11
El desayuno
Joshua detuvo el auto justo al frente de la puerta de entrada, bajó y abrió para que Carolina descendiera del carro. Rayder bajó por el otro lado y tomó de la mano a la chica jalándola suavemente para meterla al restaurante. Era un lugar pequeño, y muy acogedor, al pasar por la barra se acercó y pidió algo a la mujer que atendía. Rayder la llevó a una mesa junto a un árbol. Le retiró la silla permitiendo que se sentara.
Rayder la observó con detenimiento, no había reparado en sus facciones de niña, no llevaba nada de pintura, el cabello estaba en desorden, dejando caer algunos rizos sobre la frente, los ojos eran profundamente azules con grandes pestañas rizadas. Era una mujer hermosa y natural, sencilla.
Rayder apoyó un codo sobre la mesa, descansó su mejilla en la mano y clavó su mirada en la de ella.
—Explícame de que conoces a Vainavi y, quiero la verdad.
Carolina titubeó, ¿por qué tenía que contarle a un extraño, a un extraño tan guapo, parte de su pasado? Lo había mantenido en secreto bastante bien.
—Es algo que no suelo platicar… prefiero no hacerlo.
—Es solo cuestión de tiempo para que lo averigüe y lo sabes —amenazó Rayder con seriedad. Carolina tragó saliva y tosió un poco. Rayder continuaba viéndola fijamente, clavando sus ojos verdes y profundos.
—Viví algunos años en la India, en una región a dos horas de Delhi… Vrindavan, la ciudad de las viudas… ¿Has oído hablar de ella?
—No.
—Mi madre tenía ese afán de ayudar y componer al mundo, cuando se quedó sola conmigo, porque mi padre se marchó… —se notaba que no era una plática que disfrutara Carolina, de hecho le costaba mucho desnudar su alma—. Pues… ella decidió que nos fuéramos a la India… de alguna manera pienso que se sentía viuda y quería estar compartiendo todo ese dolor que sienten las mujeres solas allá.
—¿Qué edad tenías?
—Nueve años.
—¿Qué pasó después?
—Ella murió repentinamente, tuvo un accidente… y quedé sola, algunas mujeres que ella ayudaba me cuidaron, hasta que la familia de Vainavi me pidió en matrimonio… creo que ofreció una buena dote. De hecho, por lo que hoy me dijo sé que pagó por mí.
—¿Qué edad tenía él?
—No estoy segura, pero ya era un señor. A mí me lo parecía en aquella época.
—¿Y tú?
—Once… tenía once años… pero tienes que entender que las costumbres son muy diferentes.
—¿Te casaron?
—¡No, claro que no! Una de las viudas me sacó a escondidas unas noches antes de la boda e hizo el viaje hasta Delhi, a un consulado americano y me entregó… Después de mucho tiempo dieron con una prima de mi madre, mi tía Edith y ella me recibió por algún tiempo.
—¿Algún tiempo?
—Mi tía estaba casada con Gustav… y Gustav no…
—No te quería ahí —completó la frase Rayder
—Algo así…
En ese momento llegó el mesero con un gran vaso con el licuado especial y un plato con pequeños buñuelos bañados en azúcar glas, un té y un par de pastillas
—Calorías, las necesitas… y el licuado tiene proteínas y frutas. El té y las pastillas son para tranquilizarte.
—Gracias, pero no tomo pastillas… con el té… —Carolina miró los buñuelos azucarados—. No sabía que aquí hacían beignets.
—Igual que en el Du Monde… pruébalos.
Carolina miró con gusto los buñuelos y tomó uno.
—Así que no tienes un lugar a donde ir —afirmó Rayder.
—Tengo mi departamento, solo debo arreglar la puerta.
Rayder miró largo rato a la chica mientras comía, tenía unos labios rosados y deliciosos que se le antojó besar… y de pronto cambió radicalmente la charla.
—¿Por qué no aceptaste mi invitación a cenar?
—No era solo una invitación a cenar, según explicó Margot, también había que tener sexo…
—¿Y eso es algo malo? Qué mejor forma de conocernos.
—¿Por qué no me hiciste la invitación directamente tú?
—Porque Margot se encarga de esos asuntos, es muy eficiente.
—¿Y también está disponible para cenar contigo cuanto se te ofrezca?
—Ya veo hacia dónde vas… tú quieres una relación formal de novios tradicionales que termina en boda.
—No, no es eso…
—¿Qué es entonces?
—Digamos que no es mi modelo de una cita ideal.
—¿Estas dispuesta aún a salir a cenar? —preguntó clavando sus ojos en ella.
Carolina guardó silencio, sintió un cosquilleo en las entrañas y el corazón comenzó a palpitar solo de pensar en que ese hombre increíblemente guapo la besara, ya no digamos la hiciera suya, pero no era lo que ella esperaba de una cita, de una verdadera cita. No creía poder pasar solo una noche y después olvidarlo todo. Además tenía que reconocer que sentía miedo, mucho miedo de estar con alguien.
Rayder esperó la respuesta por un rato, después le señaló con el dedo la comisura de los labios y le dijo:
—Tienes azúcar glas…
Carolina levantó la mano para limpiarse pero Rayder fue más rápido y se la detuvo, se incorporó un poco en el asiento y se acercó hasta ella, con su lengua le limpió el azúcar que tenía sobre los labios. Volvió a sentarse y lo saboreó con una sonrisa. Miles de sensaciones se agolparon en la cabeza de Carolina. Sintió inmediatamente como su cuerpo respondía cosquilleando.
—Me lamiste… —respondió asombrada tocándose con la punta de los dedos los labios, más que un reclamo era una exclamación.
Rayder sonrió, le tomó el mentón con los dedos y volvió acercar sus labios a los de ella. Con delicadeza los besó y jugó con su lengua sobre los labios de ella, buscando abrirlos. El beso duró solo algunos segundos. La soltó y volvió a sentarse observando su reacción. Súbitamente el color subió a las mejillas de Carolina.
—Te ruborizaste… te ves hermosa.
La chica se puso realmente nerviosa. Bajó la mirada. Un par de chicas que observaban la escena estaban atónitas.
—Serás una princesa en mis manos… además, siempre la primera vez tiene que ser muy especial, porque la recordarás por el resto de tus días.
—¿Qué te hace pensar que no he tenido relaciones? —protestó la chica.
La BlackBerry sonó, antes de contestarla Rayder observó el número y se puso de pie, le miró con seriedad y dijo:
—Porque no sabes ni besar. Y contestó la llamada del celular alejándose unos pasos.
¡Diantres! ¿Era tan obvio?, pensó Carolina.
Estando en la mesa pudo observar con detenimiento a Rayder, era alto y llevaba unos pantalones caquis informales que le sentaban perfectos, una playera de lino crudo sin fajar, mocasines cafés y el cabello peinado hacia atrás, dejando esos pequeños rizos que se formaban en el cuello. Sus movimientos eran elegantes y perfectos. Carolina notó que no era la única embelesada con ese chico. Todas las mujeres, hasta las mayores que estaban ahí, lo observaban. Provocaba un efecto en donde estuviera entre las damas. Algo tenía de cierto la frase de Rayder, hacer que la primera vez que estuviera con un hombre fuera única y memorable…
El chico regresó a la mesa y tomó asiento.
—Tengo que regresar a la oficina, pero quiero que vayas de compras mientras tanto, si quieres dile a alguna amiga, yo invito… Jacob puede acompañarlas.
—Yo no quiero ir de compras…
—¿Ah no? A las mujeres les gusta comprar ropa, nunca tienen suficiente.
—Grace me va a matar, pero no, no me gusta ir de compras. ¿Me permites tu celular?
Rayder se quedó de una pieza, jamás prestaba o le daba a alguien su celular con los miles de contactos privados que ahí almacenaba. Carolina extendió la mano como si le estuviera pidiendo la sal.
—El mío se rompió, ¿recuerdas?
—Te compro uno.
—Solo quiero hacer una llamada, no revisaré nada ni te robaré a tus clientes, lo juro.
Rayder se rio con la ocurrencia y se lo pasó… Carolina marcó un número de memoria.
—¿Tom? Hola, soy Carolina, me preguntaba si me podía quedar contigo hoy en la noche…
Rayder le quitó el celular, lo apagó y la miró con cara de asombro.
—¡No te vas a quedar con ningún Tom!
—Es mi compañero de carrera, a él le puedo pedir el favor.
—¡Claro que no! —exclamó realmente molesto.
—Tom vive con sus padres… en lo que tú terminas tu trabajo.
—Aunque viviera con la mismísima Teresa de Calcula, no te vas a ir con un tipo al que no conozco.
—Yo no te conozco a ti…
—Carolina, no discutas conmigo, si no quieres ir de compras, está bien, pero no irás con el tal Tom.
—¿Siempre eres así de autoritario?
Rayder estaba molesto en verdad, una pequeña vena de la frente se le marcó, los ojos tenían un aspecto diferente, como si estuvieran afilados.
—No tienes ni idea de lo que autoritario que soy… esto no se parece en nada a lo que mis citas tienen que ser.
—Cierto, Margot me iba a hacer el recuento de las reglas.
—Aún estamos a tiempo de que te las dé… termínate el licuado —ordenó.
Carolina le dio un pequeño trago a su vaso.
—¿Puedo preguntarte algo personal? —dijo con voz pausada la chica.
—Adelante…
—¿Cuál es tu primer nombre?
Rayder frunció el ceño incómodo.
—No te llamaré así si no quieres, solo quiero saberlo… simple conocimiento.
—Solo mi familia me llama por mi nombre de pila —replicó Rayder.
—Bien si no quieres decírmelo, lo entiendo… vamos a tu oficina, puedo repasar las reglas con Margot.
—¿En serio?
—Sí —asintió segura Carolina. No perdía nada con conocer las benditas reglas.
Rayder la tomó por la mano y la ayudó a levantar. Caminó con ella de la mano hasta la entrada.
—¿No vas a pagar?
—No, soy cliente asiduo, me hacen una cuenta mensual… es más sencillo.
Justo cuando salieron estaba Joshua con la camioneta esperándolos afuera, con la puerta abierta. Carolina entró primero y después Rayder.
—Vamos a la oficina… —ordenó a Joshua.
—¿Nunca pides las cosas por favor? —preguntó en un susurro Carolina realmente extrañada.
Rayder se rio con soltura.
—No, no lo hago.
Tardaron unos quince minutos en llegar al inmenso edificio del corporativo Rayder. Joshua metió la camioneta al estacionamiento inferior y de ahí entró a un estacionamiento privado, estacionó la camioneta y bajó, dejándolos solos.
—Deja tu mochila en el carro —pidió Rayder cuando Carolina quiso bajar sus cosas. Rayder acercó su rostro al de la chica, con una mano le tomó el mentón. La besó con delicadeza, jugueteando con sus labios y la lengua. Carolina sintió la sangre agolpándose en la cabeza, un cosquilleo la inundó, y fue como recibir una corriente de electricidad que la dejó sin aliento.
—Dame tu lengua —pidió y Carolina lo único que hizo fue abrir la boca sin saber exactamente qué hacer. Rayder lamió los labios de la chica y después fue más allá, buscándole la lengua con la suya. Rayder se detuvo y se quedó mirándola, observando su reacción. Ella había cerrado los ojos.
—Puedes abrir tus ojos Carolina, ya vamos a bajarnos.
Carolina los abrió sobresaltada.
—Te acompañaré al despacho de Margot…
Bajaron de la camioneta y subieron al elevador Rayder dejó que ella pasara primero, pero para su desilusión no le dio la mano, no se acercó, permaneció en silencio, absorto. Una vez que llegaron, salió y de hecho caminó un poco separado de ella, aquella sonrisa que había mantenido se borró por completo. Era un empresario serio y ajeno. Después de algunas vueltas por los pasillos llegaron al despacho de la asistente.
—Margot, explícale a Carolina cómo son mis citas —dijo sin siquiera saludarla—, cuando termines llévala a mi oficina. Concluyó y salió del lugar.
Margot miró a Carolina con una expresión terrible, no pudo identificar si era coraje o un te lo dije. Echó una ojeada a su reloj de pulsera y dijo:
—En menos de una hora te convenció… sorprendente —apuntó Margot con amargura.
—No estoy más contenta que tú de estar en esta situación, así que explícame para terminar con este asunto —expresó Carolina.
—¿Terminar?
—Irme.
—No, no, tú no puedes irte, él señor Rayder dijo que te llevara a su oficina, esa es la orden y eso es lo que vamos hacer.
—Solo dime en qué consiste este asunto de las citas, por favor —exigió Caro.
Margot abrió un cajón y sacó unos papeles.
—¡Y los tienes por escrito!
—Dales una leída y todas las dudas que tengas me las comunicas…
Carolina tomó los papeles y se dirigió a la puerta.
—Los leeré en mi casa —concluyó Carolina.
—Carolina, no puedes irte, el señor Rayder dijo claramente que fueras a su oficina terminando. Y no puedes desobedecerlo, no se te ocurra siquiera pensarlo.
—Está bien, está bien, me sentaré aquí afuera y después pasaré por su oficina, pero si crees que voy a discutir contigo lo que debo o no hacer en una de mis citas estás muy equivocada —dijo saliendo del despacho. Que manía de obedecer al pie de la letra lo que Rayder decía.
Carolina se sentó en uno de los sillones de la recepción, justo como cuando estuvo esperando la entrevista de trabajo. Solo que ahora tenía unos papeles con reglas para una cena… Al leer los primeros renglones soltó una carcajada. Carolina se puso de pie y se retiró. Era completamente absurdo todo el asunto, quería regresar a casa y le urgía rescatar sus converses del basurero.