25. El mural rojo

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El mural rojo

Joshua llegó al departamento de Carolina y tocó. Esperó a que le abrieran, llevaba la llave para entrar si era necesario, pero en poco tiempo Grace abrió la puerta.

—Señorita Grace, buenas noches. Soy Joshua, trabajo para el señor Rayder… quería cerciorarme de que la señorita Kerry estuviera bien.

—Está bastante bien.

—¿Puedo hablar con ella?

—No quiere hablar con nadie… está pintando y parece que eso la mantendrá ocupada por un buen tiempo.

—Quisiera verla… —pidió Joshua.

—Entiendes que mi lealtad está con ella y que me importa un carajo lo que tu jefe te haya pedido al hacerte venir aquí. No voy a permitir que hables con ella cuando Carolina no quiere hablar con nadie o que con tu presencia le recuerdes al idiota de tu jefe… al que por cierto, le puedes ir diciendo que es un completo idiota… con mayúsculas.

—Si necesitan cualquier cosa…

—Aquí estamos sus amigos… gracias —respondió Grace cortante.

En ese momento llegó Tom, traía una caja de pizza y un six de cervezas. Sin mirar a Joshua le preguntó a Grace:

—¿Ya comió?

Grace no respondió, jaló a Tom y cerró la puerta.

Carolina estaba frente a una de las paredes del departamento, el lugar era un desorden, pintura roja y naranja por todos lados. Se había dedicado a ilustrar un gran mural que abarcaba dos paredes completas, con retratos de Rayder, extraordinarios retratos del señor Rayder sumamente expresivos. Su rostro sonriendo, Rayder de pie mirando al celular, Rayder observando de frente y serio. Rayder, Rayder, Rayder por todos lados en tonos rojos.

Tom dejó la caja en la mesa.

—Caro, ya traje la pizza, ¿comemos?

—No tengo hambre… —respondió la chica poniendo pintura en un bote y batiéndola frenética con el pincel. Tenía el rostro, las manos y las ropas manchadas de pintura roja. Los ojos hinchados de llorar.

—No puedes negar que esta ruptura ha hecho que sacara lo mejor de sí… jamás la había visto pintar con esta calidad… —le dijo Tom a Grace.

—Y retratos, le hizo catarsis y la liberó de la manía de no poder pintar rostros. Hay que convencerla de que pinte en lienzos Tom… de seguro los podemos ofrecer en una galería, porque en el muro no nos sirven de mucho —propuso Grace.

—Los estoy escuchando… —dijo Carolina.

—¿Entonces estás dispuesta cariño? ¿Te traigo un lienzo?

Caro negó moviendo la cabeza.

—Carolina, por lo menos tienes que comer algo… los kilos que habías aumentado se han ido por completo y no puedes vivir solo de pintar.

Carolina se sentó de pronto en el suelo y comenzó a llorar, sostenía aún el pincel en la mano y con el dorso trató de limpiarse las lágrimas del rostro, manchándolo más.

—No creo que sea bueno que sigas con esto de pintar a Rayder —pidió Tom.

—No puedo hacer otra cosa…

—Claro que puedes —dijo Tom, se sentó a su lado y la abrazó—; por lo pronto ven a comer un poco.

—Si dejo de pintar el dolor regresa… —exclamó Carolina llorando— y ya no puedo soportarlo más.

Tom la estrechó entre sus brazos, deseaba de todo corazón aliviar el sufrimiento de su amiga.

—No te merece Carolina, de verdad que no te merece —dijo molesto Tom.