CUATRO

CUATRO

Vauban dio la vuelta a la mesa de reuniones y sirvió a cada uno de sus cansados oficiales un vaso de amasec, buscando en sus caras signos de resignación. Satisfecho de no encontrar ninguno, volvió a su asiento en la cabecera de la mesa, sirvió otro vaso y lo colocó ante el asiento vacío de Gunnar Tedeski.

Todos los oficiales parecían haber envejecido y sus rostros estaban surcados por la fatiga y entumecidos por la naturaleza inacabable y agotadora del asedio.

Morgan Kristan tenía la peor apariencia, con un brazo ensangrentado en cabestrillo y un ancho vendaje alrededor de la barriga, donde se habían clavado los fragmentos de la explosión de un proyectil. Sus hombres habían recibido una buena paliza en el bastión Vincare y él los había acompañado todo el tiempo.

Todos sus oficiales ya estaban iniciados y él estaba intensamente orgulloso de ellos.

—Caballeros —comenzó Vauban, levantando el vaso—. Por todos ustedes.

Sus oficiales levantaron los vasos y bebieron el amasec de un solo trago. Vauban bajó el vaso y se sirvió otro. Ninguno de los hombres reunidos alrededor de la mesa dijo una palabra mientras el castellano de Hydra Cordatus saboreaba su bebida.

Leonid consultó una caja dorada sin rasgos distintivos antes de asentir con lentitud hacia Vauban. Por fin, Vauban rompió el silencio.

—Estamos en una situación peligrosa, caballeros. El enemigo está a las puertas, y si los cálculos de nuestros ingenieros son correctos, tenemos unos días como mucho antes de que abran una brecha en nuestras murallas y entren en la ciudadela.

—Doy mi palabra de que mis hombres pelearán hasta el final —juró Morgan Kristan, golpeando en la mesa con la mano buena.

—Al igual que lo harán los del batallón C —repitió Piet Anders.

Vauban reprimió una ligera sonrisa y dijo:

—Afortunadamente eso no será necesario. Ha habido algunos… inesperados acontecimientos en las últimas horas y el teniente coronel Leonid tiene un plan que puede que nos consiga algo más de tiempo. La artillería enemiga, especialmente la que está en el promontorio, nos está destrozando. Para tener alguna probabilidad de sobrevivir debemos eliminarla, y eso no va a ser fácil. ¿Mikhail?

Leonid se puso en pie y comprobó de nuevo la caja dorada para estar seguro de que el codificador de comunicaciones es taba funcionando de forma adecuada antes de repartir unas placas de datos a los oficiales superiores de los jouranos. Leonid y Vauban observaban mientras cada hombre examinaba los contenidos de la placa. Sus expresiones cambiaron de cansancio a repentina esperanza.

—¿Es esto realmente verdad? —preguntó el mayor Anders.

—Lo es, Piet —confirmó Leonid—. Los he visto.

—¿Una compañía entera? —dijo en voz queda Kristan—. ¿Cómo?

Vauban levantó la mano para detener otras preguntas y dijo:

—Los informes que tienen en sus manos deben considerarse el objeto más sagrado de los que poseen, caballeros. Sigan las órdenes que constan en ellos. Háganlo con cuidado y resolución y no hablen de lo que vamos a hacer a nadie que no esté en esta habitación. Estén preparados para seguir adelante con el plan en el momento que les dé la orden, porque si no lo están, entonces sí que estaremos perdidos.

Morgan Kristan continuó examinando la placa y soltó un gruñido cuando vio un nombre que le era familiar.

—¿Acaso hay algún problema, mayor Kristan? —preguntó Leonid.

—Puede que sí —asintió Kristan—. Todo plan que incluya o que dependa de Hawke me da pánico.

—No se preocupe con la participación de Hawke en esto —lo tranquilizó Vauban—. Tengo fe en él y el teniente coronel Leonid se encargará de esa parte del plan.

Piet Anders alzó la vista de la placa y preguntó:

—¿Y quién estará al frente de nosotros?

—Yo lo haré —replicó Vauban.

* * *

Las ruinas del puesto de escucha Sigma IV habían dejado de arder hacía mucho tiempo cuando Goran Delau se agachó en la entrada y recorrió los restos con su servobrazo.

Él y diez de los soldados vestidos de rojo habían examinado las montañas en los últimos días sin haber encontrado un alma viviente y Delau estaba comenzando a pensar que Honsou los había enviado a una misión sin sentido. Un cuerpo sin cara yacía tumbado junto a la retorcida puerta y sus huesos brillaban a través de la tela rota de su uniforme.

Delau lo apartó de una patada mientras entraba agachándose en el puesto de vigilancia, recordando la batalla que habían librado para tomar el sitio, el rugido del fuego de los cationes de asalto y la tormenta de proyectiles que les había caído encima.

Dentro, todo era oscuridad, pero la visión mejorada de Delau atravesaba con facilidad la penumbra. Piezas destrozadas de equipo y de metal ennegrecido estaban esparcidas por todas partes y los muros estaban salpicados de fragmentos de granadas. Un cuerpo permanecía tumbado contra una pared, y la poca carne que le quedaba sobre el esqueleto estaba abrasada y negra. La cara perteneciente a este cuerpo también había desaparecido, y Delau recordaba los dos disparos que Honsou había hecho para matar a estos hombres.

¿Dónde estaba entonces el cuerpo del tercero?

Cuando examinó el desierto puesto de vigilancia, vio la taquilla abierta y los objetos desechados que salpicaban el suelo. Se puso de rodillas y los examinó uno a uno. Todos eran trastos sin utilidad alguna, y de ningún valor para un hombre atrapado en la montaña.

Así que un soldado había sobrevivido y había recuperado todo lo que podía serle de utilidad del búnker.

¿Adónde había ido?

Delau salió del puesto de vigilancia y examinó el terreno polvoriento de alrededor. El cadáver que estaba en el suelo no tenía rifle, y Delau adivinó que el superviviente lo había cogido antes de abandonar el lugar.

Delau olfateó el ambiente y se arrodilló ante el cadáver en descomposición. Vio una pequeña zona de roca manchada junto a los pies del cuerpo. Sin necesidad de probarla, supo que era sangre y, por su forma, que no procedía de las heridas del cadáver.

De modo que Forrix estaba en lo cierto. Había alguien que seguía vivo en las montañas. Un hombre lleno de recursos además, si el razonamiento de Delau era correcto.

Tras analizar la zona que lo rodeaba, supo que un hombre decidido a devolver el ataque sólo habría escogido un camino: hacia el noroeste atravesando la cadena de montañas hasta encontrar una posición de observación.

Rápidamente reunió en torno a él a la tropa y se dirigió hacia la falda de la montaña.

Goran Delau sonreía dentro del casco cuando pensaba en el momento de encontrarse con su valeroso enemigo.

* * *

Hawke subió gateando un afilado saliente rocoso, respirando profundamente mientras atravesaba las empinadas pendientes de la montaña. Había recorrido tres kilómetros a través de un terreno especialmente difícil y todavía le quedaban otros dos antes de que cayera la noche, pero estaba decidido a conseguirlo.

A pesar del agotamiento que invadía sus miembros, estaba preso de una gran determinación. Se sentó sobre una losa de piedra relativamente plana y se tomó un momento para recuperar el aliento. Comprobó su situación en el localizador de dirección, sabiendo dónde se le había ordenado ir, pero sin saber exactamente lo que encontraría allí cuando llegara. El propio teniente coronel Leonid le había asignado esta misión a primera hora del día por el canal de comunicación y Hawke le había asegurado que no lo decepcionaría.

—No puedes —le había dicho Leonid—, hemos depositado todas nuestras esperanzas en ti.

Hawke pensó que eso era un poco melodramático, pero no dijo nada. También estaba contento por el hecho de que se le hubiera confiado algo tan importante.

—Bien, Hawke —se rio entre dientes—. Habrá un ascenso para ti cuando vuelvas a casa.

Se secó la frente con la manga y desenvolvió uno de sus últimos paquetes de víveres. Refunfuñó mordisqueando los restos de una barrita de energía mientras se ponía en pie. Estaba asombrado de lo bien que se sentía a pesar de no haber tomado ni una pastilla de desintoxicación durante dos semanas. Se había adelgazado y sus músculos, especialmente los de las piernas, se habían fortalecido. Sonrió cuando se dio cuenta de que estaba en la mejor forma de los últimos años. Su creciente panza había desaparecido y sentía los pulmones más limpios que nunca.

Cierto, sus suministros de comida y bebida estaban casi acabados, aunque el teniente coronel Leonid le había asegurado que estaban trabajando en ello. Engulló lo último de la barrita y tiró el envoltorio a un lado mientras entrecerraba los ojos con el sol de la tarde.

—Bueno, no vas a llegar allí si no te mueves, Hawke —dijo, continuando con su escalada por la roca.

Hawke se puso en camino de nuevo en el calor de la tarde.

* * *

Vauban y Leonid observaban las llamaradas de energía multicolores volando por encima de sus cabezas cuando los proyectiles impactaban el campo de energía invisible que protegía las zonas delimitadas por la muralla interior.

Los observadores del blocao de la ladera norte analizaban el escudo en búsqueda de brechas ya que algunos proyectiles estaban penetrando por donde la cobertura era incompleta y explotaban en el interior de zonas de la ciudadela que se suponía que eran seguras. El aviso que podían dar era probablemente demasiado lento, pero era mejor que nada y, una vez más, Vauban sentía que crecía su cólera hacia el archimagos Amaethon.

Cuando los primeros proyectiles comenzaron a abrir brechas en el escudo, él se había pasado una exasperante hora esperando a que le pusieran línea por el canal holográfico con el Templo de la Máquina. Sabía que perdería el tiempo si intentaba ver al archimagos en persona.

—¿Por qué no está aguantando el escudo? —había demandado.

—Es una… ardua tarea mantener una… prodigiosa barrera de energía como ésa —explicó el archimagos con una voz débil y titubeante—. Mantener todos los demás sistemas a un nivel óptimo de eficiencia así como el escudo… requiere una gran fortaleza.

—Entonces deje que los demás sistemas se vayan al infierno —dijo con furia Vauban—. ¡Si permite que falle el escudo no habrá otros sistemas que mantener!

—Eso no puede ser —contestó bruscamente Amaethon a la vez que cortaba la comunicación. Es más, no volvió a restablecerla, sin que le importara la desesperación con la que Vauban solicitaba hablar con el archimagos.

Tal vez Naicin estuviera en lo cierto, tal vez sería mejor para todos si se libraban de Amaethon. Naicin se había puesto en contacto con él en persona no mucho después de esta breve conversación con Amaethon y le había insinuado que no sería muy difícil arreglárselas para que ocurriera.

Vauban echó fuera de su mente aquellos pensamientos sobre el maldito archimagos y sus maquinadores secuaces, forzándose a concentrarse en el trabajo que tenía entre manos.

—¿Sabe algo ya de Kristan y Anders? —preguntó a Leonid.

Leonid asintió.

—De momento todo está yendo como lo planeamos. Y a se han distribuido las armas, municiones y cargas de demolición a los soldados que participan en la misión, y los destacamentos de asalto se están concentrando en los puntos de reunión.

Vauban alzó la vista al cielo púrpura en el momento en que el día pasaba del calor moderado de la tarde al frescor del crepúsculo.

—Ojalá que ya estuviera oscuro. No puedo soportar esta espera.

—Dicen que la espera es la parte más difícil, señor.

—¿Y están en lo cierto, Mikhail?

—No —se rio entre dientes Leonid—. No, ni mucho menos. Prefiero la espera en todo momento.

Vauban comprobó su cronómetro de bolsillo y frunció el entrecejo.

—¿Hay noticias de Hawke?

—Todavía no, señor, pero debemos darle tiempo para llegar allí.

—Más vale que llegue allí pronto o sus hermanos echarán de menos a ese magos que has secuestrado y correrá la sangre. Me gustaría evitar eso, al menos hasta que sea demasiado tarde para que ellos interfieran, Mikhail.

—Debemos dar a Hawke un poco más de tiempo; es un viaje complicado —señaló Leonid.

—¿Cree que puede hacerlo incluso si llega allí?

—Sí, creo que puede. Su perfil lo retrata con una inteligencia por encima de la media y ya no es la desgracia de hombre que conocimos en su día como el guardia Hawke. Ahora es un soldado.

—¿Alguna idea de por qué no está tosiendo todo el día? Dice que se ha quedado sin pastillas de desintoxicación hace una semana.

—Todavía no, señor. He preguntado al magos biologis cuánto tiempo era previsible que Hawke pudiera seguir, pero ha sido muy vago y me ha respondido que no era posible hacer una predicción exacta.

Vauban sacudió la cabeza.

—Que el Emperador nos proteja de las intromisiones del Adeptus Mecánicus.

—Amén a eso, señor —asintió Leonid—. ¿Qué hay de los recién llegados? ¿Están de acuerdo con nuestro plan?

Vauban sonrió, aunque no había ninguna calidez en su expresión.

—Ah, sí, están con nosotros de todo corazón.

Leonid asintió con la cabeza pero no dijo nada, observando cómo agarraba el castellano el puño de la espada de energía. Ambos oficiales se habían vestido con sus mejores galas para la batalla y se habían tomado todas las molestias para aparecer así ante sus hombres. Vauban se había puesto la chaqueta del uniforme de gala y encima llevaba la coraza de plata con el águila de bronce pulida que brillaba intensamente.

La coraza de Leonid era de bronce, pero también brillaba. La abolladura del centro, donde había recibido el disparo, había sido reparada y la armadura lucía como nueva.

—¿Cuánto tardaremos? —preguntó Vauban.

Leonid miró al cielo, que estaba oscureciéndose, y dijo:

—No mucho.

* * *

Goran Delau dio la vuelta a la batería gastada de su aparato de comunicaciones y al paquete de víveres como si estuviera intentando adquirir un mejor conocimiento de su víctima mediante el tacto. Su anterior admiración por ese hombre había disminuido a medida que se acercaban y descubrían la basura que iba dejando a su paso. El hombre ni siquiera se había molestado en cubrir sus pisadas y había ido dejando restos sin esconderlos, donde cualquier rastreador, por poco competente que fuera, podría descubrirlos con facilidad.

Adivinó que su víctima no podía estar a más de una hora por delante de él, y Delau se sentía irritado por la falta de sentido común de su enemigo. El reto de la caza se había visto ahora reducido a tirar de la cuerda y luego matarlo.

Los hombres que lo seguían eran ahora sólo seis. Uno se había matado en una caída por un ancho barranco que se habían visto obligados a saltar; a los otros tres los había matado el propio Delau debido a su falta de habilidad y resistencia. No tenían ningún valor y él sabía que podía matar a este hombre por sus propios medios.

Adondequiera que fuera ese hombre, parecía estar avanzando con una firme determinación, ya que su ritmo se había mantenido constante durante las últimas horas. Fuera lo que fuera lo que había al final de esta persecución, Delau estaba seguro de una cosa:

Terminaría con la muerte de la presa.

* * *

Hawke comprobó el localizador de direcciones para saber si estaba en el lugar adecuado, ya que no podía ver mucho en la cada vez mayor oscuridad. Había llegado a una meseta plana, en alguna parte de la zona más alta de las montañas. El constante tronar de la artillería de los invasores no era más que un distante ruido sordo desde allí. Se le hizo un nudo en la garganta y se secó el sudor de la frente. Estaba cansado, pero contento de haber logrado llegar hasta ese lugar, dondequiera que fuera, antes de que hubiera caído la noche.

No había mucho que ver; tan sólo unas piedras derrumbadas depositadas contra un corte plano y vertical en la falda de la montaña, aunque el terreno parecía bastante revuelto, como si alguien hubiera detonado un montón de explosivos. Se quitó la mochila y sacó el comunicador portátil, maldiciendo cuando vio que sólo le quedaba una batería.

La colocó en su sitio y apretó la runa de activación, lanzando un suspiro de alivio cuando se encendió el panel frontal con un brillo reconfortante. Levantó el auricular, cambió el dial a la frecuencia correcta y apretó el botón para hablar.

—Bastión, aquí Hawke, ¿me reciben?

El aparato de comunicación chisporroteó durante un segundo antes de que sonara una voz.

—Lo recibimos alto y claro, Hawke. Aquí el magos Beauvais, ¿está usted en las coordenadas especificadas?

—Sí, pero aparte de las vistas, no encuentro nada que haga que la escalada haya merecido la pena.

—Describa lo que ve —ordenó Beauvais.

—No mucho, la verdad. Es todo bastante plano aquí, aparte de una pila de rocas, pero no mucho más.

—Vaya a la pila de rocas y dígame qué hay allí.

—De acuerdo —dijo Hawke, arrastrando la mochila y el aparato de comunicación hacia las rocas y escudriñando la penumbra. Fue hacia adelante y quitó una gruesa capa de polvo.

»¡Aquí detrás hay una puerta! La caída de las rocas ha cubierto la mayor parte, pero estoy seguro de que hay una puerta.

—¿Se ve un panel con un teclado a un lado de la puerta?

—Sí, está un poco polvoriento pero tiene buena pinta.

—Bien, esto es lo que tiene que hacer —explicó Beauvais—. Teclee el siguiente código: tertius-tres-alfa-épsilon-nueve.

Una vez que encajó el auricular entre el hombro y la oreja,

Hawke tecleó el código y dio un paso atrás cuando la puerta se abrió retemblando sobre unos rodillos torcidos. Una ligera brisa pasó a su lado, como la espiración de algo muerto, y sintió un escalofrío.

—De acuerdo, la puerta está abierta. Supongo que tengo que entrar —dijo Hawke.

—Sí, entre —confirmó Beauvais—, y siga mis instrucciones. No se aparte de ellas en ningún momento.

—¿Qué demonios cree que voy a hacer, irme de excursión?

Agachó la cabeza por debajo de las rocas y entró en el oscuro pasillo. Comenzó a andar, dando un traspié cuando encontró resistencia y luego tropezó y cayó al pisar sobre algo suave. Soltó una maldición al golpear el suelo y rodar unas vueltas por el pasillo, acabando cara a cara con un cadáver con la boca torcida en un rictus de terror. Soltó un chillido y se echó hacia atrás en dirección a la tenue luz que había en la entrada, donde vio otros tres cuerpos desplomados sobre el suelo.

Tenían los puños cubiertos de sangre seca. Mirando a la puerta, Hawke vio unas huellas de manos ensangrentadas que cubrían su superficie interna.

—¡Imperator! ¡Hay cadáveres por todas partes! —gritó Hawke.

—Sí, el bombardeo orbital se desvió ligeramente y alcanzó las montañas en lugar de las instalaciones. Creemos que las explosiones lanzaron tal cantidad de escombros que cubrieron las unidades de reciclaje de oxígeno y los hombres que estaban ahí dentro se asfixiaron hasta morir.

—¿Asfixiados? ¿Entonces por qué tienen las manos cubiertas de sangre?

—Es lógico que los hombres emplazados allí intentaran salir de las instalaciones cuando se dieron cuenta de que se había cortado el suministro de aire —dijo Beauvais con una voz que carecía de toda compasión por los muertos.

—Pero ¿por qué no pudieron salir? —resolló Hawke mientras su respiración recuperaba la normalidad.

—El personal de las instalaciones no tiene acceso a los códigos que permiten abrir las puertas exteriores. Constituiría un riesgo de seguridad si uno de ellos tuviera un problema.

—Y por eso murieron. ¡Sois unos cabrones insensibles!

—Una precaución necesaria de la que es consciente todo el personal al que se destina a esas instalaciones. Ahora, ¿podemos continuar? El comandante de las instalaciones debe de tener una llave de bronce colgada del cuello. Tómela.

Luchando contra su repugnancia, Hawke comprobó los cuerpos y encontró la llave en el tercer cadáver. Juró que si salía vivo de ésta, iba a ir a buscar a Beauvais y le iba a dar un buen puñetazo en la cara. Pasó por encima de los cuerpos y se dirigió hacia el pasillo, guardándose la llave en el bolsillo. El aire estaba estancado y en seguida comenzó a estornudar.

—Casi no puedo respirar aquí —se quejó.

—¿Tiene algún respirador que pueda usar hasta que los filtros de aire exteriores funcionen?

—Sí, tengo uno —replicó Hawke. Rebuscó en la bolsa pata encontrar el aparato respirador, difícil de manejar, y se lo puso sobre la cabeza, encendiendo el iluminador que había a la altura de la frente.

El pasillo penetraba en la oscuridad. Él comenzó a descender. Siguiendo las instrucciones de Beauvais, pasó varias puertas de hierro selladas con teclados que no tenían marca alguna, salvo por el símbolo de la rueda dentada del Adeptus Mecánicus. Su respiración sonaba muy fuerte, y el chasquido de los talones desgastados de sus botas y la fina voz de Beauvais resonaban en las paredes. La oscuridad parecía magnificar los sonidos. A pesar de todo, Hawke sentía que su inquietud aumentaba cuanto más descendía en la montaña.

Por fin, las instrucciones de Beauvais lo condujeron hasta una puerta aparentemente normal, señalada con unas palabras que no podía leer, pero que eran claramente un símbolo de advertencia. Se acercó el auricular a la boca.

—Bien, ya estoy aquí, ¿ahora qué?

—Utilice la llave que le quitó al comandante de las instalaciones para abrir la puerta.

Hawke sacó la llave del bolsillo e hizo lo que le indicaban, echándose hacia atrás cuando la puerta se abrió y corrió a recibirlo una ráfaga de aire impregnada de aceite e incienso. Dentro estaba oscuro, y cruzó la puerta dirigiendo la luz del respirador en todas direcciones.

La habitación parecía ser circular y sus paredes blancas giraban en torno a un gigantesco pilar blanco que estaba en el dentro y que ocupaba la mayor parte del espacio. Una escalera metálica empotrada en la pared de rococemento ascendía hacia la oscuridad que tenía a su lado. Contempló desconcertado el inmenso objeto que tenía ante sí.

Hawke estiró la mano y lo tocó. Estaba caliente al tacto y daba la sensación de que hubiera cierto movimiento en su interior, pero tal vez eso fuera sólo su imaginación. La base de la columna se asentaba en un foso profundo, y cuando se asomó para observarlo mejor, vio lo que parecían unas inmensas toberas, como aquellas que había visto en el extremo de uno de los misiles del equipo de armas pesadas, pero todavía más grandes.

Más grandes…

Todo empezó a encajar al tiempo que Hawke estiraba el cuello para intentar ver la altura de aquella cámara.

—¿Es esto lo que creo que es? —le preguntó a Beauvais.

—Eso depende de lo que crea que sea, pero le puedo decir que es un torpedo orbital de la clase Glaive para ser lanzado desde tierra.

—Por las pelotas de un alto señor, ¿qué esperan que haga yo con esto? —farfulló Hawke.

—Queremos que lo dispare, guardia Hawke —le explicó el magos Beauvais.