Guardia Civil.

La naturaleza se despide en un horizonte de sangre: «vaca desollada lo llamaban los campesinos».

El tiempo:

El verdadero estructurador de la novela es el tiempo.

El tiempo vivido está rigurosamente marcado a lo largo de la novela por la alternancia en la guardia de los dos números que han quedado de servicio en el cuartel: «Ruipérez dijo, mirando a su reloj. —Ya es la una menos cuarto. Voy a relevarte».

Pero además de las horas del reloj que van marcando los relevos, está el movimiento del sol, desde el mediodía hasta el poniente, que va marcando con su sombra el paso lento del tiempo, con menos exactitud, pero con más densidad significativa. Así tenemos la metáfora del hombre reloj de sol: «Las doce con las dos agujas, el fusil y el hombre, unidas, sin sombra». Y poco antes del crepúsculo: «Del servicio, (…) meditaba Ruipérez, mientras el fusil y el hombre formaban una larga sombra en el umbral de la puerta del castillo».

Además hay otro recurso para mostrar el paso del tiempo en los personajes, como las referencias al aspecto físico de las mujeres: «En la cabeza de Sonsoles aparecieron las primeras canas. El trabajo cotidiano, monótono, igual, la desgastaba suave, paulatinamente». Pedro al contemplar a su mujer observa. «Sus amplias caderas, sus grandes nalgas, sus gordas y toscas piernas, en otro tiempo, recordaba, ágiles y bien formadas. ¡Cuánto podía el tiempo!», y por último María al mirarse en el espejo exclama: «Estoy vieja, pensó, vieja y cansada, si siquiera hubiera tenido un hijo…».

Luego ya vendría el tiempo presente que viene marcado por los títulos de los capítulos: mediodía, dos de la tarde hasta el crepúsculo, que forman las 9 horas de espera en el cuartel, que han constituido la anécdota generadora del relato y éstas se ensanchan hacia el pasado de las mujeres con un alcance de hasta 20 años atrás.

En efecto, se da una alternancia entre el tiempo vivido y el tiempo evocado como principio organizador de las secuencias narrativas. El tiempo vivido (el presente) es la tensa espera en el cuartel desde el mediodía hasta el crepúsculo y tiene un tratamiento lineal. En el primer capítulo, «Mediodía», se nos cuenta la noticia que reciben por teléfono; —«El teléfono, como objeto mortuorio, sobre una repisa»—: han matado a uno de los guardias que han salido de servicio, pero no se sabe a quién.

El segundo plano de la ficción, el tiempo evocado, se descompone en cinco historias, las de las cinco mujeres que habitan la casa-cuartel y son cinco historias que intercalan en las horas del tiempo vivido del mediodía al crepúsculo y esto permite al narrador evocar las biografías de las cincos mujeres, que son las protagonistas de lo evocado. En el paso de la narración del tiempo vivido al evocado no se da ningún tipo de cambio de perspectiva narrativa, es el mismo narrador en tercera persona, situado fuera del relato (heterodiégetico). Se trata, pues, de un narrador objetivo de la novela moderna, que renuncia a la omnisciencia narrativa, que no sabe más que los personajes.

Las analepsis permiten introducir, en las horas de espera monótona del cuartel, la vida de las cinco mujeres, de sus familiares y de los guardias. Los relatos evocados empiezan en la infancia de las mujeres y el narrador da noticia de tres hitos importantes de la España reciente: la proclamación de la Segunda República en 1931; la revolución de octubre de 1934 y la guerra civil de 1936.

El narrador observa el mundo a través de sus ojos —y con la memoria— de sus personajes, de esta forma nos ofrece la vivencia que de esos hitos históricos ha tenido cada uno de los personajes y su pervivencia en la memoria y en el destino posterior de los mismos.

Conocemos la historia de todos los habitantes del cuartel a través de las cinco analepsis, pero falta la «pre-historia» del cabo Francisco Santos, el único soltero de los guardias del cuartel; por tanto la vida del cabo tendrá que contárnosla él mismo. Así pues, en el último capítulo, «Crepúsculo», el cabo Santos cuenta a su pareja, el número Guillermo Arenas, la historia de su infancia cuartelera, de su vocación de músico militar truncada por la guerra civil. Pero en el tiempo vivido del último capítulo el cabo Francisco Santos está muerto y no es verosímil que los muertos cuenten historias. Aldecoa recurre a una anacronía de segundo grado: desde el tiempo vivido, al crepúsculo cuando la comitiva fúnebre penetra en el cuartel, retrotrae la ficción a la mañana de ese mismo día, cuando las dos parejas (Baldomero y Cecilio), Francisco Santos y Guillermo descienden del cuartel para la feria y el cabo Francisco Santos distrae la monotonía de la marcha con el recuerdo de la adolescencia. Sería, pues, un relato dentro del relato.

El ritmo narrativo es uno de los recursos que Ignacio Aldecoa utiliza para reflejar la monotonía y la lentitud de la espera. El ritmo del tiempo vivido es lento, mientras que el del tiempo evocado es mucho más rápido, pues es el relato por lo menos de unos 20 años, desde la infancia de las mujeres hasta sus bodas. El relato del tiempo vivido es continuamente suspendido por el relato evocado y así prolonga su duración y hace que el tiempo vivido tenga un ritmo todavía más lento.

El espacio

La acción de la novela se desarrolla en un pueblo de Castilla, dentro del perímetro de un castillo convertido en casa-cuartel de la Guardia Civil, situado en lo alto de una loma y cerca del pueblo. Tan sólo el asesinato se produce en la feria del pueblo vecino.

Luego a través de las evocaciones de los personajes, sobre todo de las cinco mujeres y el cabo, se nos presentan otros espacios tanto rurales como urbanos. Cabría destacar entre ellos a Madrid. Esos dos espacios nombrados tienen un valor simbólico importante para la novela. El castillo simboliza la monotonía, la soledad, el cumplimiento del deber y la falta de futuro. Madrid, en cambio, simboliza la salida, el espacio soñado y deseado, la libertad para los personajes y el futuro para sus hijos.

Además el castillo-cuartel (las murallas) comprendería el espacio de toda España y simbolizaría la situación político-social de los años 50 y extendiendo más el diámetro de la circunferencia simbolizaría la existencia humana (el «ser para la muerte») de las corrientes existencialistas de la época.

Personajes

En El fulgor y la sangre el protagonista es colectivo y lo forma el grupo de habitantes de la casa-cuartel con un pasado similar, con sus diferencias, un presente común y un previsible destino análogo. Los leitmotives son la soledad, la monotonía, la desesperanza, el hastío y la necesidad del traslado.

Pero, a pesar de ello, tenemos personajes principales en lo individual, que son las cinco mujeres, después los 6 guardias civiles y con mucha menos importancia los niños.

Los personajes secundarios del tiempo vivido serían el cura, el alcalde y el cartero.

Los personajes del tiempo evocado constituyen una prolongación de las mujeres en su entorno familiar durante su infancia o adolescencia; entre ellos tendríamos a Juan Martín, padre de Felisa, el hermano mayor de Felisa y Paulino.

Las mujeres: Felisa es la mujer de Ruipérez, trabajadora desde muy joven. A Sonsoles le gustaba mucho hablar con Felisa. Tiene bondad, egoísmo y religiosidad. María es la más culta e inteligente, maestra de profesión, que no ejerce por los sucesivos traslados de su marido. Está frustrada en su maternidad. Carmen, histérica y agresiva con hábitos arrabaleros. Ernesta es la más joven de todas, infantil y con falta de personalidad.

Los hombres están menos caracterizados. A Regino Ruipérez, porque no le gusta que le llamen por el nombre, le gusta la caza y a Baldomero la pesca. El cabo Santos suele ser inflexible con la ordenanza y todos aparecen encadenados al deber. Todos tienen estas cualidades: honestidad, gravedad y una formación patriótica y militar acorde con los tiempos.

En cuanto a los niños, ninguno destaca por una personalidad definida. Son inocentes, ingenuos y se entregan a los juegos y a las travesuras, aún siendo hijos de guardias, ajenos a las preocupaciones de los mayores.

Por último el personaje de los gitanos es marginal. Se les presenta como hábiles y astutos en la trata de ganado, además de pendencieros e impulsivos en sus reacciones.

Estos personajes son perdedores materiales y morales, todavía en la postguerra, perteneciendo al bando vencedor y representándolo desde puestos de autoridad. Pero ¿qué ganaron estos vencedores? ¿Son vencedores o vencidos?

Una constante marca la vida de estos personajes: la necesidad del traslado, salir del castillo, buscar otra realidad, aunque pueda ser parecida, sobre todo pensando en el futuro de los hijos y Madrid está en el deseo de todos.

Significación

Jesús Mª Lasagabaster, en La novela de Ignacio Aldecoa: De la mimesis al símbolo. SGEL. Madrid, 1978, propone tres niveles de significación en El fulgor y la sangre:

1. El nivel tópico-anecdótico en el que El fulgor y la sangre es una novela sobre la Guardia Civil.

2. El nivel socio-histórico que haría referencia a la historia contemporánea de la España inmóvil.

3. El nivel filosófico-existencial, en el que el espacio-tiempo de la vida en el castillo casa-cuartel se convierte en metáfora universal de la existencia humana.

En cuanto al primer nivel la intención de Aldecoa no es representar el tópico de la guardia civil y el gitano, sino destruirlo, dándole sentido. En efecto en este nivel tenemos el tiempo real de la anécdota que son la nueve horas que van del mediodía al crepúsculo, de un día del mes de julio de 1952. Sobre ese tiempo vivido se asienta el primer estrato semántico de la novela: la monotonía alienante de la vida en un aislado cuartel de la Guardia Civil en un pueblo de Castilla. Esta monotonía se ve alterada por la muerte de un guardia por un gitano, cuando hacía el servicio en la feria de un pueblo cercano. La noticia, que se comunica por teléfono, va sacudiendo a la gente del cuartel, primero a los dos guardias y luego a las cinco mujeres.

A la hora del crepúsculo el guardia Ruipérez, desde el puesto de guardia, descubre que en las angarillas, dos campesinos sostienen el cadáver del guardia. En este nivel tópico-anecdótico el novelista se ha fijado en la vida diaria del cuartel, en el traslado como única salida para el porvenir de los hijos, los riesgos del oficio y la conciencia del deber; y todos estos elementos contribuyen a hacer verosímil la historia que se cuenta. Según esto El fulgor y la sangre puede ser considerada como una novela sobre la Guardia Civil.

Pero hay otro sentido más importante, que se produce a medida que avanza la escritura del texto novelesco. Así tendríamos el nivel socio-histórico y mediante las cinco historias de las mujeres, la vida del cuartel se inserta en un devenir histórico. Aldecoa sitúa —como se ha dicho— la acción de la novela en el presente histórico, en la tarde del 22 de julio de 1952 y por medio de las «pre-historias» de los personajes da perspectiva y significación histórica a lo ocurrido ese día en el cuartel.

Todos los habitantes adultos del cuartel han sufrido la guerra, algunos, incluso, han sido combatientes (Pedro, Cecilio, Ruipérez) y de la dureza de la guerra este colectivo humano ha coincidido en la vida dura del cuartel y en este sentido podemos decir que el cuartel es la imagen literaria del resultado histórico de la guerra civil. Es como si las murallas del castillo en ruinas, donde está ubicado el cuartel se ensancharan hasta abarcar toda la extensión de España y los habitantes del castillo son la generación que en la España de 1952, en plena autarquía, desea y sueña una salida hacia la libertad.

Probablemente Aldecoa ha plasmado en la ficción novelesca sus propias frustraciones y su amargura de intelectual, nacido en 1925 y condenado a vivir dentro de las murallas de ese castillo simbólico.

El castillo (casa-cuartel) del El fulgor y la sangre, monotonía y angustia para las mujeres, presente sin futuro para sus hijos, vendría a ser una interpretación metafórica de la España de los primeros 50, vista con los ojos de Aldecoa, intelectual y escritor para quien el oficio de escribir se identificaba con el tener una actitud ante el mundo («Ser escritor es, antes que nada, una actitud en el mundo». Luis Sastre. Entrevista a Ignacio Aldecoa, en Destino, dic. 1955).

En este espacio-vida, el cuartel funciona a nivel claramente connotativo, los personajes pierden su individualidad, se socializan y pasan a significar una situación colectiva. Pasan a ser la pobre gente de España, marcada por la guerra, y condenada a vivir, entre la frustración y la espera, el hastío material y espiritual, limitado a los lados por las murallas y por arriba por inmenso cielo azul.

Y por último el nivel filosófico-existencial: La casa-cuartel como metáfora de la existencia. Así el espacio del castillo, con sus connotaciones de encierro, de aislamiento, soledad y angustia se convierte en espacio-límite, donde el hombre es enfrentado a su propia condición humana. Sobre ese espacio desolado del castillo sobrevuela la realidad de la muerte, unificando los diferentes tiempos de la historia; el presente sacudido por la noticia del asesinato del cabo y convertido en angustiosa espera, hasta conocer la identidad del guardia muerto; el pasado, cuya evocación de la guerra, que mata vidas o trunca proyectos de vidas, y el futuro, donde la muerte se identifica con el traslado (llega la noticia del traslado del cabo Francisco Santos), y como dice Carmen: «Parece que se han dicho: ésos se tienen que quedar aquí hasta que se mueran».

El fulgor y la sangre, novela social, existencial y neorrealista, se encuadra dentro del realismo simbólico en el que los espacios, las historias y los personajes no se definen por lo que son, sino por lo que significan, así el castillo actúa como metáfora de la España de los años cincuenta y de la condición humana en general.

La novela fue muy bien acogida por la crítica más responsable (Alborg, J.L.,1962, Nora, 1973, Soberano, 1975, Lasagabaster, 1978, Sanz Villanueva, 1980, Esteban Soler, 2004) y desde su publicación en diciembre de 1954 ha sido reeditada por la editorial Planeta en múltiples ocasiones; también ha sido publicada por el Círculo de Lectores, 1969 y por Espasa-Calpe, 1996 y 2004.

Anastasio Serrano (2009).