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Rayder
Por lo que pudo darse cuenta Carolina, solo para esa comida, habían venido dos chef especializados con cinco asistentes. Además del servicio acostumbrado de la Cabaña del lago, ahí vivían de planta un ama de llaves con cuatro empleados para el manejo de la casa. Por la mañana llegarían los empleados de confianza, el equipo de seguridad y que atendían a los dueños o solo al Sr. Rayder y los negociadores.
Carolina terminó su día con un gran dolor en los pies. Se retiró a su habitación y tomó un libro que había traído… no se lo habían decomisado, los libros por lo visto estaban permitidos. Le mandó un mensaje de texto a Tom para avisarle que todo estaba tranquilo y que no había sido vendida a una red de trata de blancas… por lo pronto. Mil doscientos dólares ganados honestamente con el sudor de sus pies agotados.
Por la mañana Carolina tuvo que repasar una y otra vez su lugar dentro del gran comedor. Como caminar, como saludar, como sonreír… hasta como respirar por lo visto. Tendría la fortuna, como se lo explicó Margot, de estar al lado del Sr. Rayder, pasaría como su asistente, pero no tomaría lugar en la mesa. Era inaceptable su presencia como mujer, aun como mujer occidental, en una mesa con varones.
A las doce del día, el helicóptero Eurocopter Mercedez Benz aterrizó en la pista. Carolina estaba en la de pie junto a la entrada de la casa, al lado de Margot, Susana y tres hombres de confianza del equipo de seguridad. Primero descendió un señor de unos cuarenta años alto y atlético, con el cabello corto tipo militar. Vestido con un traje gris y la camisa sin corbata abierta de los primeros botones, por la forma en que se movía y miraba parecía más del equipo de seguridad que el Sr. Rayder. Carolina estaba deseando conocer al tal Rayder, había pasado las últimas horas repasando cada uno de los miles de millones de detalles que hacían feliz a ese hombre tan extraordinariamente controlador. Un segundo agente bajó del helicóptero. Después una comitiva de hombres con turbantes y trajes oscuros, los clientes de la India, eran seis y eran de diferentes edades, uno de ellos tenía barba blanca y era el de mayor edad y jerarquía. Al final bajó el Sr. Rayder. El tan esperado Sr, Rayder.
Carolina había elegido el vestido de Amaya Arzuaga, los zapatos a juego y la hermosa ropa interior que alguien le había comprado. Le habían arreglado el cabello y alaciado cada uno de sus rebeldes rizos. El asunto del maquillaje fue una ardua negociación hasta quedar en un leve tono sobre los parpados y rímel negro en las pestañas con un suave toque rosa en los labios. El cambio era sorprendente. En nada se parecía a la chica con zapatillas de deporte que presentó la entrevista de trabajo.
El Sr. Rayder caminó con paso seguro hacia la casa, vestía un traje impecable, cada detalle que usaba combinaba haciéndolo lucir extraordinario. De algunos veintinueve años. Llevaba el cabello castaño claro, aunque peinado, algunos rizos se formaban en la nuca. Ojos intensos verde oscuro, alto y muy atlético. Carolina perdió el aliento al verlo. Jamás había visto un hombre tan atractivo en toda su vida… en vivo. Ahora entendía la fascinación que provocaba en todos aquellos que trabajaban a su alrededor. Carolina deseo de pronto ser más hermosa y atractiva, que por lo menos le dirigiera una mirada, pero el chico cruzó frente a ella sin siquiera dedicarle un vistazo, saludó a Margot con una leve inclinación de cabeza y siguió de largo entrando a la casa.
Uno de los agentes que bajó del avión se acercó a Carolina.
—¿Usted debe ser Carolina Kerry, la traductora?
—Sí, a sus órdenes —sonrió la chica.
—Yo soy Joshua, trabajo para el Sr. Rayder, quisiera cruzar unas palabras con usted antes de que sirvan las primeras bebidas.
Carolina se colgó del brazo del hombre ante su sorpresa.
—Disculpe, necesito evitar una caída… —comentó la chica inclinando la mirada y sonriendo.
Joshua rio divertido, y caminó a su lado apoyándola.
El agente la llevó a una de las habitaciones del fondo. Dentro estaban cuatro hombres y un impresionante equipo de circuito cerrado de televisión. Todos los movimientos de los diferentes salones estaban monitoreados y eran grabados.
—Aunque ya le deben de haberle dicho en dónde colocarse, necesito que vea desde donde graban nuestras cámaras para que no se ponga entre ellas y nuestros invitados.
Carolina estaba más que sorprendida y solo atinó a decir:
—Las habitaciones no tienen cámaras… ¿verdad?
Joshua rio y la tranquilizó —solo las áreas comunes. Ahora vayamos al salón lo antes posible. Acompáñeme.
En el salón estaban varias mujeres indias vestidas de sari sirviendo el té… ¿De dónde habrían salido? Carolina no las había visto en el lugar… Margot estaba de pie junto al Sr. Rayder, con los tacones que usaba casi estaban de la misma estatura. Margot brillaba a su lado, no podía dejar de sonreír. Se notaba a kilómetros la admiración que le profesaba. El Sr. Rayder no dejaba de charlar con dos de los clientes, sostenía una taza de té en una de las manos. Ese hombre era impresionantemente atractivo. Era casi imposible dejar de verlo. Carolina se justificó alegando en su defensa que le gustaban las cosas bellas como las pinturas y… y bueno, era un hombre guapísimo y lo tenía delante de ella. El Sr. Rayder le dedicó una mirada de unos cuantos segundos y luego la presentó como una de sus asistentes administrativas que hablaba hindi… ¿Cómo sabía que ella era la traductora si no la había visto jamás? Tal vez Margot le informó… era seguro.
Los clientes la saludaron inclinando la cabeza y tocándose la frente con las palmas juntas y al frente. Ella les regresó el saludo y se retiró con discreción a la derecha del Sr. Rayder. Al hacerlo él cruzó su mirada con la de ella. Esos ojos la perturbaron y perdió el aliento.
El Sr. Rayder se acercó al oído de Carolina, ella pudo sentir el maravilloso olor a fresco, a lavanda, a hombre.
—¿Se encuentra bien?
Ella movió la cabeza afirmativamente sintiéndose una tonta. Debía ser tan evidente lo estupefacta que se sentía. Margot le recriminó con la mirada… adiós al bono extra, Carolina sonrió y se alejó unos pasos como protección.