SIETE

SIETE

El magos Ferian Corsil ajustó de nuevo los controles del panel de comunicaciones recorriendo toda la banda de transmisiones en un intento de incrementar la capacidad de los comunicadores de largo alcance. A su lado, la fila de servidores conectados a la larga consola del comunicador permanecían en un silencio lobotomizado. Cada uno de ellos estaba sintonizado con una de las frecuencias de la Guardia Imperial. Las cabezas rapadas, con las cuencas de los ojos repletas de cables asentían de forma monótona de vez en cuando con las bandas cíclicas de estática que les llenaban los cráneos.

Se habían visto obligados a intentar adaptar los comunicadores para conseguir alguna clase de contacto con el mundo exterior desde que el magos Naicin había ordenado la cuarentena de la Cámara Estelar. Por mucho que fuera contra todo lo que Corsil había aprendido en Marte, había pasado el último día y medio trabajando con una docena de paneles comunicadores para alterar, nada menos que alterar, el circuito decretado por la divinidad que existía en cada uno de los benditos artefactos.

Una ráfaga de estática de los altavoces indicó el disgusto del espíritu de la máquina y Corsil se apresuró a obedecerlo.

—Bendita máquina, os pido mil perdones por mis torpes manos. Deus in Machina.

De los implantes en la espalda surgían varios mecadendritos que parecían serpientes adormiladas. Cada una de las prótesis de cobre estaba rematada en unos dedos mecanizados o en alguna clase de herramienta automática. Dos de los mecadendritos estaban trabajando en las profundidades de un acceso abierto en un lateral de la consola procurando ajustar los enganches de energía para redirigir parte de la misma hacia el amplificador de emisión.

Si pudiera aislar algunos de los sistemas más redundantes, aunque era atroz pensar que pudiera existir un término semejante en relación a una máquina, entonces sería capaz de aumentar el alcance de los comunicadores hasta un cuatro por ciento. Los mecadendritos continuaron trabajando en el interior del panel mientras pasaba por las diferentes bandas de comunicación.

De repente, cuando llegó a una banda de nivel de escuadra, uno de los servidores dejó de balancearse de un modo repetitivo y se enderezó en el asiento antes de abrir la boca.

—¿… e oyen? ¿Para qué coño sirve un comunicador si nadie te contesta?

Corsil se sobresaltó ante el sonido de la voz y giró el manilo del panel. Miró asombrado al servidor, que había vuelto a balancearse atento a la estática. ¿La banda de comunicación de nivel de escuadra? Aquella banda se reservaba normalmente para las acciones de unidades pequeñas, para que los jefes de escuadra y de pelotón impartieran las órdenes. No debería estar activa en esos momentos.

Volvió a colocar el mando en la posición anterior y sacó los mecadendritos de debajo de la consola.

El servidor volvió a erguirse y su rostro inexpresivo transmitió el mensaje de la fuente desconocida.

—… adelante. Aquí el guardia Julius Hawke, con número 25031971, último destino en el puesto de vigilancia Sigma IV, repito, aquí el guardia Julius Hawke intentando ponerse en contacto con las fuerzas imperiales en Tor Christo o en la ciudadela. Varios titanes enemigos se dirigen hacia su posición junto a una fuerza de infantería y de blindados equivalente a una brigada.

Corsil se quedó mirando durante varios segundos con la boca abierta a la consola y al servidor que había transmitido el mensaje de Hawke antes de salir corriendo de la estancia.

* * *

La noticia de que Hawke había sobrevivido se extendió con rapidez por los escalafones superiores de mando de la ciudadela provocando diversas reacciones. Muchos creían que era un truco de los invasores para proporcionarles falsa información, mientras que otros creían que el Emperador le había salvado la vida para que cumpliera alguna clase de designio divino. La ironía de que alguien como Hawke pudiera ser un instrumento de la voluntad divina era algo que no dejaron de apreciar los oficiales que lo conocían.

El castellano Vauban paseaba arriba y abajo en sus estancias bebiendo a sorbos una copa de amasec y pensando en el dilema que representaba Hawke. El teniente coronel Leonid estaba sentado repasando el informe del mayor Tedeski sobre el guardia imperial y preparando una batería de preguntas que utilizarían para verificar que realmente estaban hablando con él y que no lo estaba haciendo bajo tortura. Ya estaban interrogando a unos cuantos miembros del pelotón de Hawke para conseguir información adicional con la que pudieran estar seguros de su identidad.

Si la voz que se había puesto en contacto con ellos era de verdad la de Hawke, dispondrían de una fuente de información de primera clase sobre las posiciones enemigas, el número de tropas y los movimientos de las mismas, pero Vauban quería estar completamente seguro de ello antes de hacer nada más. El magos Naicin estaba en esos momentos investigando en los acumuladores lógicos dentro del Templo de la Máquina del archimagos Amaethon algún modo de detectar si las palabras emitidas por los comunicadores eran verdaderas, aunque no parecía muy esperanzado. Naicin se opuso tajantemente a la idea de utilizar un adivinador empático para saber la verdad argumentando la poca fiabilidad de un procedimiento semejante sin la presencia física del individuo investigado.

Por lo que parecía, iban a tener que hacerlo ellos mismos.

Vauban conocía a Hawke ya que su nombre aparecía en más informes disciplinarios de los que podía recordar, pero jamás lo había visto en persona. Borracheras, conductas impropias, peleas y hurto no eran más que algunos ejemplos de los problemas en los que se había metido Hawke. A Vauban le recordó la leyenda del Héroe de Chiros, Jan van Yastobaal. Considerado por la gente del Segmentum Pacificus como un héroe del pueblo, Yastobaal había luchado en las guerras contra el cardenal apóstata Bucharis durante la Plaga del Descreimiento. La historia contaba que había sido un hombre noble y desinteresado que había sacrificado todo lo que tenía para liberar a su gente.

Vauban se había sentido inspirado cuando era joven por la figura de Yastobaal y había escrito un estudio sobre él mientras era capitán de la Fuerza de Defensa Planetaria Jourana. Cuanto más investigaba y más conocía al verdadero Yastobaal, más descubría que había sido un hombre imprudente y heterodoxo que solía correr riesgos innecesarios con la vida de sus propios hombres. Todo lo que había leído sobre él indicaba que había sido un egocéntrico increíble de una vanidad colosal que rozaba la psicosis y, sin embargo, tenía mucho por lo que ser admirado.

Aun así, cuando se leía cualquier texto histórico autorizado, la vida de Yastobaal era la de una noble lucha del valor contra la tiranía.

En los años posteriores a aquella batalla, ¿qué dirían los libros de historia sobre el guardia imperial Julius Hawke?