29. La playa

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La playa

Despierta, nena, ya llegamos.

Escuchó decir Carolina, se despertó sobresaltada, no recordaba en donde estaba, tardó un rato en recordar la fiesta de graduación y el viaje. Aún estaba dentro del automóvil de Rayder y este le acariciaba el rostro para despertarla.

—¿A casa?

—A la casa de la playa, dormiste todo el camino Carolina… hasta hablaste en sueños.

—No, no puede ser.

—Ven, vamos a cenar… yo tengo hambre, después podrás dormir.

—Rayder, mejor dormimos, me estoy cayendo de sueño.

—No, no has cenado, vamos a que comas algo rápido.

Rayder la jaló y la llevó a la entrada de la casa, elegante como todos los espacios donde el empresario se desenvolvía, muy acogedora, con detalles en madera y pisos con azulejos tipo colonial, bellísimos.

Carolina no se detuvo en los detalles, la casa estaba casi oscura, solo algunas lámparas iluminaban tenuemente. Se veía muy amplia, grande. Rayder se movía con familiaridad, la llevó hasta la cocina y prendió la luz.

—Déjame despertar a alguien del servicio para que nos sirvan.

Carolina lo miró molesta.

—¡Claro que no!, es de madrugada, no vas a despertar a la gente solo porque tú tienes hambre.

—Carolina, ese es su trabajo… —dijo convencido— y siempre lo hago.

—Siéntate por favor, déjame ver que hay por ahí, no levantes a más personas…

Carolina abrió el refrigerador, estaba repleto, encontró una ensalada en bolsa, lista para servirse y un guisado de ternera con papas que tenía muy buena cara. Sacó los envases y los puso en la barra,

—¿Qué es?

—Lo que sea Rayder, nos lo vamos a comer.

Rayder soltó una carcajada.

—No puedes estar hablando en serio —dijo riendo.

—Por supuesto que sí, ¿puedes buscar algún tinto para acompañarlo?

Rayder se puso de pie y camino hacia una esquina donde había una cava fría con algunos vinos. Carolina buscó por varios gabinetes y sacó dos platos, calentó el guisado en el horno de microondas y lo sirvió junto a la ensalada.

—Agradece que encontré los cubiertos, si no, con la mano nos lo comíamos.

—Eres capaz, ¿verdad?

—Por supuesto… —respondió buscando servilletas, de pronto dio con una charola de galletas de nuez con chocolate.

—¡Trajiste a la señora Evelyn! —dijo emocionada—. Puedo reconocer sus galletas en cualquier lugar.

—Sé que te gusta mucho como cocina… podría estar preparando nuestros alimentos en este momento.

—Nos dejó mis galletas preferidas… sabía que venía —dijo enternecida Carolina, pero después de un rato de reflexionar se volvió a Rayder y lo encaró—. ¿Explícame como sabía la señora Evelyn que yo iba a venir a la casa de la playa?

—Yo se lo dije.

—Tú no sabías si yo iba a aceptar. Ni siquiera sabías si iba a volver a dirigirte la palabra…

—Carolina, yo estaba seguro de que ibas a aceptar… no había duda.

—¿Tan predecible soy?

—No —dijo y se levantó, se acercó hasta ella y la abrazó—, estaba dispuesto a hacer lo que fuera para reconciliarme contigo y traerte y, si no aceptabas, te iba a secuestrar y traerte de cualquier manera.

—No eres capaz.

—No me conoces Carolina —dijo con seriedad.

—¿Qué es lo que en realidad quieres de mi Rayder?

—Por ahora cenar y dormirnos…

—Ya estoy despierta por completo —dijo mordiendo la tercer galleta—, vamos hablando.

—¿A esta hora? ¿Estás segura?

—Sí, hay muchas cosas que quisiera poner en claro…

—Empecemos entonces, ¿qué quieres que pongamos en claro?

—¿Qué esperas de la relación?

Rayder se rio.

—¿Estas segura de hablar del tema a… —Rayder miró su reloj— dos de la mañana…?

Carolina se rio con esa risa fresca que tanto reconfortaba al chico.

—Rayder, seré muy franca contigo, yo jamás he tenido una familia por largo tiempo. Primero creí tenerla con mi madre, solo éramos ella y yo y era suficiente… pero duró tan poquito, después pensé que me quedaría en el Ashram y esa sería mi nueva familia, una muy rara, pero familia al fin y también se acabó… pasé a vivir con la tía Edith y el tío Gustav… ¡por poco tiempo también! Siempre estoy perdiendo a la gente que quiero. No puedo negar que eso me ha hecho un poco dura, he aprendido que la gente puede marcharse y que debo ser muy fuerte y a ser feliz aún si estoy sola. Pero Rayder, yo sí quiero una familia, tener a alguien a quien querer y que me quiera y no por unos meses o solo mientras me aburro. Si no como un proyecto de vida, con metas y todo eso.

Rayder permaneció en silencio. Carolina continuó:

—Tú estás acostumbrado a desechar a tus parejas.

—¿Desechar?

—Sí, si algo no funciona, citas a otra mujer, organizas otra cena y ya. En lugar de intentar sacar adelante una relación, de esforzarte.

—Carolina, yo me esfuerzo en mis relaciones.

—Rayder el primer apartado en tu reglamento de citas que Margot me entregó decía que no podía contradecirte…

—Tú mandaste esas reglas a la basura.

—Y si estás conmigo, seguiré mandándolas, podremos llegar a acuerdos, pero somos dos personas pensando diferente, caminando juntas. Yo quiero una relación estable y duradera, y con el tiempo quiero llegar a un compromiso y te lo voy a decir muy claro, quiero tener muchos hijos, porque deseo darles la familia que yo no tuve. Piénsalo muy bien Rayder, no quiero sorpresas más adelante. Eso es lo que yo espero de ti y hoy, aquí, estás en la libertad de decir que no y pasaremos un fin de semana lindo y ya, cada quien para su lugar. Pero si te quedas conmigo, ya sabes lo que yo espero.

Rayder seguía callado, miró su plato y dejó el tenedor, pasó saliva y dijo:

—¿Muchos hijos son como cuantos?

Carolina soltó la carcajada.

—No los quiero pronto, apenas tengo veinte años Rayder, pero por favor, no te quedes a mi lado solo porque tienes miedo de perderme o porque te sentiste muy mal cuando estuvimos separados… por favor. Quédate porque podemos tener un futuro juntos.

Carolina le dio un beso pequeño en los labios.

—Ahora me quiero ir a dormir, estoy agotada, si lo deseas mañana seguimos con la charla —concluyó y se fue caminando por una de las puertas. Al poco tiempo regresó y lo abrazó.

—Rayder… no sé dónde queda la recámara…

Él la abrazó estrechándola.

—Carolina, normalmente no expresas lo que sientes… pero hoy lo hiciste con mucha claridad, me dejaste callado y mira que eso es muy raro en mí, siempre sé que decir.

—Tenía tiempo pensando en decírtelo… si regresabas a buscarme.

—Si te soy sincero, me esforcé en no regresar, pero no podía dejar de pensar en ti, cada minuto del día y deseaba con todo mi corazón volver a tenerte así, en mis brazos para no dejarte marchar jamás.

—¿Qué te preocupa entonces?

—Que no dependes de mí para vivir tu vida… ¿Por qué no lloras o armas un escándalo o avientas cosas? ¿Por qué no pierdes la calma? Parece como si siempre estuvieras en paz, en equilibrio, aunque estés viviendo una tormenta.

—No había pensado en eso, creo que lo aprendí muy pequeña, en la india… allá se vive cada momento como un regalo, sea bueno o sea malo, todo lo que sucede es solo parte del camino para el crecimiento interior —expresó y bostezó. Rayder se puso de pie y la jaló con suavidad.

—Mañana seguiremos charlando, ahora vamos a que duermas un rato.