TRES

TRES

En el vigésimo día del asedio, las dos zapas que se habían llevado hacia adelante desde la primera paralela estaban unidas por una segunda paralela, a unos seiscientos metros del borde de la trinchera que protegía los muros de los bastiones frontales. Aquello quedaba totalmente dentro del alcance de los infalibles artilleros imperiales, y se habían gastado miles de vidas para completar la segunda paralela, aunque los Guerreros de Hierro hacían caso omiso del coste humano de empresas de ese tipo. Todo lo que importaba era que se obedecieran las órdenes del Forjador de Armas. La segunda paralela se extendía desde el terreno que estaba enfrente del saliente del bastión Vincare hasta el que quedaba antes de la punta del bastión Mori. En la cara norte de la segunda paralela se había apilado una alta capa de tierra compacta y cubierta de planchas de acero para asegurarse de que pudiera resistir los impactos de la artillería. Se construyó un parapeto bien dispuesto en cada extremo con las troneras colocadas perpendiculares a cada flanco del bastión.

Ya se habían situado indicadores para una nueva zapa de aproximación, esta vez dirigida hacia la cabeza del revellín Primus, pero hasta que las baterías no tuvieran la oportunidad de abrir fuego e inutilizar la mayoría de las armas de las murallas de la ciudadela, el trabajo no podría empezar. Aquél era un asedio de lo más brutal y obvio. No habría una aproximación metódica para flanquear de manera alternativa cada uno de los bastiones, sino un avance completamente frontal.

Las baterías triturarían las murallas antes de que se desencadenara un asalto devastador.

Con la instalación de las baterías, las trincheras se ensancharon y se hicieron más profundas para permitir el desplazamiento seguro de las demoníacas máquinas de guerra hasta la línea del frente. Habían aprendido la lección tras la destrucción causada por la arrasadora máquina de guerra en las trincheras de aproximación a Tor Christo, y aquellos que se encargaban de mantener los monstruosos ingenios demoníacos bajo control no iban a correr ningún riesgo.

A la mañana siguiente, las armas situadas en las baterías de la segunda paralela abrieron fuego en unión de las situadas en las laderas meridionales del promontorio de Tor Christo. Las armas de las baterías no estaban todavía lo suficientemente cerca como para disparar sobre el borde del glacis —la zona elevada de terreno situada ante la trinchera que impedía que la artillería enemiga alcanzara la vulnerable base de los muros—, pero podían machacar los terraplenes y hacer que la banqueta fuera insostenible para los defensores. Y esto lo hacían con una admirable eficiencia, machacando la parte superior del muro con proyectiles sólidos y reduciendo los gruesos terraplenes a irregulares pilas de escombros. El fuego contra la batería procedente de la ciudadela era poco sistemático, y los disparos que alcanzaban su objetivo eran desviados por los terraplenes reforzados o, en el caso de las armas de Tor Christo, descubrían que estaban fuera de su alcance.

Cientos de hombres murieron en los primeros minutos del bombardeo, antes de que se diera la orden de retirada hacia el interior de los recintos de los bastiones. Para los hombres del bastión Mori, la orden salvó muchas vidas, pero para muchos de los que estaban en el Vincare resultó ser una sentencia de muerte.

Los obuses del promontorio disparaban ahora proyectiles explosivos con trayectorias muy altas, y sus bombas aterrizaban dentro de los muros del bastión Vincare, haciendo trizas a los hombres concentrados allí dentro. Muchos hombres morían con cada potente explosión. Los proyectiles que estallaban en el aire se habían cobrado numerosas víctimas y los fragmentos de metralla descuartizaban con facilidad la carne y los huesos en mil pedazos. Los oficiales agrupaban a los hombres, gritándoles para que se protegieran dentro de los búnkers de la muralla.

Cuando sus objetivos tomaron refugio, las armas del promontorio cambiaron el fuego al interior de la ciudadela, gracias a que su mayor elevación les proporcionaba el alcance necesario para dejar caer proyectiles dentro del perímetro de la muralla interior. Tres grandes edificios de cuarteles fueron derruidos por el fuego, y un puñado más reducidos a escombros antes de que el archimagos Amaethon fuera capaz de levantar el escudo de energía que protegía la ciudadela interna.

El bombardeo continuó durante todo el día, haciendo trizas las partes superiores de los dos bastiones y el revellín, inutilizando un gran número de armas y dejando muy buena parte de sus secciones frontales abiertas de par en par.

Con la caída de la noche y un fuego continuo martilleando la ciudadela, cientos de esclavos recorrieron temerosos las trincheras de aproximación procedentes de sus refugios subterráneos infestados de cadáveres y comenzaron a cavar la zapa de aproximación delantera.