6. Gora Shaitaan

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Gora Shaitaan

Uno de los presentes, que aparentaba 40 años, hijo del jerarca, no dejaba de mirar a Carolina, permaneció callado junto al librero y apenas desviaba su mirada de la chica. Era alto y sus ojos eran completamente oscuros, de un negro profundo. Después de un rato se acercó hasta ella y entabló conversación en hindi.

—¿Cómo es que hablas hindi?

—Viví algunos años en la India —contestó con amabilidad la chica.

—¿En qué región?

—A unas horas de Delhi —respondió evasiva Carolina, había algo en el hombre que le causó mucho desasosiego—, si me permite.

Carolina quiso alejarse, pero el hombre la tomó por el antebrazo y la detuvo. Algo impensable para un hombre de su cultura, tocar a una mujer que no conoce. Carolina no perdió la calma, con un movimiento suave le retiró la mano.

—Si gustan pueden pasar al comedor —anunció una de las chicas del servicio, para fortuna de Carolina. Todos pasaron al inmenso comedor y ocuparon sus lugares. Carolina ni ninguna de las mujeres estaban invitadas a sentarse a la mesa, pero podían permanecer sentadas en sillas en las orillas.

El hombre que había tomado por el brazo a Carolina la invitó a colocarse a su lado. Carolina vio la cara descompuesta y los ojos fulminantes de Margot, era algo impensable tomar asiento entre ellos, así que la chica le respondió:

—Prefiero permanecer aquí… además, a la señorita Margot le daría un infarto si lo hago.

El Sr. Rayder rio divertido con la observación y miró a Margot que estaba echando humo. Después miró con una sonrisa encantadora a Carolina. El mundo se detuvo en ese momento y volvió a perder el aliento. No podía estar perdiendo el aliento cada que la volteaban a ver, eso era absurdo y parecía una adolescente.

La comida transcurrió sin grandes contratiempos, fue un servicio espléndido y digno del mejor restaurante del mundo. Los comensales disfrutaron de una variedad colosal de platillos. Al final y cuando ya algunos estaban pasados de copas, inesperadamente decidieron pasar la noche en la cabaña en lugar de regresar a la ciudad. Y Carolina que pensaba que se iba a librar de los tacones.

Estaban tomando unos digestivos, cuando el hombre indio que no dejaba de mirar a Carolina se levantó y se sentó junto a Rayder, cruzó unas palabras y rieron divertidos, hasta que señaló con su copa a Carolina y dijo algo. Rayder permaneció tranquilo, solo negó con la cabeza y se puso de pie.

Carolina no entendió, estaban tan lejos que no alcanzaba a escuchar nada y bueno, las conversaciones que debía espiar eran en braj, no en inglés, ¿cierto?

El hombre indio caminó hasta ella, permaneció de pie a su lado por un rato, después se acercó un poco y murmuró:

—Gora shaitaan…

Sería el cansancio o los tacones, a Carolina se le nubló la vista y trastabilló. Buscó algo de que asirse para no perder el equilibrio, sintió una mano que la sostuvo con fuerza y perdió el conocimiento. Unos brazos la recibieron antes de que cayera al suelo.

Cuando despertó estaba en su habitación, recostada en la cama, Susana estaba a su lado.

—¿Te encuentras bien?

Carolina se incorporó rápidamente.

—¡La comida!

—Tranquila, la comida terminó cuando te desmayaste…

Escuchó decir y se volvió. Rayder estaba ahí, de pie junto a la cama. Se había desatado el nudo de la corbata y dos botones de la camisa, no llevaba el saco. Era un dios griego.

—Quiero que me expliques que fue lo qué te pasó allá.

—Lo siento mucho, no era mi intención —explicó consternada.

—Nadie se desmaya con intención. Susana, déjanos solos —ordenó Rayder.

Susana obedeció al instante. Carolina tragó saliva.

—¿Qué te dijo al oído antes de que te desmayaras?

—¿Quién? —preguntó Carolina tratando de desviar la atención. Rayder se sentó en la orilla de la cama, apoyó sus manos sobre el edredón y la miró fijamente.

—¿Qué fue lo que te dijo? —preguntó nuevamente mirándola—. Algo te dijo que te perturbó, quiero saber qué fue.

—Gora shaitaan…

—¿Y qué significa?

Carolina se sentía como una niña cuestionada frente a la directora del colegio. Y aunque la voz de Rayder era tranquila, sonaba sumamente autoritaria.

—Si no me lo dices tú, lo voy a averiguar, tengo cinco empleados allá afuera que hablan el hindi fluido.

—Demonio blanco —respondió Carolina y los ojos se le humedecieron—, y no es hindi, es Braj…

—¿Es una especie de maldición o algo así?

—¿Sería posible que dejara el trabajo? —soltó de pronto la chica y se limpió las lágrimas con el dorso de la mano.

—No —respondió Rayder, se puso de pie y salió de la habitación dejándola sola.

Carolina se levantó de la cama y tomo un pañuelo para sonarse la nariz. Era una pésima traductora… ella era buena para los colores no para los idiomas.

Cuando Rayder salió de la habitación de Carolina, afuera lo esperaban Joshua y Margot.

—Joshua, necesito que dejes toda la noche a alguien de tu confianza aquí afuera, cuidando. Joshua jamás cuestionaba, solo cumplía al pie de la letra las órdenes.

—¿Por qué? —preguntó Margot.

Rayder no atendió a la pregunta de su asistente y se marchó con pasos firmes. Antes de llegar al final del pasillo se volvió:

—Margot, mándame uno de los traductores a mi despacho —ordenó por último.

Cuando Rayder entró al despacho, ahí estaba el indio esperándolo con una copa de whisky en la mano.

—¿Cómo está la chica? —preguntó, pero su tono no era de preocupación, había molestia en la pregunta.

Rayder se detuvo en seco. No esperaba encontrarlo ahí.

—Bien, solo fue un desmayo.

—Quisiera verla y cerciorarme.

—Se quedó dormida… —mintió Rayder.

—Me alegra… quiero verla por la mañana —pidió, puso el vaso con la bebida aún sin terminar y se marchó. A la salida se topó con el traductor que iba a tocar la puerta.