19
El Mehndi
Hasta el sábado tuvieron oportunidad de verse, Rayder llegó al departamento de la chica y tocó… sentía emoción de verla, era una sensación tan diferente. Como si tuviera 16 años otra vez.
Caro abrió y se topó con un Rayder de jeans y camiseta blanca de algodón. El cabello libre, sin engomar. Caro se le echó a los brazos y lo rodeó con las piernas. Llevaba jeans y una blusa clara de flores con mangas.
—Te tengo un regalo.
—¿A mí?
—Claro, pero primero ayúdame a terminar una tarea.
—Carolina, me estoy muriendo de hambre… —protestó Rayder.
—No tardaremos, ven díctame esto, lo que tengo subrayado.
—¿Estás hablando en serio? Carolina yo no hago tareas.
Carolina le puso las copias en la mano y fue a sentarse frente a una computadora de bastantes años.
—Caro, se lo puedo dar a cualquier de mis asistentes y ellos lo pasaran en limpio y sin ningún error.
—¿Pero cómo aprenderé yo sobre el expresionismo en Alemania en el siglo dieciocho?
Rayder pasó sus dedos entre el cabello, desesperado. Sabía que no habría manera de negociar el asunto.
—¿Cuántas páginas son?
—Lo que tienes en las manos, cuanto más rápido lo hagamos, más rápido iremos a comer.
—Está bien, te ayudo, pero dime cual es mi regalo.
Carolina se puso de pie y se acercó a él. Se levantó la playera y le mostró el vientre hermosamente decorado, era una serie de dibujos con flores de colores y hojas como enredaderas.
—Es Mehndi, tatuajes hindúes, pero no están hechos con henna, los hice con pintura para decorar pasteles, la puedes comer o lamer.
—¿Te dibujaste por completo?
—Y en lugares que ni te imaginas… bueno en donde alcancé… la espalda es muy difícil.
Rayder sonrió divertido.
—Y también tengo más pintura para hacerte unos a ti… en donde quieras.
—Vamos a terminar tu tarea, anda siéntate y te dicto lo del expresionismo. Rayder tuvo la paciencia de dictarle más de ocho páginas y esperar a que Carolina las tecleara a dos dedos.
—Carolina, ¿no pudiste terminar este dictado pero si te tomaste no sé cuánto tiempo decorándote la piel?
—Sí, pero te divertirás mucho más con mis tatuajes que con la tarea terminada. Vamos a comer… ¿Al Azizas?
—Vestido así no me dejaran entrar… bueno, probablemente sí, pero no, vamos a otro lugar. Ven.
Carolina lo tomó por la mano y bajaron los seis pisos, afuera estaba Joshua esperándolos en la camioneta.
Rayder la llevó a las afueras de la ciudad, a una hacienda hermosa en medio del campo.
Durante el trayecto Rayder no le soltó la mano.
—Te encantará este lugar, está lleno de árboles… voy conociéndote, si tiene colores, flores o árboles te gusta.
Carolina le besó los dedos, Rayder acercó su mano y chupó uno de los dedos de la chica.
—Sabes a dulce.
—Estoy tatuada con dulce.
—¿Hasta las manos?
—Sí, mira… es un color muy parecido a mi piel, para que no se notara tanto…
Rayder observó rápidamente los dedos de la chica, hermosas líneas y curvas la decoraban.
—¿Podrás pintarme así?
Carolina se rio a carcajadas —eso pensé que dirías… me gustaría probar a lo que sabes…
—Carolina, tenemos que comer rápido y regresar a casa cuanto antes.
Rayder miró la entrada de la hacienda, era bellísima. Tenía unos arcos hermosos, inmensos cubiertos de hiedra con cientos y cientos de pequeñas flores.
—¿Qué tipo de comida tienen aquí?
—Española, con buenos vinos. Tiene vista a un lago, la familia lo maneja, es un lugar que no tiene mucha gente y te atienden como si estuvieras en casa… pero realmente eso dejó de importarme un carajo, no puedo quitarme de la cabeza la imagen de ti pintándome… y lamiéndome.
Carolina sonrió con dulzura, se mordió un dedo y disfrutó la desesperación de Rayder.
La comida fue exquisita, y transcurrió con calma, rodeada de los sonidos del campo. Con entradas de jamón serrano, salami y pan, disfrutaron de una excelente ternera con papas y gambas al ajillo. La vista era inigualable, ellos estaban sentados en la terraza, con techos bajos de vigas de madera y piso con azulejos andaluces que le encantaron a Carolina.
Rayder pagó la comida y permaneció un rato sentado junto a Carolina terminándose el digestivo.
—¿No quieres que nos quedemos en casa?
—Sí.
—En mi casa, no en tu departamento, mañana es domingo.
—No, aún no… no creo poder dormir la noche corrida en tu cuarto…
—¿Por qué?
—No lo sé… además tengo que alimentar a Centellita…
—¿A quién?
—Una tortuga de tierra.
—¿Tienes una mascota?
—No es mía, es de la vecina, está de vacaciones y me pidió cuidarla.
—Es la peor excusa que he escuchado, Carolina… y mira que creí que eras más creativa.
—Quedémonos en mi departamento y te la presento… y te preparo el desayuno.
—¿Sabes cocinar?
—Cocino mejor que lo que pinto —respondió sonriendo.
Rayder se rio del comentario.
—Tú sabes que Jacob puede ir y alimentar a la tortuga, si es que existe en realidad.
—En tu espacio eres más autoritario —soltó de pronto la chica. Rayder guardó silencio y reflexionó por un largo rato. Tenía mucha razón. En su departamento se sentía con mucho más poder.
—Carolina, espera un poco. Dijo Rayder y se levantó. Caminó hacia donde estaba la caja, la mujer que atendía estaba pasmada, ese era un efecto que Rayder causaba en las mujeres con las que se topaba. Se acercó a la chica y algo le preguntó, después le pasó una tarjeta de crédito y sonrió haciendo que la chica de la caja casi se derrita. Después de unos momentos algo le dieron a Rayder en la mano y lo tomó. Carolina no alcanzó a distinguir lo que era.
Rayder regresó a la mesa y tomó asiento, se notaba relajado y contento, hasta tarareaba una canción.
—¿Alguna novedad? —preguntó intrigada Carolina.
Rayder la miró extasiado, había algo en esa chiquilla que lo estaba volviendo loco.
—Sí, en cuanto te termines el bayles te la muestro.
Carolina sonrió y apuró su digestivo. Rayder la tomó por la mano y le besó los dedos. Se puso de pie y la llevó hasta donde esperaba una de las empleadas del lugar quien hizo de guía. Los encaminó hasta una de las habitaciones de la hacienda. Con una llave de hierro negro abrió una gran puerta de madera prolijamente labrada. Una vez abierta, los dejó solos.
—¿Conseguiste una habitación?
—Parece que normalmente debes esperar meses por una reservación, pero fui bastante persuasivo.
La habitación era bellísima, con un estilo colonial. Cada detalle tenía un gusto exquisito y en armonía. Los pisos de azulejo, las paredes decoradas a mano por algún experto pintor, dos mesitas de noche con jarrones rebosando de flores silvestres. La cama era matrimonial con un edredón hermosamente bordado, cubierta por doseles que dejaban caer un velo de tela blanca. Olía a madera y flores. Las ventanas eran altas, hasta el techo, con rejas y daban al campo. La vista por si sola era impresionante.
Carolina respiró hondo, disfrutando cada detalle.
Rayder cerró la puerta tras de sí y puso cerrojo. Se quitó la camiseta blanca con soltura quedándose con el torso desnudo. Rayder tenía un cuerpo esplendido, atlético, perfecto.
Se acercó a ella y le tomó la cara con ambas manos y la besó disfrutando cada roce, cada contacto.
—Quiero verte desnuda.
Rayder se quitó los mocasines y Carolina también se quitó los zapatos. El chico metió las manos entre el pantalón y la piel de ella y le desbrochó el primer botón de los jeans, le bajó el cierre. Sin dejar de besarla le bajó el pantalón dejándola en ropa interior. Carolina sacó primero un pie y luego el otro. Le deslizó la blusa por sobre la cabeza quitándosela. Bajo la ropa interior se alcanzaban a ver un poco los dibujos.
—Desnúdate… —ordenó y se sentó en la cama a observarla. Carolina se bajó las pantis y se desabrochó el brasier. Quedó completamente desnuda. Rayder admiró el cuerpo esbelto y hermoso de su mujer.
Estaba completamente depilada, entre las piernas había dibujado pequeños peces de colores que parecían nadar por la piel, era una ilustración sumamente elaborada, los peces subían por el vientre hasta transformarse en flores y ramas. Toda la cintura estaba decorada hasta llegar a los senos, los cuales estaban decorados con pequeñas líneas curvas y flores… era impresiónate.
—Carolina, estás bellísima… tienes que pintarte en mi mural, así, como estas ahora.
Rayder se quitó los pantalones y la ropa interior. Se acercó a ella y la atrajo a la cama, se recostó a su lado. Carolina cerró los ojos y dijo:
—Quisiera tocarte… pero no sé cómo hacerlo…
Rayder se rio, le encantaba la falta de experiencia de Carolina.
—Te voy a ayudar… Rayder tomó un chocolate envuelto en dorado que estaba sobre uno de los burós, dentro de un tazón. Lo desenvolvió con calma y se lo dio en la boca a Carolina, antes de que se deshiciera Rayder la besó, disfrutó el sabor a dulce.
—¿Te gusta el sabor del chocolate?
—Sí…
Rayder tomó otro chocolate y lo abrió, lo tomó con las puntas de los dedos y lo pasó lentamente por su miembro erecto. Al contacto con el calor de la piel, la tableta dejó su rastro oscuro y cremoso. Rayder tomó la cabeza de Carolina y la besó largamente, después la acercó hacia sí, invitándola a probarlo.
Caro sacó la lengua tímidamente, quería probarlo pero le costaba llegar a ese contacto. Al final se animó y probó lamiendo un poco. Rayder se estremeció. Caro le quitó la tableta de los dedos que estaban manchados de chocolate y los chupó. Se metió la tableta a la boca. Siguió lamiéndolo una y otra vez hasta que este se puso duro y prominente. Por fin se animó y se lo metió por completo en la boca. Tenía un sabor a sal y chocolate, podía sentir su calor. Caro envolvió sus dientes con los labios y comenzó a chuparlo, primero despacio, después con más fuerza, tratando de ir cada vez más allá, más profundo. Rayder tomó con suavidad la cabeza de carolina y le marcó el ritmo, mostrándole como le gustaba. Después de un rato Rayder la separó y se incorporó.
—Quisiera venirme en tu boca, Carolina… pero hoy quiero venirme en ti, en esos colores que tienes en el vientre… súbete sobre mí.
Carolina se montó sobre el cuerpo atlético de Rayder, le encantaba tenerlo así, entre sus piernas y poder moverse a gusto, con cadencia frotarse contra su piel. Mientras Rayder observaba embelesado aumentando el deseo que los rodeaba. Venirse con espasmos, estallando y escuchar los gemidos de Carolina al no poder contenerse por más tiempo.
Y terminar abrazados, agotados y sudando, con el corazón agitado. Rayder adoraba tenerla sobre su pecho adormilada. Con el cabello esparcido y en desorden. En paz.
En lugar de sentirse colmado con la chica, cada día necesitaba más y más de su presencia.