37
El miedo
Carolina se trató de incorporar. Le dolía mucho un costado. Se quedó sentada en el piso y recargó la espalda contra la puerta. Encogió las piernas y miró a Vainavi.
—¿Qué es lo que te propones? —le preguntó.
Vainavi se tomó un largo tiempo para contestar, disfrutaba que le temieran, que temblaran con su presencia.
—Vengarme.
—¿Dé qué? Yo tenía once años y tú me habías dado una golpiza.
—¿Quién te ayudo a escapar? —la interrogó. Carolina sonrió satisfecha, entonces nadie sabía que Shanti le había ayudado a llegar a la capital.
—Han pasado tantos años, ¿qué importancia tiene ya?
—¡A mí me importa! ¡Quedé como un estúpido, te desvaneciste como el demonio que sabía que eras! Pensaron que yo estaba maldito. ¡Desapareciste del cuarto! —Vainavi se puso de pie visiblemente perturbado.
—Brinqué por la ventana.
—Era un segundo piso, no podías salir por allí.
—Caí entre las tejas y me arrastré hasta la barda… tuve que brincar sobre el techo de un auto que estaba estacionado…
—¿Quién te ayudó?
—Nadie.
Vainavi volvió a patearla, en las piernas. Carolina se puso de pie al momento para evitar más golpes. Se colocó tras uno de los sillones.
—No vuelvas a golpearme —le gritó.
—Tú me perteneces, pagué por ti y te guste o no, tú serás mi esposa. Ahora escúchame, vamos a ir a la comida con tus tíos, te mostrarás alegre y complaciente y de ahí viajarás conmigo.
Carolina no podía creer lo que le estaba diciendo. ¿Estaba tan desquiciado para pretender que lo acompañaría voluntariamente?
—¿Estás loco? ¿En verdad piensas que voy a ir contigo para que me sigas golpeando y pateando toda una vida?
—No me importa lo que tenga que hacer para que me acompañes. Te llevaré aunque tenga que sacarte a arrastras de aquí.
—No iré, aunque me mates, ¡no iré contigo a ninguna parte! —le gritó.
Vainavi quiso alcanzarla rodeando el sillón, pero Carolina fue más ágil y brincó fuera de su alcance. Vainavi se enfureció la persiguió por la habitación hasta que le dio alcance y la sujetó por el cabello y comenzaron a pelear. En poco tiempo la tiró al suelo y la dominó, era mucho más alto y pesado que la chica.
—Si no te quedas quieta te voy a matar —amenazó.
—¡Mátame… prefiero que me mates a ir contigo! —dijo Carolina.
—Aún no te quiero muerta.
Vainavi le dio un golpe con su puño en la cara que la aturdió. Comenzó a sangrar por la nariz. El hombre se puso de pie y se acomodó la camisa. Volvió a sentarse en el sillón. Carolina recordó cuando una vez vio a un gato acorralar a un ratón. Lo maltrataba, lo lanzaba al aire y esperaba pacientemente a que el ratón agonizante volviera a moverse para atacarlo nuevamente.
—Si no vienes conmigo, destruiré a los tuyos. Tú no sabes de lo que yo soy capaz. Ya lo hice una vez, lo puedo volver a hacer.
A Carolina le dio miedo hacer la pregunta, pero no podía dejar de hacerla:
—¿De qué hablas?
—De tu madre… ¿En verdad te creíste eso de que tuvo un accidente?
—¿Qué le hiciste?
—No, no, yo no lo hice, yo no me ensucio las manos… con unas cuantas rupias puedes conseguir que hagan todo lo que tú quieras. Me costó mucho más tu dote que la muerte de tu madre. Ella no estaba de acuerdo en que yo fuera tu esposo… como si tú valieras tanto; te iba a llevar lejos, me lo dijo. Ahora me entiendes, no tendrás descanso ni paz, verás cómo destruyo a todos los que te rodean, empezando por tus tíos, por Alancito tu primo… o podemos hacerlo mejor con tu amiga Grace o Tom, el compañero de la universidad… Rayder tal vez me tomé un poco más de tiempo, pero créeme, tarde o temprano llegaré a él. Todos tenemos un precio… o un miedo, la vida es así de sencilla. ¿Quieres que te ofrezca dinero? ¿Lo harías por dinero?
Carolina no escuchó las últimas palabras, estaba conmocionada, los ojos se le llenaron de lágrimas. Tantos años sin su madre por culpa de un estúpido loco que la retenía contra su voluntad. ¿Por qué no llegaba Rayder? Se limpió la cara con el dorso de la mano, pero era inútil, sangraba mucho. Era como tener nuevamente pintura roja entre las manos. Se frotó las manos en la alfombra.
En esto se escuchó el timbre de la puerta. Vainavi se levantó y se acercó a Carolina, ella pensó que la levantaría porque se aproximó hacia donde estaba y extendió la mano. Pero no fue así, le tocó el hombro con algo que le hizo brincar del dolor. Todos los músculos se tensaron por unos segundos y después perdió el control y se desplomó sobre la alfombra.
—Normalmente mis mujeres entienden con la primera patada, cuando mucho dos… pero contigo no me queda otro remedio que usar esto, ¿te das cuenta de lo que me obligas hacer?
Vainavi le había dado una descarga eléctrica con una pistola taser.