44
En casa
Eran casi las cuatro de la tarde cuando regresaron a casa. Se habían detenido a comer con calma por el camino. Joshua estacionó la camioneta en el sótano.
—Pensé que llegaríamos primero a mi casa. ¿No puedes dejarme en mi departamento? —preguntó Carolina.
—No —respondió Rayder tajante.
—¿Por qué no?
—Carolina, no quiero que estés sola… quédate unos días conmigo. En lo que nos aseguramos que Vainavi entre a la cárcel definitivamente.
—Rayder, no voy a vivir con miedo.
—No es por el miedo… es porque quiero que te quedes conmigo… quiero verte despertar por las mañanas —soltó de pronto.
Carolina se le quedó viendo a los ojos directo.
—Puedes quedarte conmigo… para siempre. Con todas tus cosas, tus pinturas, tus pinceles y tu ropa… no quiero que dejes nada allá… trae hasta la tortuga si quieres.
—Es un tema muy serio eso de vivir juntos…
—Lo sé… quiero hacerlo. El pensar en que te irás y dormirás lejos de mí y que yo me quedaré en mi cama solo, sin poder abrazarte en mitad de la noche, me hace daño.
Carolina guardó silencio, no sabía exactamente que alcances tenía eso de vivir juntos, por cuanto tiempo, en qué condiciones…
—No le des más vueltas al asunto, Carolina, quédate hoy y mañana hablamos, los dos estamos muy cansados y hemos pasado un fin de semana terriblemente estresante… solo quiero meterme en la cama contigo y escuchar música —dijo y sin esperar la repuesta, la tomó de la mano y bajó del auto.
No le soltó la mano hasta llegar a la habitación, una vez ahí cerró la puerta.
—Voy hacer una llamada rápida a la oficina, nena, descansa si quieres.
Carolina no había regresado a la casa de Rayder desde la separación por la cena con Helga. La chica se detuvo junto a la cama, estaba cansada, pero prefería echarle un vistazo al mural que dejó sin terminar. Subió al despacho y se encontró con la pared pintada a medias, apenas había cubierto un poco más de la mitad. Rozó con la punta de los dedos las flores… Todas sus pinturas estaban ahí, en el mismo orden que las dejó… hacían varios días que no pintaba, puso música, tomó los pinceles y abrió las latas de colores.
Rayder estaba abajo cuando escuchó la música, la que su chica solía poner cuando pasaba las tardes pintando… sonrió satisfecho, muy satisfecho. Cerró los ojos y sintió paz. Tal vez era eso lo que estaba buscando al pedirle que se quedara con él, la paz y la tranquilad con lo que envolvía todo. Le resultaba increíble que una persona tan sencilla, delgada y frágil tuviera el poder de darle armonía.