51. La rehabilitación

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La rehabilitación

La vista desde el taller era espectacular. Rayder había transformado una de las habitaciones de la casa del lago en el taller de pintura de Carolina. Era una amplia sala con varios caballetes dispuestos por toda la habitación, repisas con lienzos y pinturas, un sillón acogedor junto a la chimenea y el ventanal que desde el segundo piso daba al lago.

Cada día Carolina llevaba un estricto programa para rehabilitar la mano, con una agradable chica terapeuta. Al final de la cuarta semana, Carolina ejercitaba haciendo retratos de Jenny, la sanadora, lo más probable era que esos cuadros también estarían en la exhibición pictórica.

Carolina estaba sentada en el sillón de su taller, con una taza roja de café humeante, iba descalza y había subido los pies, envuelta en una cobija miraba el último lienzo en el que trabajaba. Apenas lo había fondeado y trazado para comenzar con una nueva idea. Rayder entró en silencio, observó con agrado la escena que se le presentaba, su mujer descansando en completa paz. Su rostro emanaba tranquilidad y una gran serenidad. Tal vez era una de las cualidades que más disfrutaba. El chico fue y se sentó a su lado, tomó la cobija y la levantó, encontró los pies pequeños y los cargó sobre sus piernas.

—Me dice Jenny que vas de maravilla… y por lo que veo, ya comenzaste otro lienzo.

—Jenny es estupenda…

—¿Y ya le dijiste que estará en una exposición con todos los retratos que le estás haciendo?

—Por supuesto, si ella es la que me propone nuevas ideas para plasmarla.

Rayder le besó los labios y se deleitó con su sabor. Adoraba besarla, adoraba tenerla cerca. La armonía que emanaba solía contagiarlo. Calmaba su ritmo acelerado, lo llevaba sin prisas a detenerse en los pequeños gustos de la existencia. Como un trago de café de la taza ajena con sabor a beso.

—¿Me lo vas a contar? —preguntó Carolina, mirándolo directo a los ojos.

—¿Qué?

—La negociación, aunque quisiste mantenerla en secreto, sé que ayer por la noche te encontraste con varios familiares de Vainavi…

—¿Quién te lo dijo?

Carolina se rio y le quitó la taza que momentos antes le había tomado.

—Rayder, llevabas días nervioso, muy nervioso… Anda, cuéntame.

Rayder se acomodó en el sillón, estiró las piernas buscando una posición más cómoda.

—Jamás me había visto en una situación tan extraña… aunque sé que sus costumbres son diferentes a las nuestras, esas costumbres están penadas por la ley, aun en sus regiones… es solo que como pertenecen a tradiciones muy antiguas, la gente sigue tolerándolas… Carolina, al principio quisieron negociar que les diera una mujer a cambio ¡Como si yo tuviera catorce hermanas que ofrecer! ¡Solteras! Y aunque las tuviera, imagínate el destino tan terrible les estaría ofreciendo… ¡A que cabeza enferma se le ocurre pedirme que le regale una mujer!

—¿Estaba tu hermano Daniel?

—Sí… y creo que no tomaba muy enserio el asunto, porque él insistía que podía irse a trabajar un año para saldar el desagravio… pero no querían un hombre aunque fuera médico y menos por un año. Después pasamos a la compensación económica… y era increíble estar ahí, negociando cuánto dinero se merecían porque su hijo golpeó y, maltrató a una niña de once años que tuvo a bien escapar… parecía una cena con el sombrerero de Alicia, yo solo esperaba a que saltara el conejo con el reloj… era de locos. Daniel empezó a ofrecer cabezas de ganado, ya les decía que chivas, ya les ofrecía camellos… quiso ofrecerles un centro piscícola con trucha de río. Creo que no fue una buena idea que estuviera presente, desvariaba tanto o más que los familiares de Vainavi.

Carolina sonrió con la historia, pero el estómago se le hizo un nudo al pensar con cuanta facilidad se pactaba con las vidas de las niñas… así debió haber sido su negociación.

—Al final, Carolina… arrestaron a todos los presentes… esto fue una puesta en escena con ayuda de la policía para atraparlos y detenerlos… aunque fueron sólo cinco personas, son cinco personas que tal vez, solo tal vez entiendan que no se puede comerciar con seres humanos. Y de esta manera logremos salvar a algunas cuantas niñas de casarse jóvenes… y de no sufrir.

—¿Los arrestaron?

—Toda la negociación estaba siendo grabada, la policía escuchó cada frase y cada argumento con el que querían compensar la deshonra que les causaste, siendo tú americana, aun en un país como la India, hay un delito que perseguir. Lo siento Caro, pero no iba a darle un solo dólar a esos tipos, no después de lo que te hicieron, no los iba a recompensar…

A Carolina jamás se le habría ocurrido hacer algo así.

—¿Por qué no me lo comentaste?

—Era una operación ultra secreta… y ve, funcionó mejor de lo que esperábamos. Podemos quedarnos tranquilos…