SEIS

SEIS

El amanecer derramó las primeras luces sobre las cimas de las montañas con unos repugnantes rayos rojos bañando los picos con el color de la sangre. El distante retumbar de los disparos de artillería despertó al guardia imperial Hawke de un sueño inquieto. Rodó sobre sí mismo y gruñó de dolor cuando el hombro le rozó un saliente de roca negra. Abrió los ojos atontado y se quedó mirando el cielo lacerado.

Le dolían las extremidades, tenía la garganta reseca y sentía los ojos como si alguien se los hubiera estado puliendo con lija toda la noche.

Se incorporó hasta quedar sentado y rebuscó en los bolsillos laterales de la mochila para sacar las pastillas hidratantes.

Tragó un par de cápsulas azules con un poco de agua de la cantimplora. Tenía agua y pastillas para unas tres semanas, y comidas para unas dos, dependiendo de cuánto fuera capaz de racionarse.

Pero la comida y el agua no eran sus preocupaciones principales.

No, su preocupación principal era la falta de píldoras desintoxicantes. Sacó el tarrito de plástico del bolsillo y contó las cápsulas que quedaban. El Adeptus Mecánicus decía que sin aquellas píldoras cualquiera que estuviese destinado en aquel planeta enfermaría de gravedad. Jamás le había pasado, pero no estaba ansioso por poner a prueba la teoría.

Se dio cuenta con ánimo sombrío de que tenía suficientes para otros seis días, pero, si el Emperador lo permitía, para entonces ya esperaba estar de regreso en la ciudadela. Tenía una unidad comunicadora, y aunque no había logrado ponerse en contacto con nadie la noche anterior, deseaba contactar con alguien ese día.

Bostezó y se desperezó antes de ponerse en pie con un gruñido de esfuerzo por la rigidez de los músculos. Había trepado unos mil metros por un terreno escarpado y rocoso y, aunque odiaba tener que admitirlo, se había dado cuenta de que no estaba en forma en absoluto. Había llegado a aquel punto poco antes de que cayera la noche, un saliente que dominaba el valle donde se encontraban la ciudadela y Jericho Falls, con las piernas doloridas y los pulmones ardiendo. Le había hecho falta pasarse diez minutos con el respirador para recuperar el aliento.

Había llegado a tiempo de asistir al horroroso espectáculo de ver a miles de sus camaradas de armas enviados como ganado al matadero y caer bajo la terrible tormenta de artillería que habían lanzado desde Tor Christo. Se quedó ronco dando gritos de frustración. ¿Es que no veían que estaban bombardeando a sus propios hombres? Había gastado toda una batería del comunicador intentando ponerse en contacto con los artilleros de la fortaleza para avisarles del error.

El humo ocultó la peor parte del horror, pero cuando se despejó, fue incapaz de moverse al contemplar la matanza a través de las imperturbables lentes de los magnoculares. ¿Qué clase de enemigo había llegado a Hydra Cordatus? Podía comprender la muerte en combate, pero aquella matanza sin sentido era algo que estaba más allá de su capacidad de comprensión.

Aunque intentó descansar, fue incapaz de dormir. El rugido de la artillería, de los vehículos pesados y de las tareas de construcción le llegaba de forma constante desde abajo. Cuando el cielo quedó iluminado por las bengalas utilizó los magnoculares para ver lo que estaba ocurriendo, pero lo único que llegó a distinguir fueron las pequeñas explosiones que azotaron la llanura que se extendía ante Tor Christo cuando los artilleros dispararon por encima de la muralla.

Hawke se abrochó la chaqueta y se echó la mochila al hombro. Dejó allí mismo la batería del comunicador agotada junto al paquete de raciones que había devorado la noche anterior. Sacó los magnoculares y los dirigió hacia la base de las montañas para ver lo que revelaba la luz del amanecer.

El ritmo de las operaciones en Jericho Falls había disminuido, pero no demasiado. Las enormes naves de carga que habían estado descendiendo con un ritmo más o menos constante seguían llegando, pero eran bastantes menos que el día anterior.

—¡Por las pelotas de los santos! —soltó Hawke cuando dejó de mirar el espaciopuerto para observar el hueco entre las montañas que llevaba hasta la ciudadela.

Una cantidad ingente de vehículos, piezas de artillería y máquinas de asedio avanzaba retumbando en ordenadas filas por la carretera, aunque vio que algunas de las máquinas estaban medio ocultas detrás de un resplandor y que había un número innecesariamente elevado de guardias dispuestos alrededor. Hawke se fijó en que todos aquellos guardias estaban mirando hacia dentro, como si las propias máquinas fuesen la amenaza.

Se dio la vuelta todavía asombrado por la increíble cantidad de enemigos que se dirigían hacia la ciudadela y trepó por las rocas escarpadas hasta llegar al otro lado del risco, donde estudió el valle que tenía debajo con los magnoculares.

Jadeó, pasmado por la magnitud de los trabajos de fortificación y asedio que se habían llevado a cabo durante la noche.

Una larga trinchera, con un parapeto de tierra en el borde exterior y de al menos un kilómetro de largo, se extendía hacia el oeste para luego girar en un arco suave y cóncavo hacia el sudoeste. La trinchera seguía la línea curva de las murallas de Tor Christo, y su cara exterior también estaba reforzada con muros de tierra.

Otras trincheras, que se extendían como raíces serpenteantes, llegaban hasta unos enormes depósitos de suministros, gigantescos almacenes de munición de artillería y materiales de construcción desde donde largas hileras de personas se dedicaban a acarrear esos suministros por todo el lugar.

Hawke vio que ya había grupos de trabajo excavando a partir de la trinchera paralela principal en dirección a la muralla. Oyó el retumbar constante de la artillería de Tor Christo, y las explosiones provocadas por los proyectiles levantaban surtidores de tierra alrededor de los grupos de excavación, pero los altos parapetos del exterior de las trincheras los protegían de las explosiones.

Y las trincheras de zapa seguían su marcha inexorable hacia Tor Christo.

Detrás de las trincheras se habían construido un gran número de búnkers y de gigantescas posiciones de artillería. Aunque todavía no estaban ocupadas, Hawke se preguntó qué clase de cañón haría falta para llenar semejantes posiciones. Al parecer, la piedra de las estructuras la habían sacado de la ladera de la montaña a lo largo de la noche mediante grandes máquinas perforadoras. Hawke se fijó en que seguían taladrando más rocas para conseguir más material de construcción. Todo aquello sugería una monstruosa mente controladora que conocía hasta los más mínimos detalles de cada operación. La vasta naturaleza mecánica e insensible de todo lo que estaba viendo le llenó el alma de pavor.

Un rugiente bramido de bienvenida se alzó del valle y Hawke se dio cuenta de que casi todos los ocupantes del campamento habían dejado de hacer sus tareas y se apartaban ante algo que Hawke todavía no lograba ver.

El eco de unas poderosas pisadas llegó hasta sus oídos, y a Hawke casi se le paró el corazón ante la legión de enormes dioses malignos que caminaban por el planeta.

Se descolgó la mochila del hombro con rapidez y removió con manos temblorosas en el interior buscando el comunicador.

* * *

Honsou observó con gesto de adoración cómo caminaban los titanes de combate de la Legio Mortis. El retumbar de sus pesados pasos parecía capaz de romper la frágil corteza del planeta. La mayoría de aquellas infernales máquinas de guerra medían más de veinte metros de altura y su aspecto físico se parecía al de los poderosos demonios del espacio disforme, todos ellos lanzaban gruñidos de una ferocidad primigenia, con el ansia por destruir contenida a duras penas por aquello que los controlaba.

El mayor de aquellos monstruosos leviatanes, el Dies Irae, encabezaba a los titanes de combate. Su cola llena de pinchos se movía de un lado a otro en su ansia por provocar una matanza. Sobre los tremendos hombros llevaba unos enormes pináculos parecidos a catedrales pervertidas. En cada una de las torrecillas había multitud de plataformas de armas y baterías de artillería.

Ser testigo del encuentro de aquellas creaciones, que estaban tan cerca de las divinidades caóticas, era todo un privilegio para Honsou, algo que había presenciado tan sólo un puñado de veces. Se sintió humilde ante aquel despliegue del poder de los dioses del Caos. Las sombras de los titanes cubrieron el campamento, ocultando bajo la oscuridad hectáreas enteras de hombres y materiales a su paso.

Honsou vio a cientos de prisioneros encadenados y conducidos para que los titanes los aplastaran a su paso como ofrenda a los poderes demoníacos que habitaban en el interior del impuro cuerpo de los titanes. Siguieron avanzando con sus poderosos pasos sin que dieran muestra alguna de conocer la matanza que estaban provocando con cada uno de ellos. El Dies Irae se detuvo un momento y giró el torso hacia la fortaleza de Tor Christo, como si estuviera calibrando la fuerza de su enemigo. Honsou vio cómo alzaba la enorme mole del cañón infernal y del aniquilador de plasma hacia Tor Christo en un remedo burlón de saludo.

Honsou sabía que los oficiales superiores de la fortaleza estarían observando la llegada de aquellas magníficas máquinas de guerra y que el mensaje que recibían estaba muy claro. Había llegado su hora.