CAPÍTULO XIII

—Pero ¿por qué nos ha hipnotizado? —preguntó Helen sin lograr comprender.

—Posiblemente porque esté desequilibrada.

—¿Loca?

—Algo así. No soy psiquiatra, pero lo que sí es cierto es que nos ha hipnotizado para manejarnos a su antojo y lograr sus propósitos.

—¿Y qué iba a ganar con ello?

—Tengo sospechas, pero antes de hablar será mejor confirmarlas.

—¿Buscando a los demás?

—Exacto.

Abandonaron la avioneta y pisaron la fresca hierba del claro que había junto al palacete. De pronto, Helen ahogó un grito de horror.

—¡No ha sido una pesadilla, mira!

Junto a la popa del aparato descubrieron el cadáver decapitado de Warner.

—Erka nos ha hipnotizado para movernos a su voluntad, para poder con todos nosotros y compensar su lógica debilidad de mujer. Nos ha obligado a desenvolvernos en un mundo terrorífico trocando la hierba por arena, la luz eléctrica por la luz de las velas. Nos ha hecho creer en revividos que emergían de la arena, seres que nos decapitaban y se llevaban las cabezas.

—Pues la de Warner se la han llevado realmente. Es horrible.

—Sí, y allí a lo lejos veo otro cadáver que será el de Dennis, como corresponde a lo que hemos vivido y a lo que recordamos gracias a nuestra rebeldía mental.

—Pero ¿quién los ha decapitado?

—Pronto lo averiguaremos. Sigamos adelante.

—Sigo teniendo miedo como cuando vivía la pesadilla de la hipnosis. La realidad es igualmente terrorífica.

—Porque la pesadilla ha tenido mucho de realidad. Erka debía confiar en movernos totalmente a su antojo, pero hemos escapado a su poder hipnótico.

—¿Por qué nosotros y los demás no?

—Una concentración psíquica tan grande como la que ha debido de realizar Erka agota, agota sobremanera. Eso está probado y quizás Erka se haya debilitado. Hay que tener en cuenta que ha estado manejando a ocho mentes a su antojo, haciéndonos creer que vivíamos en un mundo distinto y espeluznante. Sí, creo que Erka está cansada y por ello deseará terminar su obra cuanto antes.

—Entonces, ¿crees que ha sido ella la asesina?

—Sí, pero hay que confirmarlo. Ahora, ya dueños de nuestras mentes, podemos averiguar toda la verdad.

Corrieron hacia el palacete. Junto a la terraza hallaron el tercer cadáver. Era el cuerpo decapitado de Harold. En el suelo había un reguero de sangre.

—Esto es repugnante, Jack, no sé si podré resistirlo.

—Aguanta, Helen, aguanta, ya falta poco. Durante el sueño no descubrimos sangre que dejara rastro porque creíamos que la arena la absorbía, yendo a parar a donde estaban sepultados los muertos. Pero en realidad estos salvajes asesinatos sí han dejado huellas.

Pasaron al salón. Baker estaba quieto como una estatua, con los ojos muy abiertos y la mirada perdida.

—Él sigue dominado —comentó Jack.

En tono bajo, Ida reía y lloraba sentada en el suelo junto a la pared, moviendo la cabeza.

—Creo que Erka ha perdido también el control sobre Ida. La pobre ha enloquecido a causa del intenso horror que esa mujer le ha hecho vivir.

—Ahí está Laura.

Jubal se inclinó sobre ella y comprobó su muerte.

—Lo mismo que en la pesadilla: se ha desnucado.

—¿De modo que todo lo que hemos vivido en el periodo de hipnosis ha sucedido en realidad?

—Eso parece.

Helen, asustada, miró en derredor, temiendo que apareciera algo monstruoso.

—Entonces, ¿también pueden salir los muertos revividos con las cabezas de Warner, Dennis y Harold?

—No, eso no. Ellos son los fantasmas que Erka ha creado en nuestras mentes para aterrorizarnos y dominarnos, para hacernos sentir débiles bajo su poder. Eran como peones de un ajedrez hábilmente manejados por una reina maligna. Ha planteado su partida y la ha jugado a su manera, sin darnos opción a jugar de otra forma. En realidad, ha jugado la partida que su propia mente desequilibrada vivía.

—¿Quieres decir que ella misma vivía todo lo que ha sucedido?

—Si es una híper-psicópata, posiblemente sí, además de hipnotizarnos y, por supuesto, no de la misma forma que lo haría un científico para realizar una operación indolora, sino que lo ha hecho posiblemente gobernada por su poderoso inconsciente que quizá ni ella misma puede controlar.

—Entonces, es una maníaca homicida.

—Me temo que sí.

—Jack, marchémonos, tengo miedo. Puede hipnotizarnos de nuevo.

—No, ahora estará agotada. Es como una médium que cae desplomada después de una sesión en la que se ha concentrado.

—Creí que no tomabas en serio el espiritismo.

—Y no lo tomo, Helen, pero la médium no siempre truca las cosas. Si se lo toma en serio, así lo ha demostrado la parapsicología, la médium puede creer en el retorno de unos muertos que realmente no existen, que sólo están en su imaginación. Mientras permanece en trance, sufre tanto que se agota y, hasta tal punto, que sé que en Sao Paulo existe un pequeño hospital benéfico que recoge a esas miserias humanas en que acaban convirtiéndose los médiums, tras pasar años sometiéndose a unos éxtasis nocivos para una mente sana y normal.

—Jack, todo esto es tan confuso, tan complicado.

—Sí, tendrías que estudiar un poco de esa ciencia llamada parapsicología para comprenderlo. Por el momento, nos hallamos ante un cerebro descontrolado y peligroso por el poder que ha logrado alcanzar.

—Entonces esa Erka es una especie de bruja, ¿no?

—Sí, más o menos lo que años atrás consideraban una bruja.

—Pues yo siento decirte que no soy valiente. Le tengo miedo, pánico. Si ha sido capaz de jugar con todas nuestras mentes para irnos asesinando uno a uno, aunque sólo lo haya conseguido en parte, es que es muy poderosa, infernalmente poderosa.

—Hay que hacer frente a la situación ahora que debe de estar agotada. Vamos, Helen. No sé dónde está y prefiero no dejarte sola.

—Jack, el candelabro sobre la mesa sí está con las velas encendidas.

—Es cierto —observó Jack, perplejo—. Es muy curioso, un candelabro iluminando un salón ya alumbrado por luz eléctrica.

—Luz que nosotros no veíamos. Andábamos a oscuras.

—Porque así nos lo imponía Erka.

Jack volvió a tomar a Helen de la mano y caminó siguiendo el rastro de la sangre que les condujo hasta una puerta abierta.

—Parece que da a una bodega del palacete —observó Jack.

—Es mejor no bajar.

—No hay luz, pero podemos tomar una vela del candelabro.

—Es preferible marchamos de aquí y avisar a la policía —insistió Helen.

—Aguarda y sé valiente.

Jubal regresó junto a la mesa y tomó una de las velas que seguían llameando, esparciendo luz donde no hacía falta.

—Jack, ¿y todo lo de la tormenta?

—No ha existido, todo ha sido ideado por Erka, no temas.

Jubal cruzó el umbral que conducía al sótano, iluminándose con el cabo de vela.

Llegaron hasta una vieja bodega y el rastro de sangre les llevó hasta una pared en la que se abría una puerta disimulada tras unos toneles.

—Jack, adentro hay luz.

—Sí, ahí puede estar Erka.

—Cerremos la puerta.

—Parece que aquí hay ruinas de otros tiempos, que este palacete fue levantado sobre lo que pudo ser la casa de los Hijos de Beyrevra, decapitados hace muchos siglos.

—Pero Jack, ¿no decías que todo era hipnosis?

—Todo, no. Creo que Erka parte de una realidad. Podía estar propicia a la locura y además debió descubrir algo aquí abajo que la convirtió en lo que es ahora.

Cruzaron la puerta falsa y descubrieron una cripta antiquísima, iluminada por dos grandes y macizos candelabros que montaban guardia a derecha e izquierda de un altar. Sobre él había un ídolo negro de apariencia siniestra, cabeza monstruosa y como de medio metro de alto. Parecía pesado. Al pie del monolito de granito, en el que se esculpían signos indescifrables para un occidental lego en jeroglíficos, había varios cofres con joyas y monedas de oro.

—La historia que me contó Erka será cierta.

—¡Jack, mira ahí!

A la derecha, sobre un suelo de arena, yacían cinco esqueletos a los que faltaba el cráneo, pero a tres de ellos les habían sido colocadas cabezas que no les pertenecían. Allí terminaba el rastro de sangre.

—¡Son Dennis, Warnes y Harold! —exclamó horrorizada Helen al descubrir aquellos rostros conocidos y que estaban con los ojos abiertos, ensangrentados y manchando de sangre también parte de los esqueletos allí conservados.

Escucharon un leve gemido y se volvieron hacia la izquierda de la cripta.

Allí, medio oculta en un rincón, sentada sobre un banco también de granito, estaba Erka.

—¡Dios mío, es ella!

—Tranquila, Helen. Ya te he dicho que estaría agotada. Mírala, está sudorosa.

—Es vieja, horriblemente vieja… No lo parecía tanto cuando la he visto al llegar a la casa.

—Ya no es una mujer joven. Su cabello está cano, pero después del esfuerzo mental que ha realizado, está extenuada, desencajada. Paradójicamente, en la vivencia hipnótica se presentaba a nuestros ojos como ella quería ser, como seguramente le ha pedido a ese ídolo maligno que la transforme.

—Deslumbrantemente bella.

—Sí. Ha suplicado poderes a ese falso dios y, en su locura, ha creído que se los otorgaba. Por eso se cree joven y bella.

Erka, que sostenía sus manos sobre la empuñadura de un brillante y afilado alfanje, alzó la vista y los descubrió.

Los miró de una forma que estremeció a Helen y luego comenzó a reír. Se levantó blandiendo el sable ancho y corto.

—¡Jack, nos quiere asesinar!

—Jack, yo quería salvarte, tú me gustas, pero eres terco, muy terco. No me queda otro remedio que cortar tu cabeza también y ponerla donde corresponde. Luego, ya subiré a cortársela al negro. Estoy cansada, pero Beyrevra me pide que acabe pronto porque sus hijos han de revivir para instaurar de nuevo su imperio y yo seré eternamente su sacerdotisa.

Siguió riendo, aumentando su fealdad que en nada recordaba a la bellísima Erka que se les había aparecido durante el estado hipnótico.

—Erka, deja el alfanje, todo ha terminado. Ese dios no tiene poder, sólo es tu mente que está enferma. Descubriste el secreto de Beyrevra, hallaste su escondrijo y sola en este ambiente, dentro de tu locura, creíste en el poder real de ese falso y maligno dios. Pero esos esqueletos decapitados no revivirán jamás.

—¡Mientes, Jack! Eres terco, y yo que te he amado… ¡Beyrevra es poderoso e indestructible y él me ha favorecido con sus poderes!

—Te crees bella, Erka, y no eres más que una pobre loca. Él es falso y tú ya no eres nada. Es cierto que has conseguido asesinar a tres hombres, pero se terminó, porque tu poder hipnótico se ha agotado.

—¡No! —chilló—. ¡Soy poderosa, Beyrevra me protege, me protege! ¡Muere! ¡Tu cabeza es necesaria para el poder de Beyrevra!

Erka, que asía el alfanje ensangrentado con ambas manos, lo blandió con fuerza y cortó el aire silbando al pasar justo donde segundos antes estaba Jubal, que logró esquivarlo. Mentalmente, Erka podía estar agotada, pero demostró tener una gran destreza manejando aquella cortante y mortífera arma que ya había decapitado a tres hombres.

Helen no sabía qué hacer y temblaba cada vez que el acero silbaba buscando el cuello del hombre, el cual saltaba de un lado a otro de la cripta, quedando de espaldas al monolito sobre el que se asentaba el ídolo hindú.

—¡No escaparás, nadie puede escapar al poder de Beyrevra!

El afilado sable cortó siniestramente la tela del smoking que vestía Jack, pero éste asió con sus manos el ídolo hindú y, elevándolo, lo arrojó sobre Erka que, incansable con el alfanje, poseída de su demoníaca locura, arremetía de nuevo contra él.

Erka gritó como una bestia maligna de voz cascada y oscura, al ser aplastado su cuerpo con aquel ídolo. Luego quedó inmóvil y el alfanje se desprendió de sus manos.

—¡Jack, Jack, lo has conseguido!

Se abrazaron fuertemente cuando Jubal olfateó el aire.

—Humo, humo… Algo se quema, hay que salir de aquí en seguida.

Dejando atrás a Erka muerta, aplastada por el ídolo que la había enloquecido, corrieron hacia lo alto.

El humo era denso y había llamas por todas partes. Escucharon unas risas histéricas de mujer. Alzaron la vista y descubrieron a Ida con el candelabro en la mano que seguía prendiendo fuego al palacete.

—¡Ida! —llamó Jack.

—Está loca, lo está incendiando todo.

Las llamas cercaban a Baker, que seguía en pie, quieto, con los ojos abiertos y la mirada perdida.

—¡Sigue hipnotizado, hay que sacarlo de aquí o morirá abrasado!

Jubal se cargó a Baker sobre el hombro y seguido por Helen, salió corriendo del palacete hasta un lugar donde estuvieran a salvo.

Cuando se volvieron a mirar la casa, las llamas brotaban voraces por todas las ventanas, mientras se escuchaban las carcajadas de Ida.

—¡Hay que salvarla! —gritó Jubal.

Ida apareció en una ventana alta y Helen se cubrió los ojos, horrorizada.

En su demencia, Ida seguía riendo mientras el fuego la envolvía, devorando su vestido, sus cabellos.

—Es el fin. Todo arderá y sólo quedarán ruinas que sepultarán la verdad.

—Eh, eh, ¿qué pasa, qué pasa? —preguntó Baker recuperando la lucidez.

—Todo terminó, Baker. Es el fin de Beyrevra, un fin cruel y dantesco, pero el fin. Creo que será bastante difícil explicárselo a la policía.

—Jack, nos creerán, ya verás como nos creen —dijo Helen mientras Baker, todavía aturdido, contemplaba el palacete convertido en una monumental pira bajo una luna grande, redonda y muy luminosa que arrancaba destellos del Danubio.

F I N