45. El mural

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El mural

Ya era más de media noche cuando Rayder subió al despacho a ver cómo iba Carolina, pensó que tal vez se había dormido en el sillón. Evelyn le había llevado cena hacía rato, pero no bajó ni al comedor.

Cuando subió se encontró con todos los botes de pinturas abiertos y esparcidos sobre el plástico transparente con el que protegía el piso. Carolina estaba absorta con el pincel en la mano, no se percató de la llegada de Rayder… había avanzado tanto, entre las flores originales se había ilustrado ella misma, de pie, con pecas, con una gran sonrisa, un vestido volando al viento, sus converses de colores, la mirada clavada al frente, los ojos azules eran diminutas flores, el cabello caía envolviéndose entre los pétalos, girando como si el aire los meciera. Rayder se quedó de una pieza, jamás la había visto pintar así.

—Carolina, es impresionante…

Ella se volvió extrañada de verlo a sus espaldas.

—No te oí subir…

—Llevas horas pintando, ¿no estas cansada?

—No me di cuenta de la hora —dijo la chica y movió la muñeca que sostenía el pincel, se dio cuenta que la mano estaba adolorida—, se me fue el tiempo.

—Me encanta mi mural… creí que no pintabas retratos y menos autorretratos.

—Quería quedarme aquí, en tu casa para siempre —dijo con una gran sonrisa—, poder verte y que me vieras cuando quisieras… en la pared.

—¿No quieres ir a dormir ya?

—Anthony… me quedé pensando en lo que me dijiste en la tarde, lo de venirme con todas mis cosas a tu casa… y recordé lo bien que me siento cuando despierto a media noche a oscuras y puedo abrazarme a ti, a tu cuerpo bajo las sábanas y volverme a dormir sintiéndote a mi lado…

Rayder la observaba en silencio.

—No quiero estar lejos de ti… me preocupa un poco estar en el piso 46.

—Y sin ventanas que se abran, supongo —afirmó Rayder.

Carolina se rio divertida.

—Tengo que reconocerlo, si me estresa… pero creo que puedo acostumbrarme a eso, a tu paranoia de saber en dónde me encuentro en cada minuto y, a la legión de agentes que te cuidan.

—A las galletas de la señora Evelyn y a mi taza de café recién hecho por las mañanas…

—A tus besos y tus manos sabias recorriéndome…

Rayder disfrutó con la última frase, se acercó y le tomó el mentón, se inclinó hasta rozar sus labios, lentamente la besó, con calma, disfrutando su sabor…

—Vamos a la cama, tienes mucho tiempo para terminar el mural.