4. La cabaña en el lago

4

La cabaña en el lago

Este es un Embraer Legacy 600, un jet para 16 personas —explicó Margot con gran autoridad al sentarse junto a Carolina en el avión—. La cabaña, si se puede llamar así, tiene pista de aterrizaje para jets y helipuerto… así se trasladará el Sr. Rayder y los negociadores de la India.

—Te encantan estos juguetitos… —comentó Carolina, evidentemente no podía dejar de admirar el lujo del jet privado y el despliegue del personal de servicio para trasladarlos, pero quería por un momento que Margot guardara silencio y dejara de hacer el recuento de los bienes y las propiedades de Rayders Corporation.

—Puedes llamarlos juguetes, pero son mucho más que eso… —respondió molesta Margot—, y deberías de disfrutarlos porque ni tú ni yo, por más que trabajemos podemos aspirar a tener algo así… espero que hayas repasado y aprendido todas las normas del protocolo de negocio. No puedes cometer un solo error.

—¿Cómo es el Sr. Rayder?

Margot saltó en su asiento de piel.

—¿Qué quieres saber de él?

—No sé —«cualquier cosa que te distraiga», pensó—. ¿Es agradable?

—Eso no debería importarte.

—Está bien, tienes razón, háblame de ti entonces, ¿cuánto tiempo tienes trabajando para él?

—Como su asistente personal, dos años… antes trabajé un año como becaria en su compañía y me destaqué —respondió relajándose. Era un tema que por lo visto disfrutaba.

—¿Qué estudiaste?

—Soy administradora, terminé con diploma por el mejor promedio de mi generación, de más de 120 alumnos… también fui reina de belleza de mi facultad.

—¿En cuánto tiempo estaremos en la cabaña?

—Serán dos horas de vuelo.

Perfecto, dos horas de escuchar la hoja de vida de Margot. Eso era mejor que el recuento de los bienes del Sr. Rayder

—Continua platicándome, ¿estudiaste alguna especialidad? —siguió preguntando Carolina, aunque preferiría un viaje tranquilo y en silencio, necesitaba distraer a Margot.

Una vez que llegaron aterrizaron en una pista al lado de la cabaña, aquello era un lugar impresionante. Quitaba el aliento el solo admirarlo. Una construcción con estilo moderno, que aunque minimalista era acogedora, deslumbrante. Todos los terminados en madera, las macetas rebozando de flores, los techos altos y bien iluminados. Tres árboles gigantes daban su sombra en el jardín, junto a una piscina completamente rectangular que hacía de espejo, más que de recreación. Carolina estaba extasiada. Aunque no le pagaran, había valido la pena por ver este lugar… bueno, sin exagerar, aceptaba de buena gana la paga.

Antes de entrar a la casa, Margot la detuvo tomándola por el antebrazo

—No puedes usar esas zapatillas de deporte.

—¿Mis converse? ¿Es en serio? ¿Quieres que ande en tacones los tres días completos?

—Susana te indicará cuál es tu habitación, allí encontrarás la ropa que se ha elegido para ti y los zapatos, por favor, cámbiate y repórtate en el salón Azul en media hora.

—¿Quién es Susana?

—Una de mis asistentes…

Susana efectivamente estaba a la entrada sonriendo con amabilidad, vestida con un uniforme que consistía en una falda recta azul oscuro y una blusa de seda blanca con una pashmina enroscada al cuello. La asistente de la asistente… ¿Qué más tendría este lugar?

Al entrar Carolina se detuvo frente a un enorme cuadro de Leonid Afremov, un paisaje urbano convertido en una lluvia de colores, hermoso. Aunque no era de sus pintores favoritos disfrutó tener un lienzo al alcance de su mano. La paciencia de Susana no sobrepasaba los doce minutos, como se dio cuenta Caro. La empujó con suavidad hacia el pasillo.

Las habitaciones de los empleados estaban en el ala este de la construcción, separadas completamente de las habitaciones de los dueños. Tenían su propia cocina y sala. El cuarto que le asignaron a Carolina era más grande que todo su departamento, la cama matrimonial al centro con hermosos doseles, una chimenea con dos sillones al frente y el baño era todo un lujo… un lugar bellísimo. Si tan solo pudiera usar sus Converse y pintar, sería el sueño perfecto hecho realidad. En una mesita junto a la ventana había un hermoso ramo de margaritas blancas silvestres.

—Pensé que compartiría mi habitación con alguien… en realidad creí que nos pondrían en una especie de barracas con literas a ambos lados…

Susana se rio con el comentario.

—Tendrías que ver las habitaciones del Sr. Rayder, eso sí es lujo.

—¿Lo conoces?

—Solo de vista, no he hablado jamás con él… es muy reservado, solo se dirige con sus allegados.

Susana se dirigió a un closet del tamaño de toda la pared y lo abrió.

—Se te compraron dos trajes sastres y tres vestidos. Puedes elegir cuales usar cada día, pero no puedes usar nada de la ropa que trajiste. Los zapatos a juego están en la repisa de abajo… y en este cajón encontraras ropa interior.

—¿Ropa interior? ¿Qué les pasa?

—Es ropa que luce perfecta con la ropa que se te compró… al final podrás llevártela a casa, es tuya.

—¿Es tan exigente el Sr. Rayder?

—Le gusta la belleza… en todo, si lo habrás notado.

—En las pinturas por lo menos tiene un excelente gusto… y… en las construcciones… también, tengo que admitirlo… y en sus asistentes. En todo, cierto… —dijo llevándose la mano a la frente y cerrando los ojos—. Bien, me daré un baño.

—También hay un frasco de perfume para ti, L’Air du Temps. Es el que prefiere.

Susana dejó sola a Carolina, hubiera querido darse un largo baño en la regadera, pero tenía poco tiempo para arreglarse y presentarse en la cocina.

Los cinco juegos de ropa llevaban aún las etiquetas con el precio… Carolina casi se va de espaldas, uno solo de los vestidos costaba 1,500 dólares… ¡más que su propio sueldo! ¡Qué desperdicio de dinero por una simple comida para escuchar un grupo de hombres negociar…!

Había un vestido en especial que llamó su atención, era de una tela suave al tacto, negro por completo, con mangas cortas que a la cintura tenía unos detalles a color. Aunque la ropa negra nunca le había gustado, ese le encantó. Miró la etiqueta: Amaya Arzuaga… jamás había oído de ella, pero el vestido era encantador. ¡Por Dios! ¡Qué me está pasando!, exclamó Carolina preocupada. Guardó el vestido y prefirió sacar uno traje sastre, muy parecido al que Susana vestía. De la ropa interior, ni pensarlo… bueno y si solo le daba un vistazo al cajón.

Carolina sacó los juegos de ropa interior… con solo tocarlos se enamoró de ellos. Jamás pensó que existiría ropa tan hermosamente bordada. Sencillos y recatados, eran efectivamente para usar bajo una falda de trabajo y que no se notaran. Carolina suspiró y tiró la toalla al piso para cambiarse.

En media hora estaba cambiada y lista en el salón. Con los tacones colgando de su mano. Margot casi la fulmina con la mirada.

—Tienes que usarlos, todo el tiempo. Ahora te maquillarán y te arreglaran el cabello.

—¿Solo a mí?

—Todas las demás saben arreglarse —respondió Margot tratando de permanecer lo más tranquila posible—. Susana, por favor, no la pierdas de vista, no quiero que cometa ningún error —ordenó—; terminando serviremos la comida para los empleados.